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Moravia será enterrado hoy sin rito religioso

La ceremonia fúnebre se celebrará en la sede del Ayuntamiento de Roma por deseo del alcalde

Juan Arias

La ceremonia fúnebre, con rito civil, del escritor Alberto Moravia, fallecido el miércoles de repente en su habitación romana, se celebrará esta mañana en el Campidoglio, sede del Ayuntamiento de Roma. Hasta el último momento, sus familiares y amigos se dividieron a la hora de decidir el funeral, pues había quien quería que fuera por lo religioso, mientras que sus amigos escritores más íntimos insistían en que Moravia siempre había afirmado que no creía en Dios, aunque respetaba el "misterio", y que había sido la Iglesia católica la que había puesto en el índice de los libros prohibidos todas sus obras.

En su casa, después de muerto, alguien le había colocado a su lado un crucifijo que más tarde fue retirado.Entre los telegramas de condolencia figura uno enviado por Mijail Gorvachov. Durante todo el día de ayer, por la sala ardiente del Campidoglio, donde por voluntad expresa del alcalde de la capital, Franco Carraro, habían sido trasladados los restos mortales de Moravia, desfilaron des de anónimos lectores emocionados que llevaban bajo el brazo alguna de sus obras hasta el mismo presidente de la República, el católico Francesco Cossiga, junto con la flor y nata del mundo de la cultura, de la literatura y de la política. Muchísimas mujeres de todas las edades.

Faltó sólo su esposa, la española , Carmen Llera, la tercera y última mujer de su vida, cuya llegada se esperaba a la hora de despachar esta crónica y de quien se dice que Moravia estaba tan enamorado y que tenía tanto miedo de perderla que quiso casarse con ella, cosa que no había hecho con su anterior amor, la escritora Dacia Mariani, con quien Moravia ha mantenido hasta el último momento una profunda amistad.

De hecho, fue esta mujer, junto con el escritor Enzo Siciliano, la primera persona que corrió a su casa al saber por la chacha que Alberto Moravia estaba muriendo.

Lo encontraron desnudo en el baño, donde ya se había duchado y afeitado, con una herida en la frente de haber golpeado la cabeza en el suelo.

Desde el desierto

Y fue Dacia Mariani, con las dos hermanas de Alberto Moravia, quien acompañó el féretro desde su casa al Campidoglio, con el rostro bañado de lágrimas.

Desde el desierto de Marruecos, Carmen Llera, que estaba haciendo un reportaje periodístico, había telefoneado a Moravia hacía dos días y había bromeado con él por teléfono: "Como veo que estás muy bien, voy a seguir hacia el desierto". Y fue allí donde, escuchando la radio sobre la crisis del Golfo, se enteró de repente de que su marido había muerto, pues ni la Embajada había podido localizarla.

"Cuando me llamó por teléfono", ha dicho a EL PAÍS Luciana Zigiotti, la amiga más intima de Carmen, "no podía hablar de la emoción. Lloraba, y no entendía lo que me decía. Yo sé que la imagen pública de Carmen es muy distinta, pero más de una vez me había confiado que nadie podría entender el amor que ella tenía por Alberto".

Y añadió: "Sé que alguien podría reírse, pero yo, que conozco su fragilidad en el campo afectivo, tras haberla visto tan descompuesta, espero con preocupación y temor su llegada y su reacción ante la desaparición inesperada de Alberto".

Más que un escritor

Ayer, toda la prensa del país abrió con la noticia de la inesperada muerte del autor de Los indiferentes, considerado como el "mejor intérprete italiano de nuestro siglo" y como algo más que un escritor, por grande que era.

Y es que ahora este país ha descubierto de repente, como cuando desapareció Sciascia, que no ha muerto sólo una pluma de oro, sino una especie de voz de la conciencia, de punto de referencia no sólo literaria y cultural sino también social y humana. Porque lo que todos subrayan es que el gran narrador, todo fantasía, fue, como ha escrito ayer Umberto Eco, sobre todo un "testimonio" sincero e inconformista de todos los avatares de este país.

Moravia se ha ido sin poder ver el primer ejemplar de su autobiografía, que Bompiani presentará en la feria de Francfort. Precisamente en la agenda del escritor, que se quedó abierta so bre su escritorio, figuraba una cita para las 10.30 de la mañana siguiente con la editorial, que iba a entregarle a Moravia el primer ejemplar.

Murió, dicen sus amigos, como hubiese deseado: sin estar enfermo y sin darse casi cuenta. De hecho, Moravia se ha ido sin que se lepa con certeza qué es lo que apagó su corazón, que siempre se había resistido a envejecer. Murió solo, el gran solitario que paradójicamente corrió siempre en busca de afecto. De que estaba para irse se dio cuenta sólo y antes que nadie Arancio, el perro blanco que él adoraba. Fue él quien indicó a Irene, la chacha polaca, que su dueño se estaba muriendo en el baño.

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