Intelectuales recuerdan a Walter Benjamin en el 50º aniversario de su suicidio en Portbou
Los actos conmemorativos que hoy comienzan en la localidad gerundense durarán hasta 1992
"Honra sin fama, / grandeza sin brillo, / dignidad sin pago", el leina de Deutsche Menschen, eso es precisamente lo que se ofrece allí, en el museo Schiller en Marbach, cerca de Stuttgart, a quien, con motivo del 50º aniversario de la muerte de Walter Benjamin, todavía quiera mirarlo (la muestra permanecerá abierta, hasta el 14 de octubre): testimonios de una honra sin fama, de una grandeza sin brillo, de una dignidad sin pago. Cristales de una vida que son, como seguramente los de ninguna otra, cristales de un siglo. Una cosa no debe, sin embargo, olvidarse al observar aquellas vitrinas tan llenas de lógica y de documentos; que, digan lo que digan esas vitrinas, de él hay que decir lo que él dijo de Kafka: que para entender su figura "en su pureza y en su particular belleza nunca hay que perder de vista una cosa, que es la de un fracasado".Y ahí surge, precisamente, el principal problema de esas vitrinas, contra el que, sin duda, intenta advertir el más que extraordinario catálogo de Tiedemann: la poca propiedad del medio. De las soluciones posibles, el museo es, seguramente, la peor; por la incompatibilidad de Benjamín con cualquier museísmo. Al que sigue un problema secundario: el engaño de la vitrina. Que da orden a donde no lo hubo, armonía donde hubo guerra, serenidad donde hubo tragedia.
El orden de las vitrinas tiene una cierta lógica hacia la muerte. La exposición parece formar dos grandes arcos: el más amplio y externo, el de la vida, cubre al más interno, el de la obra. El de la vida va de la plácida niñez al trágico final. Se abre con las fotos de esa adinerada niñez en el Berlín de 1990, no todas frecuentes -la foto en burro, la de húsar con espada y bandera, la del atelier de madame Lilí-, que no hacen sospechar todavía los trágicos destinos familiares: Walter, suicidio en Portbou; George, el hermano, muerte en un campo de concentr ación; Dora, la hermana, muerte por enfermedad en Zúrich en 1946. La historia comienza a torcerse ya en las vitrinas siguientes: la académica, con la infrecuente e impresionante foto de H. Rickert, el neolcantiano, y. los documentos del Benjamín traductor, que marcan ya la voluntad de un camino propio marginal y la necesidad de una salida extraacadémica; están allí las grandes, y todavía. famosas, traducciones de Baudelaire, Proust, la carta a Rilke, más dos papelitos diminutos, uno con un poema de D'Anunzio en letra de WB en italiano, el otro con la traducción privada al alemán.
Las tres mujeres
La complicación vital la refuerzan las tres mujeres: "... he conocido en la vida tres mujeres distintas y tres hombres distintos en mí. Escribir mi historia supondría representar el ascenso y caída de esos tres hombres y el compromiso entre ellos [Podría decirse también: el triunvirato que representa ahora mi vida]". De las tres, Dora, la que parece más burguesa y quizá más hermosa, es la única con la que se casó y la madre de su único hijo, Stefan. De Jula Cohri, la escultora, proceden las dos cabezas de Benjamin. Las fotos de la letona Asja Lazis expresan lo que era: una resoluta revolucionaria comunista de la época, con ese vestir ligeramente masculino de las mujeres comprometidas de entonces. Junto a las mujeres, las relaciones no siempre fáciles con los amigos: de todos ellos -Brecht, Kracauer-, en la exposición destaca la increíble foto del Adorno joven de 1917, inmensamente distinto a todo lo que conocemos: el tipo gordo, el intelectual calvo.En medio de todo, viajes, viajes constantes a todas partes y en todo momento. Viajes por motivos económicos: vivir gratis en casas amigas o irse a sitios, como Ibiza, que no cuesten casi nada. Viajes, también, por necesidad casi ontológica de huida. Textos y postales de Sevilla.El arco interior, que le da a la exposición una intensidad distinta, lo trazan las dos vitrinas dedicadas al centro de la obra: el ensayo sobre Kafka y los Pasajes. Más adelante, duro y realísimo es un documento tremendo: la foto de una reunión de catedráticos nazis en Berlín en la que se ve, rodeado de marrones enfilados con toda su parafernalia, al hoy afamado Heidegger, todavía joven, con su atildado bigotito y una mirada entre furiosa y fanáticarnente ambiciosa.
Al final vuelve la tensión al cerrarse el arco biográfico: el estallido nazi y el recorrido final hacia el suicidio. Todos los documentos tienen ahí fuerte carga emotiva, y, por encima de todos, la impresionante fotocopia del certificado de defunción de Portbou, con la foto de perfil, que explica, todo él en español, las circunstancias de la muerte.
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