Intensa reconstrucción sin imágenes de la matanza mexicana de las Tres Culturas
Surgió ayer en San Sebastián 90 la primera película que salta por encima de la barrera de la corrección y ofrece ese algo más que se espera de las películas que concursan en un festival internacional. Procede de México, se titula Rojo atardecer y reconstruye sin una sola imagen explícita la bestial matanza de cientos de manifestantes en la plaza mexicana de las Tres Culturas o de Tlatelolco, ordenada por el presidente Díaz Ordaz y ejecutada por el Estado Mayor del Ejército mexicano en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1968.
La plaza de Tlatelolco se llama también de las Tres Culturas que riegan las raíces de México: la ancestral aborigen, la moderna española y la occidental contemporánea. Tres de los lados del gran cuadrángulo de este hermoso ámbito urbano están ocupados por edificios representativos de estas tres fuentes de la identidad cultural y social mexicana. El cuarto lado lo cierran viviendas funcionales de la burguesía de la capital.A media tarde del día 2 de octubre de 1968 tuvo lugar allí una de las muchas concentraciones de estudiantes y obreros sublevados contra la corrupción del Estado mexicano y la explotación que aplastaba a la población pobre del país, es decir, a su inmensa mayoría.
Manifestaciones de este tipo venían sucediéndose en México, por contagio de los agitados mayos parisienses y californianos, desde tres meses antes. Pero los Juegos Olímpicos de 1968 debían comenzar en la capital mexicana 10 días después de aquel 2 de octubre y el cerebro de los militares genocidas, presididos por el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, decidió acabar de una vez y para siempre con aquel molesto movimiento de protesta que amenazaba con perturbar la "paz olímpica".
Multitud ametrallada
El Ejército rodeó la atestada plaza de las Tres Culturas, y sus tanques cañonearon y sus ametralladoras ametrallaron a la multitud. Hubo centenares de muertos y miles de heridos, entre ellos la iracunda periodista italiana Oriana Fallaci, que más tarde narró todo aquello en un veraz, feroz y demoledor reportaje testimonial.
Rojo atardecer, película mexicana dirigida por Jorge Fons, cuenta aquella salvaje deducción al pie de la letra del domingo sangriento de Petrogrado en 1905 y pone de manifiesto su condición de antecedente "democrático" de los similares sucesos ocurridos en la plaza china de Tiananmen y en la ciudad rumana de Timisoara. Se trata por tanto de un saludable y oportuno despertar de la memoria histórica, a través de una película que, a falta de medios materiales (se cuenta por aquí que Rojo atardecer ha encontrado, muchas dificultades, e incluso amenazas de secuestro, en medios oficiales mexicanos, después de casi 22 años de este terrible acto de terrorismo de Estado) se ve obligada a interiorizar el genocidio dentro de las cuatro paredes de una vivienda familiar en las proximidades.
Todo ocurre en off, fuera de campo: lo oímos, pero no lo vemos, lo que fuerza a los guionistas (el filme está dirigido con mucha corrección y magníficamente interpretado) a emplear inoportunos recursos melodramáticos, útiles en cuanto llamada sentimental para quienes conocen las minucias de aquel crimen, pero perjudiciales (porque crean exceso de complicidades) para quienes las desconocen, que son los más. Todos se saben hoy quién es Ceausescu y su Securitate, pero ¿cuántos recuerdan quién es Díaz Ordaz y su Estado Mayor? Sólo unos pocos. Para ellos el filme está más que bien, pero para los restantes se queda un poco corto.
Babelia
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