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Tribuna:CONVERSACIONES EN UN MUNDO QUE CAMBIA / 1
Tribuna
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Ni con el pueblo ni con el príncipe

Touraine habla del postsocialismo

Lo único seguro de este increíble momento político que estamos viviendo, caracterizado sobre todo por la bancarrota del comunismo en la Europa del Este, es que a partir de ahora el mundo habrá cambiado. Hasta ahora, sólo una parte de las cartas de la baraja han cambiado su posición y valor, pero en una época de absoluta interdependencia, en realidad sólo hay una baraja. Por esta razón, el escenario cambiará para todos, tanto para los nostálgicos del mundo comunista como para los apologéticos del sistema capitalista.En una situación de incertidumbre y absoluta inestabilidad, hay que partir del hecho de que, tras largos años de estancamiento, las cosas han empezado a moverse. Y ahora le toca actuar al pensamiento político. También aquí, en el Occidente capitalista, que, a diferencia del universo socialista, posee por sí mismo una extraordinaria capacidad de metabolizar la crítica y convertirla en un factor innovador. Pero esto también ha tenido que pagar la larga y, estática oposición al bloque comunista, esterilizando primero, para luego dejar que se gangrenen, problemas que dicho fracaso muestra más relevantes que antes. Es la pregunta de Bobbio: ¿los países más ricos serán capaces de dar una respuesta a la demanda de justicia social en la que, en un principio, los sistemas políticos comunistas crecieron y después naufragaron?

Mientras tanto, el callejón sin salida del comunismo parece que lleva consigo el fin del mito revolucionario que identificaba la lucha social y el progreso histórico hacia la toma del poder del Estado. ¿Pero esto significa tout court "el fin de la historia", como dijo recientemente Francis Fukujama, consejero del Departamento de Estado norteamericano? ¿El simple y puro triunfo del mercado? ¿Los nuevos conflictos y las nuevas opciones volverán a definir las diferencias entre izquierda y derecha que ya se daban por superadas? Y, en ese caso, ¿con qué palabras claves se podrá definir una política que no quiera de alguna manera ocultarse tras la simple administración de lo existente?

Aún está por resolver la compatibilidad real entre democracia y revolución informática, entre democracia y procesos de internacionalización y concentración de todas las formas de producción y consumo; sin olvidarse de la información. En suma, si no queremos acabar como aquel personaje de Altan que afirma con orgullo: "Ya tenemos la solución, ahora sólo hace falta encontrar los problemas correspondientes", tenemos suficiente para repasar los límites y virtudes de nuestro sistema, teniendo en cuenta lo que está pasando en el Este.

Nuestro breve viaje por Europa junto con filósofos, sociólogos e historiadores de las ideas, intenta comprobar en qué medida el pensamiento es capaz de organizar en este momento todos los nuevos acontecimientos que están sucediendo. Nuestro viaje comienza en París, en la École des Hautes Études, con el sociólogo Alain Touraine, el autor de La sociedad posindustrial, gracias al cual se introdujo en 1969 un término, utilizado después hasta la saciedad, l'après socialisme (el postsocialismo).

"Mire", me dice, "en el modelo social occidental es posible diferenciar tres etapas; la primera, la franco-británica del siglo XVIII, ve la modernidad como algo que se produce por sí solo, a través de la razón, la tecnología, la ciencia y el mercado. Después, introducida por la segunda generación (Italia, Japón y Alemania), surge la idea de que la modernización económico-social no se relaciona necesariamente con la modernidad, sino con la voluntad política y nacional. Y es lo que sucede durante todo el siglo XX, caracterizado por el dominio de la voluntad sobre la razón y del Estado sobre la sociedad; con todos los peligros de esta política estatalista, hasta el momento culminante de los regímenes totalitarios que producen sociedades irracionales e ineficaces, como muestra el fin del cornunismo".

¿Qué lección podemos sacar? Que la modernidad además de ser razón, es algo más. Es la capacidad de resistencia del individuo contra el Estado. Incluso oponiéndose a la misma racionalidad, visto que es mejor no confiar demasiado en la palabra progreso: más dinero, mayor felicidad; más máquinas, mayor democracia. ¡No es verdad! La racionalización y la libertad personal caminan por vías diversas. He aquí la diferencia entre la idea monista de una época (del iluminismo, el materialismo y el idealismo) y la época actual que reclama una visión dualista, una separación entre las presiones de la organización colectiva y el campo de los derechos del individuo.

La ciencia más avanzada

De este modo, por una parte está el Estado, las grandes empresas, el establishment, y por otra el individuo. En el centro no hay nada, el acceso está vacío. La sociedad no está allí para responder en bloque a la voluntad del pueblo o del príncipe. Si en el pasado los movimientos sociales vivieron una total identificación con el desarrollo económico y el progreso social, ahora éstos se alzan en defensa de los derechos del hombre: contra y no a favor de los órganos de producción.

¿Podría darnos algún ejemplo, profesor?

"Veamos, por ejemplo, la cuestión que actualmente más nos preocupa, la salud, que me lleva a considerar el hospital, la institución central como la característica mayor de nuestra sociedad. Es allí donde está la ciencia más avanzada, la que más ha progresado y más nos afecta. Aunque no veamos un conflicto abierto en el hospital, no hay duda de que en la opinión pública hay una evidente tensión entre los intereses de la industria biomédica y hospitalaria y los del individuo: ¿se trata de maximizar la lucha contra la enfermedad o la lucha a favor del individuo enfermo?"

Una vez, que hemos visto la sociedad en su totalidad, la separación y conflicto entre individuo y Estado, ¿en medio qué queda? ¿Sólo el mercado? El fracaso de los grandes proyectos políticos en este momento parece como si quisiera dar la razón a ese neoliberalismo que ha encontrado en la escuela americana del individualismo metodológico su laboratorio político y sus mejores cerebros. Hay que abandonar el caduco lenguaje de la política (valores, control social), nos dicen, y hablar más bien de estrategias individuales, riesgo, innovación tecnológica. Poco importa que esta corriente deje fuera del acceso a la riqueza a un tercio de la población de la Europa occidental y del norte de América, a cuatro quintas partes del sur del mundo.

Recientemente, Touraine subrayó con claridad los límites de esta corriente liberal, toda utilitarista. ¿Pero, entonces, cómo volver a introducir el concepto de justicia social?

"Mire, yo no soy ideológicamente liberal. Sólo estoy en contra del poder estatalista. Del liberalis mo tomo la separación del principio de racionalidad e individualidad. Éstos son los principios; el mercado es sólo un instrumento que permite que la eficacia y la moral no entren en contradicción. En cuanto a la justicia social, le daré una respuesta provocativa. No creo en ella. Justicia social significaría pensar en una correspondencia entre trabajo y redistribución, y mientras vivamos en una sociedad donde ya no se da una correspondencia entre lo económico y lo social, creo que más bien por justicia deberían entenderse las condiciones sociales necesarias para la libertad personal: existir físicamente, no estar subordinado a un poder opresor, tener posibilidades reales de elección".

Profesor, si me permite, quisiera hablarle de mi experiencia personal, que creo es común. Me siento sideralmente un extraño con el Estado, me horroriza la estupidez de la burocracia y la arrogancia del poder. Me preocupa la concentración y manipulación de la información. Pero este sentimiento sólo puedo compartirlo con un reducido grupo de amigos. Como consecuencia, siento una gran frustración porque no encuentro ningún espacio público donde pueda expresar esto.

"Perfecto", dice Touraine, .vamos a sacar las primeras consecuencias. Lo que se denomina política ya no se corresponde a lo que estamos discutiendo. ¿Tiene sentido retomar el modelo de la Revolución Francesa? ¿La idea de ciudadano, de construcción colectiva de una sociedad más justa, más humana, etcétera ... ? ¡Merde! Es justo lo que no queremos, lo que no funciona. Esta identificación de la libertad personal con la modernidad ya no existe. ¡Ya tenemos un dato! Los partidos, incluso de izquierda, no han reflexionado suficientemente sobre política, pedimos algo más. Pedimos que nos ofrezcan un mundo de debate, y deliberación que, separando la esfera del po der de la del individuo, se comprometa al mismo tiempo a reducir la diferencia entre los participantes de la carrera. Una buena política debe reducir las distancias en términos de dinero, poder, información y educación".

"Para esto es necesaria una política móvil, flexible. Cuanto mas jerarquizada, estructurada con estatutos y funciones definidas sea una sociedad, más moderna será. Con el fin de que la autonomía, el autocontrol y la responsabilidad sean fuertes, es preciso garantizar una multiplicidad de vías diversas que puedan alcanzar el mismo objetivo".

"Y todavía esto no es suficiente. Es, necesario añadir otro concepto universal, que reconozca a los hombres el hecho de ser hijos de Dios. En términos laicos, se trata de pedir el derecho natural".

"Por tanto, el verdadero fundamento político no es de tipo social, ni económico, ni siquiera nistorico. No es la historia, sino la antihistoria. No intenta proyectar una buena sociedad, sino pensar en la imagen más pesimista del poder, al que oponerse. En este sentido, los verdaderos fundadores de nuestra sociedad son los disidentes, quienes afirman el derecho moral contra cualquier tipo de poder".

Más sujetos que clases

"Hasta ahora, los conceptos utilizados tanto por la derecha como por la izquierda siempre han hecho referencia a las clases sociales. En un amplio sentido, la burguesía por una parte y la clase trabajadora por otra. Pero es justo esto lo que ya no funciona. Hay más sujetos que clases sociales. Diría que hemos pasado de una política pensada para categorías sociales a una para modos de gestión".

"En cuanto a la diferencia entre derecha e izquierda, le pondré un ejemplo muy concreto: el problema de la emigración. ¿Cuál es la respuesta de la derecha? Basta con los emigrantes, defendamos Francia, su estructura, su historia y su cultura. La izquierda, por el contrario, debería pensar en términos de admisión, diversidad, integración, no exclusión. Surge de nuevo una idea de sociedad más abierta y flexible, más inquieta, menos segura de sus propias definiciones, que sea capaz de razonar en términos de interrelaciones planetarías. Porque lo que interesa al Este interesa al Oeste, y lo que interesa a las ballenas interesa también al hombre".

"Estoy trabajando en un libro sobre Solidaridad. La atracción por el Este no sólo se debe al hecho de que se esté liberando de un poder opresor, sino a la sensación de que allí hay una ética de la convicción que nosotros no tenemos. Es verdad que la imagen prevalente, a primera vista, ha sido hiperliberal, y es lógico que sea así. Aunque, mientras la descomposición social sea mayor y sólo el mercado liquide el viejo sistema, esto conduzca a la catástrofe. Tiananmen es su fiel consecuencia".

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