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Derecho y moral en el Oriente Próximo

La salida a la crisis del Golfo desencadenada el 2 de agosto sigue siendo algo imprevisible. Sin embargo, se puede constatar que, por vez primera, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad han condenado unánimemente y sin reservas la invasión de Kuwait, por Irak como violación del derecho internacional. Se trata de un acontecimiento histórico que revela una nueva correlación de fuerzas en el mundo. Con todo, las reservas expresadas por países del Tercer Mundo, miembros no permanentes del Consejo, hacen pensar que existe el riesgo de que la tradicional tensión Este-Oeste sea sustituida ahora por una tensión Norte-Sur.Después de un mes, sobre esta crisis se ha dicho ya todo, o casi todo. Sin embargo, quisiera incidir en algunas cuestiones que han merecido escasa atención. En efecto, el Oriente Próximo es la región del globo donde el derecho internacional ha sido violado más a menudo desde hace más de medio siglo. Y cuando no lo ha sido, la moral y la equidad se han visto pisoteadas.

El Oriente Próximo conoce una inestabilidad crónica desde la caída del imperio otomano en 1918 y el reparto de sus restos por parte de las potencias de la época. Jóvenes Estados, como Siria e Irak, que hundían sus raíces en una historia milenaria, se sintieron frustrados ante las potencias dirigentes. Otros se constituyeron de forma más o menos artificial, como Jordania en 1920, o como los emiratos del Golfo tras la II Guerra Mundial: su fragilidad resultaba evidente.

En 1947, la partición de Palestina fue votada por la ONU por mayoría de un voto y en ausencia de una serie de países árabes, por aquel entonces todavía colonizados.

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El rechazo árabe se tradujo pronto en la primera guerra con Israel en 1948. En 1956, cuando se produjo la nacionalización de la Compañía Universal del Canal de Suez -nacionalización que hoy resulta del todo natural-, Nasser había sido calificado de "nuevo Hitler"; Francia, el Reino Unido e Israel habían intentado hacerle dar marcha atrás con una expedición militar que se había visto frenada bruscamente bajo la presión de Estados Unidos y de la URS S, satisfechos de incrementar su presencia en el Mediterráneo.

En 1967, Nasser se dedicaba a fanfarronear contra Israel, pero fue este país el que atacó militarmente a Egipto. De Gaulle fue el primero -y en un principio prácticamente el único- en considerar a Israel como el agresor. A continuación, la ONU condenó la adquisición de los territorios árabes por la fuerza, pero ¿qué ha hecho desde entonces para hacer respetar sus resoluciones?

En nombre de su seguridad, el Estado hebreo se anexionó en 1967 el Golán y Jerusalén oriental, y prosiguió silenciosa e impunemente con su incorporación gradual de Cisjordania y Gaza. Ha sido la Intífada, que se desencadenó en noviembre de 1987, el elemento que ha dado un frenazo a la operación y que ha obligado a la comunidad internacional a preocuparse por la situación.

De hecho, la cuestión palestina, hoy por hoy sin resolver, es como un cáncer que se extiende y provoca una metástasis en toda la región. La presencia de casi 500.000 refugiados palestinos en un Líbano de menos de cuatro millones de habitantes explica en gran medida la guerra que estalló en este país en 1975. Por más que el Gobierno libanés ha pedido la evacuación de las tropas sirias instaladas en el Este y en Beirut, y de las de Israel, acampadas en el Sur, allí se encuentran aún todas ellas. La fuerza multinacional (EE UU, Francia, etcétera) enviada al escenario del conflicto a principios de los ochenta se volvió sin pena ni gloria tras los atentados terroristas y la toma de rehenes.

En 1980, Sadam Husein se encontró en la misma situación que Israel en 1967. Enfrentándose a las provocaciones verbales de Teherán, invadió el Kurdistán. También él era el agresor, pero Occidente y la URSS, que, como reflejo de otras frustraciones, desconflan de la ola islánúca, expresaron su condena de manera formal, al tiempo que le apoyaban militar y políticarnente. En 1981 - cuando Israel destruyó las centrales nucleares de Tamuz, cerca de Bagdad, todos los Gobiernos denunciaron esta violación del derecho intemacional, pero sin dejar de alegrarse internamente.

La ONU condenó la utilización de armas químicas que provocaron la muerte de 5.000 kurdos iraquíes, pero ¿quién se inquietó realmente en 1982 por el bombardeo llevado a cabo por el régimen de Hafez el Asad sobre la ciudad de Hama, queocasionó entre 10.000 y 20.000 sirios muertos? ¿Quién, aparte de Amnistía Internacional y de la Federación Internacional de Derechos del Hombre, se ha conmovido por la violación de estos derechos en la región y por el trato dispensado a los trabajadores inmigrados en Arabia Saudí y en el Golfo?

Esta relación, por lo demás nada exhaustiva, suscita algunas cuestiones. ¿Se habría atrevido Sadam Husein a dar un golpe así si no hubiera tenido tantos precedentes impunes? ¿Lo habría hecho si las petromonarquías, defendidas por Irak de las ambiciones de Jomeini, se hubieran mostrado más generosas? ¿Por qué Estados Unidos no lanzó una seria advertencia a Bagdad desde el momento en que sus satélites detectaron la presencia de fuerzas iraquíes en la frontera?

A continuación, EE UU se decidió a intervenir, con una fuerza sin precedentes desde la guerra del Vietnam, para hacer respetar el derecho internacional, proteger a Israel y preservar las fuentes de aprovisionamiento de petróleo de Occidente. No se puede, sin embargo, olvidar, como recientemente recordaba el general Pierre Gallois, la preocupación del complejo militar-industrial norte americano, que, tras la distensión con la URSS, se inquieta por el descenso en las ventas de armas y por los riesgos de reducción del presupuesto de Defensa. La prensa de EE UU no ha dejado de hacerse eco de ello en las semanas que han precedido a la crisis.

Estas llamadas de atención y estas observaciones no pretenden en modo alguno minimizar la responsabilidad de Irak, sino que tratan de subrayar la necesidad de hacer respetar mejor el derecho internacional y de hacerlo coincidir en adelante con la moral. De lo contrario, se producirán nuevas explosiones en el Oriente Próximo.

Paúl Balta es director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente de la Universidad Nueva Sorbona, de París. Traductor: Borja González Riera.

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