Martinu, el gran olvidado
La conmemoración de los centenarios de nacimiento y muerte se ha convertido en una de las piedras angulares de programaciones de conciertos y festivales. Martinu, gran compositor checo, heredero de Dvorak y en cierto punto de Janagek nació en 1890. Nadie parece en España haberse acordado de él.
Martinu compuso seis sinfonías, en una exploración de las raíces folclóricas a través de un lenguaje contemporáneo. La versión que de la Sexta (1953) ha ofrecido en San Sebastián la Filarmónica Checa ha sido primorosa. El mundo misterioso, contrastado y poético del último fruto sinfónico de Martinu ha quedado clarificado por una cuerda compacta, cálida y comunicativa, en perfecta armonía con un viento sensible y empastado. Tal vez la Filarmónica Checa no sea una de las primeras orquestas en el ranquing de virtuosismo pero sí en el de personalidad sonora. Escucharla es como beber un vino viejo que el tiempo no sólo conserva, sino realza.
El sentimiento, con algún brote de melancolía, nunca sucumbe ante la nostalgia. Los aspectos cantables de la música están siempre en un primer plano.
Enlazar la sinfonía de Martinu con la Novena de Dvorak es todo un acierto y más cuando los días anteriores se habían ofrecido obras de Janagek y Mahler. La Sinfonía del nuevo mundo sonó como un cántico intimista, en que lo popular no excluía el refinamiento. El maestro Belohlavek, como Neumann hace unos Aías, se mostró perfectamente identificado por los pentagramas y con la orquesta, transmitiendo sin sobresaltos toda la carga de emoción que esta música lleva consigo.
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