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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un cúmulo de errores

"RESISTIR, RESISTIR, resistir", ha sido la reiterada idea central del discurso de Fidel Castro en el aniversario del asalto al cuartel de Moncada. Un numantinismo carente de perspectivas. Castro utiliza interesadamente el pasado -la ética de la revolución- y niega la realidad actual, en la que el enfrentamiento del mundo socialista con el imperialismo es cada vez más inexistente. Las cartas de la política mundial están repartidas de otra manera; vivimos un tiempo histórico en el que predominan el diálogo y la negociación.En ese marco ha planteado Castro el problema de los refugiados en las embajadas, con unos ataques contra España que aparentan más un estado pasional que el razonamiento estrictamente político de un jefe de Estado. No se puede dejar de señalar también que en la crisis hispano-cubana, el Ejecutivo español tiene una parte de culpa. Declaraciones improcedentes como las de Luis Yáñez, secretario de Estado de Cooperación Internacional, o la incoherencia en las actitudes de diversas autoridades españolas, templando o agravando según inexplicables cambios de humor, en poco han ayudado a rebajar la tensión originada por el comportamiento de la policía cubana, que irrumpió disparando en los jardines de la legación para detener a un ciudadano que anhelaba dejar la isla.

Errores que no justifican los ataques de Fidel Castro, tan absurdos como irresponsables. Absurdos, porque después de haberse aprovechado de la independencia de la política española con respecto a EE UU, incluso en tiempos del general Franco, resulta ridículo pretender ahora reavivar las pasiones de Baraguá y el odio al colonialismo español. E irresponsables, porque en la actual coyuntura cubana, una ruptura con España sólo podría empeorarla seriamente, teniendo en cuenta, por ejemplo, que nuestro país es el primer acreedor occidental de la isla caribeña. España goza de una sólida situación en el ámbito internacional, la suficiente como para poder mantener una actitud serena y de altura, respondiendo con firmeza a los ataques, pero haciendo lo posible para que no se produzca algo que perturbe definitivamente las profundas relaciones entre los pueblos de los dos países. En tal sentido hay que situar las consideraciones oficiales facilitadas ayer tras el Consejo de Ministros, en donde la razonable moderación prevaleció sobre cualquier otro considerando.

El asunto de los refugiados en las embajadas de La Habana -por mucho que lo magnifique retóricamente Fidel Castro- es semejante a otros casos que se han planteado en innumerables sedes diplomáticas y países. Siempre han tenido solución. El problema necesita, pues, una negociación concreta y con los plazos precisos para hallar una solución satisfactoria.

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