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Teatro valenciano de los toros

Miguel Ángel Villena

Decenas, quizás centenares, de pueblos valencianos celebran distintas modalidades de toros durante los meses de verano. Unas cuantas tablas para cerrar callejones y ramblas, unas vaquillas cansadas de recorrer las comarcas y las ganas de juerga de los indígenas resultan los ingredientes necesarios para incluir el bou embolat o el bou solt en los festejos. Desde la marinera Denia, que encierra a los toros frente a la playa como única escapatoria, a la serrana Navajas, que practica con fuego el bou embolat, la afición valenciana se decanta más por los toros que por los toreros.La devoción por la fiesta, por la puesta en escena, por el teatro de los toros ya les viene de lejos a los valencianos. A mediados del siglo XVIII el rey Fernando VI se vio obligado a enviar una carta a las autoridades valencianas en la que trataba de prohibir, en un esfuerzo inútil, las fiestas de toros en calles y plazas con razones tan reveladoras como "por los graves prejuicios que ocasionaban a los vecinos que las fomentaban cada día con mayores notables dispendios de sus cortos haberes, por los excesivos gastos que a porria se hacían, por celebrarlas cada uno con mayor lucimiento, retrayendo al mismo tiempo de trabajar en sus oficios los días que se celebran las fiestas, a cuyos perjuicios se seguían los otros de la perturbación que comúnmente causaban los toros que se corrían en calles y plazas".

Porque la afición taurina en una tierra que no cuenta con ganaderías ni ha podido encumbrar a toreros de primera fila sólo se puede explicar por la pasión que los valencianos sienten por el teatro, por el espectáculo.

Las ferias de toros o las sueltas de vaquillas figuran en programas de festejos de moros y cristianos, de fallas, de batallas de flores, de romerías. Una afición muelle y acomodaticia acude a la Feria de San Jaime de Valencia, con más interés por observar los trajes de luces, saludar a las amistades y esperar incidentes de la lidia que por calibrar una buena faena o el trapío de los toros. Salvo pequeños núcleos de catadores, el público de Valencia se queda más con la anécdota que con la categoría. A diferencia de otras exigentes aficiones, los valencianos se muestran muy generosos con los toreros. Quizás para prolongar el espectáculo con vistosas vueltas al ruedo.

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