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LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS

Carnavales de amor y borracheras

Antonio Caño

A. C. Tras la victoria revolucionaría del 1 de enero de 1959, el Gobierno cubano decidió trasladar la celebración de los carnavales hasta Finales del mes de julio para no hacerla coincidir con la zafra azucarera, la principal actividad productiva de este país y su principal fuente de ingresos por divisas.

Es una fecha de expansión lúdica en la que se derrocha cerveza y amor por todas las calles de La Habana y Santiago de Cuba, localidad oriental situada a 1.000 kilómetros de la capital. Se trata también de uno de los pocos actos de masas que se escapan al control del Gobierno y que la policía se ve incapaz de contener por mucho que se incrementen en las dotaciones de vigilancia y se trate de identificar en las esquinas a los muchachos con apariencia sospechosa.

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Los jóvenes se emborrachan, se saltan las reglas y los semáforos, y practican profusamente el sexo en el malecón. Nada los contiene.

En este contexto callejero, los teléfonos del embajador español en su residencia del barrio de Cubanacansonaron ayer insistentemente durante toda la noche: Una vez era para comunicar la presencia extraña de un grupo de varias decenas de personas frente a la Embajada. Falsa alarma. Hacían cola para comprar ron.

A las dos de la mañana, el pánico fue provocado por otros tres o cuatro hombres que se lanzaron de un autobús, casi en marcha, corriendo en dirección a la sede española. La policía cortó esa carrera con destino incierto.

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Dos horas después, otro autobús en las proximidades volvió a ser blanco de las sospechas policiales, aunque todo quedó, una vez más, en un susto. Cada noche hasta el día 28 será lo mismo.

Nadie va a impedir que a las nueve de la noche, chicos y chicas se echen profusamente a la calle con sus mejores ropas en busca de diversión.

Y nada va a impedir tampoco que muchos de ellos miren hacia los muros de la Embajada española, situada en un área urbana donde llega el fragor de la fiesta y símbolo del mundo improbable y desconocido al que algunos quieren acceder jugándose la vida en el empeño.

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