La construcción de la historia
Cuando los constituyentes alemanes de 1949 decidieron dar una forma federal a la República que nacía en las zonas de ocupación occidental, posiblemente ignoraban que estaban dando la forma más adecuada para la futura implantación de una Alemania unificada. Sin embargo, en aquel momento no hacían sino remitirse a la historia política de Alemania, en especial al momento en que, tras la dinastía sueva, el Reich alemán dejó de aspirar a la monarquía universal del Occidente. El imperio romano germánico había sido una simple cuestión alemana en la que la elección del emperador quedó confiada a algunos príncipes alemanes, eclesiásticos y laicos, que fueron los príncipes electores. Carlos IV fue quien dio forma definitiva a este orden alemán que cerró la cuestión del imperio en Italia y puso así fin a la larga disputa con el papado italiano. Los constituyentes de Bonn construían, dando figura federal al Estado, una estructura y una concesión alternativa a la del Reich alemán. Su elección estaba cargada de futuro, un futuro que hoy es nuestro presente. En la decisión alemana tuvo alguna influencia el modelo de la Constitución italiana de 1948, que adoptaba la figura de Estado regional y confería a las regiones, según dos tipos diversos -uno más amplio, otro más restringido-, el poder legislativo.Alemania e Italia han vivido acontecimientos similares porque tanto una nación como otra han quedado marcadas por su historia medieval, que veía, en una, la sede el papado y, en la otra, la sede del sacro imperio romano germánico. El papado impidió hasta el siglo pasado la unificación de Italia, y Alemania obtuvo su unidad nacional con la victoria prusiana en 1870. A ambas les ha faltado la formación del Estado-nación que tuvo lugar en otros países y que tan espléndidamente ha descrito Kantorowitz como "el doble cuerpo del rey". El Estado-nación ha sido una lograda imbricación entre lo sagrado y lo laico, ha creado imágenes, mitos, colores, en torno a esta figura, corona real e imperial o república femenina. Pero este grandioso éxito político ha sido el causante de que corriese a raudales la sangre de Europa durante el presente siglo. La guerra civil española de 19361939 fue una guerra de religiones en el sentido más antiguo. El apocalipsis de 1945 sirvió para destruir en Alemania la figura de la nación-Estado que los alemanes alcanzaron "a hierro y fuego", como quería Bismarck, aunque llegando a ella en el último lugar de todos los pueblos europeos. Hoy, junto a la exaltación por la caída del Estado comunista del Este, los alemanes están llamados a revitalizar su propia historia. Fuera de Alemania, y con un sentimiento no precisamente filoalemán, se oye hablar de IV Reich. Pero no es así. La Europa de los Doce, como el Estado federal y regional, se ha mostrado como una extraordinaria anticipación del futuro, pues, de hecho, ésa es la verdadera alternativa al Estado-nación y, más en concreto, al IV Reich. La legitimidad última de la Alemania unida es una comunidad, la europea, y no un Reich. Para confirmarlo bastaría repasar la disputa que tuvo lugar cuando el hundimiento del Estado comunista parecía evidente: ¿el proceso unitario iba a llamarse unificación o reunificación? El primer término indicaba una nueva entidad estatal, resultado de la reunión de los dos Estados alemanes, la República federal y la República democrática. La reunificación quería indicar el restablecimiento de la unidad alemana, tal y como era antes de la II Guerra Mundial, es decir, la reaparición de la Alemania de Bismarck. Prevaleció el primer término, esto es, el relativo a la continuidad de la República federal, a la que se unían el pueblo y el territorio de la República democrática. No es improbable que vuelva a presentarse el problema cuando se discuta el asunto de la capitalidad de la Alemania unida. ¿Bonn o Berlín? Berlín fue la capital de Alemania porque fue la de Prusia: es la capital bismarckiana. Bonn es la capital de una Alemania ligada al Occidente latino. Es la señal palpable de la menor importancia de la capital cuando se verifica la transición de un Estado-nación a una república federal.
Pero la crisis del Estado-nación, y de su consecuente figura laica y sacra a un tiempo, no tiene sólo dimensiones alemanas. España ha sido el primer país con un rey que "no conocía superior", es decir, un país ajeno a la monarquía universal romano-germánica, que ha aceptado un Estado con potentes autonomías regionales, tan diferenciadas entre sí como las italianas. El problema escocés vuelve a replantearse en el Reino Unido con más credibilidad que en la última consulta electoral al respecto. Y, por otro lado, ¿cómo es posible conciliar los particularismos étnicos que aparecen bajo la gran glaciación soviética y que pesan sobre la Europa central y oriental, sino superando la figura del Estado-nación? Ciertamente, la Comunidad de los Doce ha realizado un esquema integrado de organización que es imposible extender a países poscomunistas, al menos en los plazos adecuados que exige la determinación de un cuadro institucional común. Tal cuadro es una necesidad apremiante que no puede conducirse con los tiempos lentos de la disciplina comunitaria. Tal vez la CSCE o la idea de la Confederación Europea puedan ofrecer un primer modelo. El Consejo de Europa de Estrasburgo podría mostrarse como otra idea anticipada a los tiempos; podría convertirse con relativa facilidad en la asamblea de los Parlamentos de Europa tomando prestado, eso sí, un poco de fulgor del Parlamento Europeo. Pero la disolución del Estado-nación y la superación de Ias tensiones étnicas reclaman con rapidez medidas proporcionadas. Habrá que tener en cuenta, además, que estas diferencias regionales no sólo afectan a Europa por lo que a la disgregación de las naciones se refiere. Lo que está sucediendo en Canadá es significativo. Si Quebec se hace soberano, es posible que otros Estados canadienses se sientan con idéntica vocación, tal vez en la dirección que ofrece Estados Unidos de una especial comunicación de los pueblos, aun preservando su identidad. El factor étnico y el factor federal hacen de Estados Unidos un estímulo y un ejemplo para los países europeos. Es posible que estemos viviendo tiempos históricos, tiempos interesantes que, además, no son dolorosos. Es posible que pueda hacerse la historia sin tener que recurrir a la forma dominante de la confrontación bélica. Tal vez sea ésta la realidad que está tomando forma bajo nuestra atenta mirada.
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