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FERIA DE SAN FERMÍN

Mozas, mozas, mozas

Cada cual coloca el final de la transición española allí donde más le duele: tras el golpe de Estado de 1981, después de la caída del Gobierno de UCD o cuando caigan los socialistas. Pues no, no hay suficientes motivos. El final de la transición ha llegado con la participación de la mujer en las fiestas de San Fermín. Para quien ha vivido las fiestas desde hace 20 años esto no ha sido transición, sino revolución.La presencia masiva de la mujer en las fiestas no coincide con la llegada de la democracia. Primero hubo concejalas: luego, alguna concejala (que tuvo que aguantar las rechiflas de los pamploneses) osó disparar el cohete del 6 de julio. Una sociedad gastronómica sufrió una crisis de identidad porque, como cada año, ofrecían un almuerzo al presidente de la comisión de fiestas, y ese año, ¡quién lo iba a decir!, era una mujer, y en las sociedades gastronómicas no entran mujeres. Fueron necesarias dos asambleas de socios para que se aprobara la presencia de esa mujer que iba a dirigir la fiesta de San Fermín. Más de uno renunció a la comida.

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Presencia

Más tarde llegaron las primeras guardias municipales, que cuidaban del orden en el encierro. Pero entre la sociedad civil la presencia de la mujer seguía siendo mínima. Había que romper con generaciones enteras de mujeres que pisaban la calle sólo para tomarse un café después de los toros y ver los fuegos artificiales en la plaza del Castillo. En esos tiempos, si un mozo iba con su mujer durante las fiestas era difícil quitarle la fama de calzonazos. Hoy lo normal es preguntar: "¿Qué, dónde has dejado a la parienta?". Y es como una hazaña del hombre. Antes no había que preguntar nada: la mujer, en casa. Hoy, si el mozo va solo nada garantiza que su mujer esté en casa.

De un par de años para acá, las calles de San Fermín se han llenado de mozas. Las quinceañeras circulan en pandillas con atuendos hasta ahora reservados a los hombres; bailan más que ellos y, por supuesto, mejor, y quizá por un subconsciente de supervivencia siempre están más despiertas que sus mozos ante cualquier anomalía. Sólo quedan dos feudos para los mozos, pero en trance de desaparición: el encierro y los tendidos de sol de la plaza de toros. En los tendidos ya están, porque si bajan a la mina, ¿por qué no van a subir al sol? Ellas no son el 50%, ni el famoso 25%, pero tampoco una rareza. Hace unos años, a una mujer en sol los mozos le lanzaban pozales de agua para que se le transparentaran las tetas. Hoy, los mozos ya han visto más tetas, y, además, con las autóctonas no se atreven.

Sólo queda el encierro, pero ya en las vaquillas las mozas intervienen con arrojo y valentía. El encierro es cuestión de práctica. Sólo falta que crezcan las generaciones de niñas que corren en las astas de los toros de fuego o en los extinguidos encierros txikis. Y las fiestas serán de mozos y de mozas.

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