Cuatro columnas del desequilibrio
Las conversaciones económicas que han mantenido recientemente Estados Unidos y Japón constituyen el hilo argumental del presente artículo, en el que su autor se pregunta si el país oriental será capaz de tomar el relevo hegemónico del mundo, de la misma manera que EE UU lo tomó en su tiempo de Inglaterra.
"Para mí, el momento de la verdad llegó hace algunos meses a 30.000 pies de altura sobre el Ártico, en un vuelo de Tokio a Francfort. Me encontré a mí mismo preguntándome por qué estaba transfiriendo más y más activos de mi país a manos de los alemanes y japoneses. (...) Una o dos décadas atrás hubiera estado ayudando a transferir dinero americano a otras tierras. Hoy ayudo a mi país a endeudarse". El dilema de un banquero. The Business World. Traducido del New York Times Magazine, septiembre de 1989. El autor es Jeffrey Garten, banquero de inversiones de Nueva York.Las conversaciones económicas entre Estados Unidos y Japón ocuparon la atención mundial durante el mes pasado. No podía ser de otra manera, si se toma en cuenta que los asuntos tratados versaron sobre dos de los cuatro grandes problemas que actualmente afronta la economía internacional.
Inestabilidad
En efecto, en la presente coyuntura la inestabilidad e incertidumbre mundial reposan en cuatro columnas: a) el desequilibrio de la balanza comercial entre EE UU y Japón; b) el monstruo de dos cabezas (déficit fiscal y externo de EE UU; c) la inserción de los países del Este en la economía internacional; d) la deuda acumulada de los países en desarrollo.
Los tres primeros problemas han surgido de las relaciones y contradicciones Norte-Norte, mientras que el cuarto se sitúa en el escenario Norte-Sur. Este último no es asunto que quite el sueño a quienes manejan la economía mundial, por cuanto más allá de problemas de solvencia para algunos bancos del Norte, no amenaza globalmente el futuro desarrollo de las economías centrales. Es más, en la última década se ha podido comprobar que cuando el tema se pone caliente encuentran una nueva fórmula con la cual despiertan esperanzas en el Sur, las que finalmente terminan en la frustración y el desencanto. En última instancia, la estrategia de hoy parece ser la misma de inicios de la década: bloquear las iniciativas que surjan del Sur, insistir en el trato uno por uno y ganar tiempo, con la idea de que al final las cosas se arreglaran por sí solas, sin importar el alto coste social que esto pueda implicar. No ocurre lo mismo con los dos primeros problemas citados. El déficit- fiscal de EE UU -herencia de esa extraña mezcla de recortes impositivos por el lado de los ingresos y expansión de los gastos de defensa desarrollada durante el mandato de Ronald Reagan- ha continuado creciendo hasta el punto de desestabilizar no sólo las cuentas fiscales, sino también las externas, convirtiendo al país que hasta hace poco fuera el acreedor del mundo en el principal deudor del mundo.
¿Por qué el déficit fiscal se traduje) en déficit del sector externo? La expansión de Japón demuestra que el déficit fiscal de una gran potencia no necesariamente tiene que traducirse en déficit externo. Este país tuvo en los años anteriores a 1985 déficit fiscal, pero acompañado de... superávit comercial.
Como se expresa en el informe sobre la economía mundial de la Unesco, el eslabón perdido entre estos dos sectores es el nivel de ahorros internos totales y su relación con las inversiones y el gasto público. Si el ahorro de familias y empresas es mayor que la inversión, el Gobierno puede financiar el déficit público. Si los ahorros son insuficientes frente al déficit, no queda más remedio que acudir al mercado mundial en busca de esos fondos. Dado que el ahorro es el complemento del consumo, la clave para entender el déficit fiscal y externo reside, por tanto, en el nivel y ritmo de crecimiento de esta última variable. Y es aquí donde saltan las diferencias. El informe del Banco Mundial de 1989 señala que durante el periodo 1980-1987 Japón tuvo una tasa media de crecimiento anual de 2,9%, mientras que EE UU alcanzó 4,1%.
La solución pasa, en consecuencia, por restringir el consumo en Estados Unidos. Pero esta medida, tan enarbolada por el FMI en países donde el consumo ha llegado a extremos insostenibles, no parece estar en la mente de quienes toman las decisiones de política económica en Washington. La mejor y más reciente prueba de ello es el rechazo a las sugerencias de los japoneses en las negociaciones que tuvieron lugar en abril pasado. Como han difundido los cables, entre las políticas más significativas de Tokio se encontraban el incremento del impuesto sobre la gasolina, una reducción del número de tarjetas de crédito en manos de los norteamericanos, rebaja de primas que reciben los ejecutivos, disminución de exensiones fiscales que gozan los propietarios de viviendas, etcétera.
Hegemonía
El rechazo de EE UU a las medidas orientadas a disminuir el consumo y las presiones por resolver el problema a través de un crecimiento japonés basado más en el mercado interno antes que en las exportaciones constituyen la prueba de que los dirigentes de este país intentan resolver su déficit externo con medidas que se apliquen fuera de sus fronteras.
En general, estas presiones, aunadas a otros hechos recientes como la invasión militar a Panamá, el cerco televisivo a Cuba, etcétera, permiten afirmar que se asiste en los últimos tiempos a un escenario en el cual este país, con el uso de la fuerza política y militar, intenta mantener una hegemonía que en el plano económico se le escapa de las manos.
En este marco no sería de extrañar que la reciente victoria ideológica y política norteamericana, rubricada por los recientes cambios del Este, no se vea acompañada por el éxito económico, debido al rezago en términos de productividad de sus empresas respecto a sus homólogas alemanas y japonesas.
Desde otro ángulo, existen analistas que perciben el desarrollo tecnológico como la salida a esta situación incómoda. Sin embargo, sobre este tema es conveniente hacer algunas precisiones. Pues si bien EE UU y Japón se encuentran en la vanguardia, no menos cierto es que la orientación y el carácter de este desarrollo son distintos.
En efecto, los Gobiernos republicanos de EE UU, pese a haber renegado de Keynes, aplicaron en la década pasada una política económica del más puro estilo keynesiano, al hacer depender la reciente expansión económica del consumo privado, de un lado, y, de otro, al generar un déficit público en cuyo origen se encuentran programas bélicos como la guerra de las galaxias. Baste recordar que junto a la clásica recomendación keynesiana de contratar obreros por la mañanas para hacer huecos y contratar otros para taparlos por la noche está también la consideración de valorar como positivas las guerras y gastos en armamentos por la influencia que tienen en la demanda agregada. Como se aprecia, hay Keynes para todos los gustos; y no se sale del rigor académico al señalar que mientras antes de los ochenta se aplicaba el keynesismo en su vertiente progresista, en la última década se recurrió al rostro oscuro del keynesismo. Lo expresado anteriormente permite explicar las diferencias tecnológicas entre estos dos países.
En el caso de EE UU, la alta tecnología se ha desarrollado en estrecha relación con la industria militar bajo la fuerte protección del Departamento de Defensa y la NASA. En el caso de Japón, desprovisto de fuerzas armadas, por imposición de la ocupación norteamericana después de la II Guerra Mundial, el desarrollo tecnológico se orientó al mejoramiento del bienestar hogareño.
Éste es el motivo por el cual Japón tiene superávit en su balanza comercial con EE UU en los rubros de maquinaria, bienes electrónicos, vehículos, equipo fotográfico, etcétera, mientras que EE UU sólo puede mostrar superávit en el rubro de comida y animales vivos (año 1988).
De otra parte está el hecho de que mientras las empresas japonesas, para mantener y ganar mercados, tienen que poner énfasis en la calidad y costes, pues de lo contrario perderían clientela, las empresas norteamericanas concentran sus esfuerzos en la mercadotecnia antes que en la calidad, por tener clientes fijos en el Departamento de Defensa.
En definitiva, el mundo pareciera asistir al duelo en la mesa de negociaciones entre las dos primeras potencias económicas actuales; la diferencia reside en que una está en descenso y la otra en ascenso. Una se caracteriza por su resistencia al cambio y a las nuevas situaciones, mientras la otra, la japonesa, a lo largo de toda su historia, ha mostrado una virtud que no se puede dejar de mencionar: una enorme capacidad para adecuarse a lo nuevo, aun cuando ésta sea sumamente adversa, como lo fue la crisis del petróleo.
¿Tomará Japón el relevo hegemónico del mundo, de la misma manera que EE UU lo tomó en su tiempo de Inglaterra?
No es fácil responder a esta pregunta, máxime hoy, cuando el mapa económico-político del mundo se recompone. Alemania, el otro gigante de la escena mundial, fortalecida por los recientes sucesos, es el tercer actor potencial de esta lucha no explícita por el liderazgo mundial.
Lo que debe quedar claro es que la hegemonía norteamericana, por muy cuestionada que se encuentre, no cederá espontáneamente. La supremacía en el comercio exterior como expresión de la supremacía económica no es suficiente para el relevo. Tiene que existir una visión estratégica global, que aún no parece insinuarse claramente en el caso japonés.
Una visión estratégica global implica, entre otras cosas, tener participación activa en los distintos frentes y problemas de orden mundial. La situación que hoy confrontan los países del Sur, en especial América Latina, pueden ser motivo de indiferencia para potencias de segundo y tercer orden que sólo conciben la rentabilidad económica como el único motivo para correr riesgos, mas no para la potencia de primer orden que aspira a mantener o ganar hegemonía mundial. Lamentablemente, EE UU, con una miopía histórica propia de los imperios en decadencia, parece únicamente dispuesto a ofrecer a los países de la región ideología y armas.
es economista peruano, master en Economía y Política Internacional.
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