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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El don de la palabra

Eric Rohmer debe andar ahora por los 71 o 72 años. Viendo Cuento de primavera, la primera impresión -una de nuestras concesiones habituales a la superficialidad- es que no es posible que tanta y tan generosa locuacidad, que tanto ingenio con apariencia de ocurrencia espontánea, de algo inventado allí mismo, delante de la cámara, provenga de una persona con no muchos años de vida por delante y que en teoría debe haberlo dicho ya todo, estar cansado.

El error de esa inevitable primera impresión proviene del pedestre empleo de una óptica rasero de medir talentos en relación con la edad. Al menos en el caso de Rohmer, hay que invertir sin contemplaciones esta manera falsaria de mirar sus obras: no es que a Rohmer le queden pocos años de vida por delante; lo que le ocurre es que tiene muchos de vida por detrás y ésa es precisamente la fuente cada día más inagotable de su locuacidad, de su generosidad, de su ingenio torrencial, de su conocimiento enciclopédico de los comportamientos cotidianos de la gente. Es un viejo creador, apasionado por contar fabulaciones y con el don de la palabra intacto.

Cuento de primavera

Dirección y guión: Eric Rohmer. Fotografía: Luc Pages. Francia, 1989. Intérpretes: Anne Teyssedre, Hugues Quester, Florence Darel, Eloise Bennett, Sophie Robin. Estreno en Madrid: cine Alphavillle.

El cine de Eric Rohmer -y Cuento de primavera lo es en primer grado- ha sido comparado con algunas bebidas alcohólicas radicales, de esas en las que se entra o no se entra de una vez y para siempre en sus tragos; de esas que crean adicciones o rechazos, sin término medio. Pues más o menos lo mismo ocurre con las películas de este último gran clásico en activo del cine francés: se aceptan como son y como son se aman, o uno se va a otro cine en busca de otros horizontes.

Quedan por ello advertidos los que no entran habitualmente por el aro de Rohmer: Cuento de primavera es una película que lleva impresa como pocas la marca de su procedencia.

Gente común

Rohmer puro. No se sabe bien qué es eso, pero la expresión, aplicada a este cineasta, tiene sentido y es un indicio de la envergadura del estilo que hay dentro de su obra, cuyos capítulos pueden medirse en relación a un residuo ideal que todos en conjunto han dejado en la memoria del cine moderno.Por esta causa, este Cuento de primavera resulta en parte una película ya vista: devuelve en estado de gracia las esencias de ese aludido estilo en forma de un muestrario antológico de todas ellas. Rohmer es de esa rara especie de cineastas que siempre hacen la misma película, pero que bajo su continuo repetirse a sí mismo muestra con extraordinaria sutileza ser dueño de una gran variedad de registros y de recursos argumentales y expresivos. Es la misma variedad que se mueve por debajo de la aparente uniformidad de los hombres comunes; y ésa es la materia narrativa, dramática y poética de Rohmer: los hombres comunes y sus incursiones suaves e incluso inconscientes en lo no común, en lo distinto, en la distinción misma. De ahí su elegancia.

En Cuento de primavera vuelve a rebuscar Rohmer las disociaciones entre las palabras y los hechos; en las inefables inconsecuencias del comportamiento y, lo que es más distintivo suyo, la secreta (hasta que la mirada de Rohmer, arroja luz sobre ella y todo lo hace diáfano) coherencia que tales inconsecuencias adquieren cuando están incardinadas en una persona. Pocos como Rohmer han esclarecido, sin énfasis alguno, las contradicciones humanas.

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