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Fukuyama 'versus' Erich Fromm

Frente a las tesis del final de la historia y de la determinación del hombre, Juan Barranco recuerda que "el hombre libre es por necesidad inseguro; el hombre que piensa es por necesidad indeciso". La evolución debe seguir, dice.

Hace algunos días, releyendo el ya más que famoso trabajo de F. Fukuyama, me vinieron a la memoria algunos de los ya casi olvidados análisis de E. Fromm en su Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (The sane society), acuñado en 1955, y leídos por mí con unción un año antes de la convulsión social de mayo de 1968.Aunque pueda causar una cierta extrañeza -en unos momentos en que el psicoanálisis y su validez científica, a pesar del interés conmemorativo de Freud, han experimentado un franco retroceso- cabría preguntarse si, situados en el principio del fin de la historia, según Fukuyama, los análisis de Fromm siguen vigentes o, en otras palabras, si la sociedad occidental instalada en el sistema democrático, con un elevado nivel tecnológico y altos índices de producción y consumo, es una sociedad sana. La pregunta es importante, porque si realmente el proceso final de la historia -siempre según Fukuyama- ha de conducir a una homogenización política de los Estados industriales desarrollados, América del Norte, Europa y parte de Asia, en definitiva, del norte mundial, cabría preguntarse si es admisible una translación mecánica de dicho principio del fin a la evolución, en todos los aspectos, de las sociedades, respectivas.

Consultado Fromm, la respuesta podría, por alarmante que parezca, ser afirmativa: "Exactamente como el hombre transforma el mundo que le rodea, se transforma a sí mismo en el proceso de la historia". Concluida, pues, la historia, llevaría aparejado el final de la evolución individual y social del hombre. Alarmante, al menos, para los que pensamos que las sociedades civilizadas, lejos de estar sanas, presentan características patológicas que el esfuerzo humano y el acontecer histórico pueden y deben superar.

Fukuyama, en su profundo e intelectualmente riguroso, aunque discutible, ensayo señala muy acertadamente el papel de las ideologías de todo tipo, políticas, culturales, religiosas, en el proceso evolutivo, económico y social. En otras palabras, los sistemas y la ética de valores no serían ajenos a las formas de producción y relación en el marco de una sociedad determinada. Y si bien es cierto que la crisis económica y el final de determinadas ideologías ha supuesto una crisis de los valores tradicionales en el ámbito de nuestras sociedades, no es menos cierto que aquellos que son comunes por su origen al socialismo y al liberalismo, heredados directamente de Rousseau y de las revoluciones americana y francesa, han sido los grandes impulsores del avance social humano: libertad, igualdad y, fundamentalmente, solidaridad. A ellos habría que añadir el happyness americano, la búsqueda de la felicidad.

Abstracciones

Fromm señalaba las características humanas que necesitan las sociedades capitalistas del siglo XX: "Hombres que cooperen sin rozamientos en grandes grupos, que deseen consumir cada vez más y cuyos puestos estén estandarizados y fácilmente puedan ser influidos o previstos. Hombres que se sientan libres e independientes, pero que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social". Habría, sobre estas bases, un proceso de abstracción y cuantificación de la persona humana, que ha de conducir, inevitablemente, al fenómeno de la enajenación con consecuencias graves en la relación del hombre moderno con sus semejantes y consigo mismo. El hombre se sentiría a sí mismo como una cosa para ser empleada con éxito en el mercado de trabajo, y su relación con los otros sería la de dos abstracciones que se usan recíprocamente y que la feroz competencia, la congestión urbana, el tráfico, etcétera, van a hacer que entren en colisión. A ello hay que añadir aquellos elementos que caracterizan el proceso de alienación. Siempre siguiendo a Fromm, la conformidad frente a una autoridad cada vez más anónima, la pérdida de intimidad, la huida de sí mismo propiciada por la búsqueda absorbente del placer y el trabajo concebido únicamente como deber y como obsesión. Situaciones alienadas que nada tienen que ver con la libertad individual, con la conciencia humana: "El hombre libre es por necesidad inseguro; el hombre que piensa es por necesidad indeciso". Sartre utilizó anteriormente casi las mismas palabras.

Pero hay más. Lo que antecede pone en cuestión que la libertad, al margen de sus aspectos político-formales, esté conseguida. Igualmente no lo está la igualdad en sociedades duales en las que conviven la opulencia y la pobreza, la integración en el sistema y la marginación. Tampoco la felicidad se ha conseguido. Infelicidad material de los que nada o casi nada tienen mientras la publicidad les invita al consumo. Infelicidad de los que padecen el gran cáncer psicológico de la depresión. Y, finalmente, la solidaridad, elemento fundamental de la ideología social-demócrata, es puesto en cuestión por los representantes de una ideología conservadora, del materialismo de Wall Street, cuya expresión más ingenua y paradigmática sería la primera ministra británica, Margaret Thatcher, tan admirada en sus tiempos de éxito político por sus homólogos españoles.

Y es obvio que la solidaridad gran diferenciadora, es llave pararan la consecución de los otros tres grandes valores: libertad, igualdad y derecho a la felicidad.

La sociedad industrial, y para algunos opulenta, de finales del siglo XX, pese a los innegables avances, tiene en su seno elementos patológicos que es necesario corregir sobre la base de la solidaridad humana. Se detenga o no la historia, la evolución hacia una sociedad más libre, más solidaria, más justa y más feliz debe continuar. Hay que disipar los temores de F. Fukuyama. Psicología, arte, literatura, creación, en definitiva, deben también continuar. Una sociedad libre y feliz no puede ni debe ser aburrida. El trabajo, como decía Fromm, es 1a ejecución de actos que todavía no pueden hacer las máquinas". Y si los placeres intelectuales, cuyo disfrute es posible tanto en la saciedad como en el hambre, nos van a estar vedados, ¿cómo articular dignamente el ocio y el derecho a la pereza?

Juan Barranco es senador y portavoz del Grupo Municipal Socialista de Madrid.

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