Acelerar la construcción europea
Unos meses después del Consejo Europeo de Estrasburgo y de la precedente cumbre extraordinaria, dominados ambos por el análisis de los acontecimientos del Este, va a tener lugar mañana, día 28, otro consejo extraordinario en Dublín, con objeto de analizar la situación creada a raíz del lanzamiento de la unificación alemana. Analizar la situación y tomar decisiones, es de suponer, puesto que es evidente que los hechos citados están teniendo una influencia indudable sobre el proyecto comunitario en un momento particularmente importante de su desarrollo.Una consideración que estuvo presente en la generalidad de los análisis a partir del otoño pasado fue la concerniente al papel indudablemente positivo que representaba la Comunidad en la nueva situación europea, como factor de estabilidad y como pieza maestra de la futura arquitectura continental. El ejemplo más significativo en este sentido lo proporcionaba la unificación alemana: considerado en el marco de la unidad europea y como parte de un mismo proceso, el hecho de la unificación venía desprovisto de la mayor parte de los aspectos inquietantes que, desde diversas perspectivas, se le atribuían de forma más o menos explícita.
Sería, sin embargo, ingenuo pensar en un desarrollo sin contradicciones. Y contradicciones capaces de poner en crisis aspectos fundamentales del proyecto europeo.
Recientemente el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, ponía en guardia contra una línea de pensamiento que venía a decir que, siendo el nacimiento de la propia Comunidad un acontecimiento vinculado a la Europa de posguerra, a la guerra fría, su propio desarrollo quedaba afectado por el punto final que a la posguerra se está poniendo en estos momentos. Se trata, sin duda, de una afirmación que encierra tintes de exageración, pero que de ninguna manera conviene menospreciar.
De forma menos concreta conviene parar mientes en la significativa alteración de los equilibrios internos de la Comunidad derivados de la irrupción de la cuestión de la Mitteleuropa, de la que la unificación alemana es el aspecto más saliente, pero no el único. Todo el mundo ha subrayado el riesgo de un hegemonismo alemán, derivado del incremento de su poderío económico. Más importante a mi juicio es el aspecto político del fenómeno, a saber, el hecho de que la unificación esté teniendo lugar, en su concepción (anexión, de hecho, de la RDA por la República Federal) y en sus ritmos, por encima de las reticencias, más o menos disimuladas, de la práctica totalidad de los socios comunitarios de Alemania.
La cuestión suscita una inquietud explicable en los medios franceses, acostumbrados a, considerar a su país como el motor principal del proyecto comunitario. Pero también en el Sur (Portugal, España, Italia, Grecia), donde a raíz de las últimas ampliaciones se nutría la ilusión de desplazar parcialmente hacia el Mediterráneo el centro de gravitación de la Comunidad.
En una escala diversa es necesario advertir el efecto sobre el debate del que hasta la irrupción de los sucesos del Este aparecía como el objetivo dominante en el horizonte europeo el mercado único de 1992 y todos los elementos relacionados con la realización del Acta única. Baste indicar a guisa de ejemplo que, a pocas semanas del comienzo de la libre circulación de capitales en la mayor parte de los países de la CE, la importantísima batalla por la armonización de la fiscalidad sobre el ahorro no sólo ha sido prácticamente abandonada, sino que ni siquiera se perciben los ecos de la misma. En el ámbito de la unión monetaria, a la tradicional resistencia británica se ha sumado la reticencia procedente de la República Federal. Pese a las declaraciones tranquilizadoras del canciller Kohl, la imprescindible colaboración del Bundesbank se presenta cuando menos dudosa. "Aun duplicando nuestros esfuerzos no seríamos capaces de dar vida al mismo tiempo a dos uniones monetarias, la alemana y la europea", declaraba a comienzos de este mes de abril Schlesinger, vicepresidente del Bundesbank. No hacía falta decir cuál era la prioridad en esta alternativa.
Considero conveniente llamar la atención sobre todos estos riesgos porque únicamente a partir de la conciencia de los mismos, incluso al nivel de la opinión pública europea, podrá reaccionarse en forma adecuada.
En los medios de la Comisión de Bruselas se suele decir estas semanas, frente a esta situación, que ante la evidente aceleración de la historia, es necesario reaccionar acelerando la construcción europea. La cuestión reside en pasar de las palabras a los hechos. Y en este sentido la próxima cumbre de Dublín cobra un extraordinario interés. De ella cabe esperar, en primer lugar, decisiones que disipen ciertas inquietudes en cuanto al efectivo lanzamiento del proceso de unión monetaria, que, como es sabido, implica una reforma de los tratados.
A estas alturas, sin embargo, esto, con ser importante, sería poco. Aprovechando la puesta en marcha del proceso de revisión de los tratados parece conveniente plantear una reforma de mayor alcance político en un doble sentido: ampliación de las competencias de la Comunidad y reforma institucional que posibilite el ejercicio democrático de las mismas.
Lo primero es singularmente importante, entre otros, en un dominio especialmente sensible como es de la política exterior y de seguridad. Esta cuestión, presente desde hace tiempo en el horizonte del pensamiento federalista europeo, cobra hoy un interés superior ante el planteamiento de un nuevo sistema europeo de seguridad que sustituya la provisionalidad de hecho instaurada tras los acontecimientos de los últimos meses.
En cuanto a la reforma institucional, debe significar -aunque no solamente- mayores poderes legislativos y de control para el Parlamento Europeo. No parece necesario insistir en que el llamado déficit democrático de las instituciones comunitarias resulta cada vez más insoportable en unos momentos en que se pide y se espera mayor protagonismo de la propia Comunidad.
La relación entre el desarrollo de políticas comunitarias, incluidas aquellas de intervención positiva implícitas en el concepto de cohesión económica y social, y el reforzamiento político e institucional de la Comunidad es hoy más evidente que nunca. Expresémoslo con palabras de M. Duverger, que en su última monografía, La liebre liberal y la tortuga europea, plantea el siguiente interrogante: "¿De qué serviría ligar la reunificación de Alemania a su integración en Europa si ésta queda reducida a una zona de libre cambio sometida a la ley del más fuerte?". Igualmente interesante es la respuesta: "Todo depende de la capacidad de la Comunidad de dotarse de nuevas instituciones que hagan de ella el pivote en torno al cual se vayan agregando en círculos concéntricos las naciones actualmente situadas fuera del club de los Doce, pero destinadas a integrarse en el mismo progresivamente".
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