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Stalin ya no es amado en su pueblo natal

"No era de los nuestros. Nació en Georgia, pero representó los intereses del imperialismo ruso"

Pilar Bonet

Josif Stalin ya no es amado en su Georgia natal. Pero su herencia de intolerancia está viva en el movimiento nacionalista radical, que se fortalece en el vacío de poder institucional ante la mirada preocupada de georgianos no menos nacionalistas, pero más ponderados. Estos sectores temen que se les tilde de falta de patriotismo, la peor etiqueta que pueden colgarle hoy a un georgiano en esta república de antiguas tradiciones, donde viven 5,5 millones de habitantes. Osetinos y abjasos, minorías étnicas que dan nombre a dos repúblicas autónomas (un 3% y un 2% de la población de Georgia, respectivamente), se niegan a apoyar el Independentismo de Tbilisi. Una enviada de EL PAÍS viajó recientemente a la zona.

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Las fotos de Stalin que antes aparecían en los escaparates del centro de Tbilisi han pasado al trastero o al fondo de la sastrería. Para los camioneros georgianos, que solían llevar el retrato de Stalin en la guantera, venden hoy por 25 rublos las fotos de bellezas nórdicas desnudas.

Las imágenes de Stalin en las fachadas públicas son tan atacadas como las de Lenin, y quien pregunta sobre Stalin a los líderes de las fuerzas vivas georgianas obtiene respuestas resumibles en una sola: "Stalin no era de los nuestros. Nació en Georgia, pero representó los intereses del imperialismo ruso".

Las fuerzas vivas radicales son siete partidos agrupados en el Foro Nacional de Georgia (FNG), una entidad cuya mayor gesta ha sido boicotear y retrasar hasta el otoño las elecciones parlamentarias, previstas para el 25 de marzo. Los partidos están en proceso de legalización en Georgia para que puedan concurrir como tales a las elecciones, pero el FNG no quiere saber nada de urnas en el sistema soviético y prepara sus propias elecciones paralelas con sus propios criterios del patriotismo georgiano.

" El Foro surgió dictado por la necesidad de consolidar el movimiento nacional, para encauzarlo en una dirección", dice Zviad Gamsajurdia, el líder de la Unión de Helsinki de Georgia, en la bella mansión-museo heredada de su padre, el escritor Constantin Gamsajurdia.

"Lo controlamos todo"

Zviad anda ajetreado con el aniversario de la acción militar del 9 de abril. Muchos georgianos han olvidado que este hombre bien parecido, arrestado en 1977 como líder de la Unión de Helsinki, vio atenuada su condena porque dio información al Comí té Estatal de Seguridad (KGB) y "se arrepintió" ante las cámaras de la televisión.

"Lo controlamos todo", dice Gamsajurdia, refiriéndose a las decisiones de la Administración georgiana y a la creación de empresas mixtas internacionales en la república. "Se ponen de acuerdo con nosotros. Nos preguntan y nosotros damos el visto bueno o no", señala. Con el Comité Central del Partido Comunista Georgiano "mantenemos el diálogo, planteamos exigencias y ejercemos presión", dice Gamsajurdia, según el cual este proceso comenzó después del 9 de abril de 1989. Givi Gumbaridze, el jefe del partido y presidente del Soviet Supremo, 1ntenta no entrar en conflicto con el movimiento nacional" y "cumple nuestras exigencias". Del actual Soviet Supremo, que ha adoptado una resolución según la cual Georgia fue anexionada por la Rusia soviética en 1921, Gamsajurdia no espera "nada más".

El Foro, dice, "ya resuelve muchas cosas, como el nombramiento de algunos cargos. El Gobierno exige a menudo el visto bueno del Foro, y antes de hacer algo pregunta si el Foro está de acuerdo". El Foro quiere elegir un Parlamento que represente a la oposición. "A todo el pueblo no es posible mientras esté aquí el Ejército soviético. Unas elecciones generales son sólo posibles cuando se marchen los ocupantes. El Congreso tiene por fin restablecer la independencia de la que gozó Georgia entre 1918 y 1921", dice.

La posición de Gamsajurdia respecto a las repúblicas autónomas de Abjasia y Osetia del Sur, fundadas, respectivamente, en 1921 y 1922, es inequívoca. Abjasia "es una tierra georgiana, y si quieren separarse, los abjasos tendrán que marcharse de Georgia y organizar un movimiento en otra parte". Otro tanto piensa de Osetia del Sur, cuyo movimiento, afirma, es "instigado" por Moscú. Gamsajurdia fue uno de los abanderados de una expedición que: pudo acabar en matanza en noviembre de 1989, cuando miles de georgianos, imbuidos de patriotismo y no desprovistos de armas, según medios moderados, fueron a celebrar un mitin a Tsjimvali, la capital de Osetia.

Gamsajurdia es tajante ante los turcos de Meshjetia, que residían en Georgia hasta ser deportados por Stalin a Uzbekistán en 1944. "Su patria es Turquía. ¿Por qué deben volver a Georgia? Esta no es la tierra de sus antepasados. Ésta es la tierra de los georgianos, y aquí son ocupantes". A Gamsajurdia no le importa que los turcos de Meshjetia, hoy parias víctimas de la matanza de Ferganá, vivieran en Georgia en el siglo XVIII. Aquello fue una "ocupación ilegal".

"Después de la tragedia de Ferganá, la reacción normal de nuestra sociedad hubiera sido pedir que volvieran aquí los turcos de Meshjetia que se consideran georgianos", dice Tamara Chjeidze, una mujer de 30 años que está entre los fundadores de la sociedad Ilia Chavchavadze, una asociación bautizada con el nombre de un político georgiano asesinado en 1907 en un atentado atribuido a la policía zarista, del cual los georgianos responsabilizan hoy a los bolcheviques y a Sergo Orzhonikidze.

Tamara Chjeidze no oculta su antipatía por Gamsajurdia y los sectores agrupados en el Foro. Ella está entre quienes tratan de dar contenido a un espectro político entre el Frente Popular, que quiere ir a las elecciones de otoño, y el Foro. En este espectro están los liberales, que esta semana formaban en Tbilisi un nuevo partido (la Unión de Demócratas Libres de Georgia) a partir de un club de discusión política. Tamara cree advertir en la política georgiana el peligro de un "neobolchevismo" que se expresa ante las minorías nacionales de la república.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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