_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pasar del posmodernismo al poscomunismo

Los focos de la pasarela cultural se encuentran centrados en el strip tease de la segunda potencia del mundo.Entre las ocasiones que proporciona la historia o la vida para contemplar desnudos, ninguno de tan magnífica magnitud como el que interpreta el bloque socialista. Pierre Cardin ha llevado a sus modelos de primavera-verano para desfilar sobre el pavimento combado de la plaza Roja; los grandes almacenes Bloomingsdale de Nueva York y los Macys, Liberty, Lafayette o El Corte Inglés se nutren de productos que evocan las brumosas sociedades ocultas hasta hace unos meses por una oscuridad casi impenetrable y una peste característica. Al posmodernismo sucede el poscomunismo.

El enorme armarlo del flanco oriental se ha abierto rezumando olor a moho y sopas inextricables, pero tras sus puertas se extiende la mayor superficie seudointegrada del planeta. Una vastedad que en la Unión Soviética significa más de 22 millones de kilómetros cuadrados y una atmósfera a la que corresponden apenas 13 almas por cada 1.000 metros cuadrados. Desde ese espacio infinito, al que estimaba Gogol capaz de resistir el galope de un caballo durante tres años seguidos sin alcanzar sus fronteras, llega, sin embargo, la moda.

Es, de acuerdo con la magnitud del ensueño, una moda misteriosa, extraída de residuos y ropas usadas. Una moda fea en parte, como corresponde a su designio, pero una moda turbadora como corresponde a su imago. Un producto vulgar del que no ha sido barrido el polvo, pero una mercancía distinta de la que no fue extirpada aún ni la rudeza ni el secreto. "La fuente .de inspiración (de nuestros modelos) la encontramos en el folclor de los fríos países nórdicos de Europa, sobre todo Rusia. Aspecto rústico y artesanal". Esto dice el folleto de propaganda para la exposición que comienza hoy de Selec Balear y que agrupa a marcas de calzado tan representantivas como Lotusse, Patricia, Yanko, y Camper.

El telón

Gillo Dorfles habla en su libro Elogio de la inarmonía del efecto iconostasis, presente en los cultos ortodoxos rusos. Los feligreses asisten al culto de la misa separados por una falsa pared cubierta de iconos que sólo les permite vislumbrar, pero no percibir por entero, los gestos y cepos del sacrificio. Rusia, tras el telón de acero y los celajes de la guerra, fría, se había convertido en una escena fantasmal.

En los teatros, el telón que vela los artilugios desempeña una función de cesura entre la ficción y la realidad, entre lo natural y el artificio. Tras el telón, al otro lado de los espectadores con una vida individual e histórica, se desarrolla el mundo de lo imaginario, donde a la fuerza el espacio el tiempo están regidos por leyes diferentes.

Lo diferente. Basta que se descubra. una opción alternativa para ser procesada aceleradamente en el mundo de la moda.

No se trata tan sólo de los vestidos, los zapatos, los escritores perseguidos en Praga o en Moscú. El arte ruso de vanguardia de los años veinte, el constructivismo en particular, se ha convertido en una nueva fuente de creación occidental estimulada por la opción de lo distinto. "Rusia está de moda incluso entre los arquitectos", dice Fernández Galiano en la presentación del último número de Arquitectura Viva, dedicado casi por entero a la influencia de las formas angulosas, hieráticas y quebradas, propias del constructivismo y el suprematismo ruso, en las nuevas formas de construcción o, mejor dicho, del movimiento llamado deconstrucción. Leonidov, Melnikov, Vesnin, Ginzsburg se han convertido en referencias paradigmáticas para una parte de los arquitectos norteamericanos en boga. En el verano de 1988, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) exhibió una muestra sobre la deconstrucción, y con ese motivo el reverenciado arquitecto norteamericano Philip Johnson se declaró "fascinado por las semejanzas formales... que existen entre estos arquitectos... y el movimiento ruso". Decía aún más, refiriéndose a los deconstructivistas expuestos. Afirmaba que el tema más obvio de estos creadores (la superposición en diagonal de formas rectangulares y trapezoidales) "aparece claramente en la obra de toda la vanguardia rusa, desde Malevich a Lissitzki". Y agregaba: "La similitud, por ejemplo, entre los planos alabeados de Tatlin y los de Hadid es evidente. El lini-nismo de Rodchenko aparece en la obra de Coop Himmelblau y en la de Ghery, y así sucesivamente".

Doble dirección

Los norteamericanos se pirran hoy por lo ruso. ¿Y los rusos? ¿Se pirran por lo norteamericano y lo occidental? Efectivamente. El movimiento poscomunista es de doble dirección. Desde Occidente se importa la opción formal de los países del Este y desde Oriente se pretende adquirir el mundo material o simplemente la materia de Occidente.

¿Se acabarán fundiendo las dos dinámicas en una esfera de cultura común? El semanario italiano L'Espresso preguntó recientemente a Josif Brodskij, poeta ruso y ciudadano norteamericano, premio Nobel de Literatura en 1987, sobre el porvenir de estas tendencias. Su respuesta, una vez establecidas las diferencias de idiosincrasia, no pudo ser más rotunda. A la larga, afirma, todo será absorbido por la ley del dinero: "El futuro no es de una fe ni de una idea... El dinero, pecado original, será también el pecado del porvenir. El dinero es el verdadero ordenador del mundo".

En una reciente encuesta realizada en la República Democrática Alemana, los dos objetos más cotizados del mundo occidental resultaron ser todavía la ropa interior (calzoncillos) y las pastillas de jabón. Ni siquiera ocupó el segundo lugar los pantalones vaqueros.

La Unión Soviética cuenta con unos 300 millones de habitantes, y junto a los países de su bloque componen una muchedumbre de 420 millones. Algunas de las más poderosas empresas del hemisferio capitalista han empezado a extender sus estilos publicitarios sobre las pantallas de la televisión. McDonald's, Pizza Hut, Kodak, Adidas, Johnson & Johnson, Colgate, Pepsi, Rank Xerox, British Airways, ICI, Visa, Amex, MasterCard, Coca-Cola, han desplegado los estímulos de sus ofertas sobre una población que sigue haciendo colas para adquirir un rollo de papel higlénico o un paquete de pepinos congelados de Polonia. El negocio está allí. El sueldo medio de la población rusa se encuentra entre los 150 y los 200 rubios a la semana. No es mucho, pero imposibilitados para consumir según sus deseos, el ahorro llega hasta el 75% de los ingresos. Actualmente, no sólo las hamburgueserías McDonald's se ven incapaces de dar abasto. La firma de cosméticos norteamericana Estée Lauder ha debido recurrir a un sistema de vallas para ordenar las largas colas que se forman en su establecimiento de la calle Gorky, en Moscú, inaugurado hace un año.

Entre tanto, en el MOMA de Nueva York se prepara para este verano una nueva exposición con dibujos y bocetos de arquitectos constructivistas rusos prestados por el Shchusev de Moscú. La cosmética occidental en el Este y la manera cosmética de aplicarse en Occidente lo ruso cierran el bucle económico y artístico de embellecer el fenómeno poscomunista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_