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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La unidad monetaria y el nuevo ritmo europeo

LA UNIÓN económica y monetaria de las dos Alemanas ha dejado de ser, desde el pasado domingo, el señuelo catalizador del proceso electoral que ha vivido la República Democrática Alemana. Ahora es la más inmediata tarea que los Gobiernos de ambos países abordarán, con el fin de poner freno al acelerado deterioro que la economía de la RDA experimenta desde el pasado noviembre. A partir del próximo julio, la misma moneda circulará en las dos Alemanias, posibilitando formalmente el acceso de los alemanes orientales a los estándares de bienestar de Occidente, pero, al mismo tiempo, se abolirán los beneficios sociales que el Gobierno occidental concede a los emigrantes de la República Democrática desde la caída del muro.La trascendencia de la anticipación de ese horizonte un unificador excede a la pretensión de la República Federal de Alemania de atajar las consecuencias que ese intenso flujo migratorio ejerce sobre las economías de ambos países. La unidad monetaria alemana pasará a convertirse, además, en la gran promotora y revitalizadora de los ritmos que ha de seguir el más amplio proceso de integración económica y monetaria en la Europa comunitaria. En esa dirección va dirigida la última propuesta de la Comisión de creación de un sistema federal de bancos centrales, y la gradual sustitución de las 12 monedas nacionales por la destinada a ser la moneda europea, el ECU.

Sobre la base de la identificación con el objetivo final establecido en el plan Delors, esa propuesta pretende responder a algunas de las más serias objeciones suscitadas y asumidas tenazmente por el Reino Unido ante el diseño de construcción de una Europa unificada conómica y monetariamente. Especialmente significativa es la menor prioridad asignada en este nuevo esquema a un control presupuestario centralizado, asociado a la imposibilidad para las autoridades nacionales de incurrir en déficit. Esa mayor autonomía presupuestarla no habrá de implicar, en cual quier caso, la alteración de la ortodoxia monetaria como consecuencia de las exigencias de financiación de los eventuales desequilibrios presupuestarios.

El sistema de bancos centrales previsto, con capacidad para decidir la política monetaria, subraya la independencia política de éstos ante los respectivos Gobiernos nacionales, en términos similares a la que disponen la Reserva Federal o el Bundesbank en Estados Unidos y Alemania Occidental, respectivamente. Un consejo compuesto por los 12 gobernadores de los bancos centrales hoy existentes decidirá sobre tipos de interés y la emisión de ECU.

La progresiva sustitución de las 12 monedas nacionales por el ECU, además de su dimensión simbólica, dispone de una justificación económica específica en el ahorro de costes cambiarlos que la coexistencia de 12 monedas nacionales implica. La introducción de una sola moneda comunitaria podría ahorrar hasta 20.000 millones de ECU (2,7 billones de pesetas) a las empresas europeas en sus transacciones intracomunitarias.

Una de las eventuales consecuencias de esta aparente aceleración en el ritmo de unificación monetaria europea radicaría en el cambio de actitud de la primera ministra británica hacia ese proceso, y más concretamente la definitiva incorporación de la libra esterlina al mecanismo de cambio del Sistema Monetario Europeo. La conveniencia de tal decisión se presenta hoy tanto más evidente cuanto mayores son las exigencias del empresariado británico de reducción de los tipos de interés en su país, y más explícitos los pobres resultados comparativos que, en términos de la lucha contra la inflación, ha deparado la conservación formal de esa autonomía.

Tan lejos del gradualismo asociado a la competencia darwniana de las monedas europeas, propuesto por la primera ministra británica como mecanismo de selección por el mercado para la disposición de una moneda única, se encuentra hoy la inicial pretensión alemana de ralentizar los ritmos previstos en el plan Delors. El desenlace electoral propiciado por el canciller Kohl en el país vecino puede constituirse hoy en el revulsivo que la integración monetaria y económica de Europa necesitaba.

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