Extraña comedia macabra
El choque entre el actor estadounidense Michael Douglas -todavía aprendiz, pues por mucho oscar que tenga en su vitrina aún sigue siendo un divo con algunos registros no afinados en incluso deficientes- y su colega y compatriota Kathleen Turner -mucho más segura de sí misma y dueña de un aparato expresivo propio y eficacísimo, que complementa a las mil maravillas a su espectacular imán sexual- viene de atrás, de otras películas protagonizadas por ellos.El duo entre ambos no ha alcanzado todavía, ni probablemente alcance nunca, esa condición semi institucional que en el pasado adquirieron algunos emparejamientos en la pantalla pero la mezcla que conforman juntos funciona bastante bien y La guerra de los Rose desvela algunas de las fórmulas -no enteramente halagüeñas para el actor- que activan esta curiosa química mutua, un enfrentamiento recíproco que les hace crecer a ambos cuando se tienen que ver las caras delante de una cámara.
La guerra de los Rose
Dirección: Danny DeVito. Guión: Michael Leeson. Estados Unidos, 1989. Intérpretes: Kathleen Turner, Michael Douglas, Danny DeVito. Estreno en Madrid: Lope de Vega, Amaya, Cid Campeador, Juan de Austria, Novedades, Aluche y, en versión original subtitulada, Pleyel.
En La guerra de los Rose Kathleen Turner arrolla a su oponente con tal contundencia, que Douglas bastantes dificultades tiene para mantener el tipo frente a ella sin despeñarse en el ridículo. Es más, Douglas acude, con un cálculo muy inteligente, al ridículo como recurso de auto sostenimiento, como territorio de identidad interpretativa que le permite mantenerse en pie ante la capacidad de la estrella rival para devorar la pantalla y hacer suya cada imagen por donde ella pasa. El filme, concebido como una inacabable lucha sin cuartel entre ambos, se vertebra precisamente sobre este juego de predominios en el arte y la artimaña de absorber el protagonismo de las imágenes. Tiene, por ello, algo de secreta batalla autobiográfica para ambos intérpretes.
La mujer-fiera
El filme es una aparatosa comedia negra, de estilo excesivamente retorcido a causa de los titubeos de Danny DeVito a la hora de encontrar un punto de vista convincente desde el que desarrollarla, punto de vista que no logra discernir del todo, incurriendo en algunos torpezas a la hora de dar un ritmo interior adecuado a las secuencias e incluso a la de determinar el encuadre. Como consecuencia de estas carencias de estilo y oficio hay desequilibrios en las entretelas de la película, que es una rocambolesca pelea matrimonial que oscila entre escenas bien diseñadas, muy poderosas, y escenas con graves carencias de ideación, endebles. Entre unas y otras casi no existen en el filme zonas de engarce y menos aún de reposo entre punto alto y punto alto, lo que le da una inevitable sensación de horizontalidad, de falta de escalada y de ascenso, de sentido de la progresión y de crecimiento dramático.Douglas compone un personaje de hombre debil, embarcado en una feroz lucha para la que no está dotado, mientras Kathleen Turner ofrece un alarde de mujer fuerte, ella sí metida hasta al cuello en las artes de una esgrima psicológica, en las que se mueve como el pez en el agua. La actriz alcanza aquí por ello las alturas de la estrella y parece evidente que entra en una zona de plenitud de su carrera. Su mujer-fiera lo es con todas las de la ley y su caliente y bellísima presencia tiene algo de inquietante y temible, lo que ayuda a Douglas a hacer verosimil a su esperpéntico personaje-pelele.
Curiosa, irregular, divertida y original película, atípica dentro de las tradiciones de la comedia hollywoodense, y que tiene dentro ella a una actriz que por sí sola es capaz de mantener en pie a los castillos de naipes que guionista y director han ideado para dar soporte y cauce a la tremenda energía fotogénica de Katheleen Turner.
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