Ante todo, rediseñar la ciudad
En los próximos días el Ayuntamiento de Barcelona decidirá la adjudicación de un hotel en la plaza de España, con el consiguiente derribo de uno de los monumentales edificios construidos durante la Exposición Internacional de 1929 en la mayor plaza con que cuenta la capital catalana. El autor, principal inspirador del nuevo urbanismo barcelonés, reivindica que cualquier decisión sobre este edificio o sobre la plaza de toros de Las Arenas -que también podría ser derribada- requiere la definición de un proyecto global sobre esta parte de Barcelona
La polémica sobre el posible derribo de la plaza de toros de Las Arenas y la reciente presentación de proyectos para el hotel de la plaza de España son temas de evidente importancia para Barcelona. Ambos se están discutiendo, equivocadamente, como acontecimientos autónomos, sin tener en cuenta que se incluyen en un problema más general sin la solución del cual ningún proyecto puede garantizar una calidad urbana de todo el sector. Me refiero a la necesidad de reproyectar unitariamente la plaza de España, situada en un punto crucial para el futuro de la ciudad.La plaza de España fue proyectada y coordinada en todos sus elementos urbanos y arquitectónicos, con motivo de la Exposición de 1929, por el arquitecto Nicolau M. Rubió i Tudurí. Desde la neoclásica plaza Real no había habido en Barcelona una experiencia de este tipo. Barcelona es una ciudad con plazas de corte medieval, o consecuencia de arreglos consecutivos en su reforma y expansión durante este siglo, todas ellas resultado de diversas interferencias históricas y casi nunca como resultado de un proyecto total, unitario y coherente.
Rubió proyectó todos los edificios del entorno -destinados a hoteles para la concurrencia a la Exposición- siguiendo la textura de ladrillo de la plaza de toros, edificio construido en 1901 por Augusto Font, uno de los maestros del último eclecticismo, en el que las tendencias medievalistas y exóticas -al tiempo que fieles a los regionalismos españoles- apuntaban hacia la revolución estilística del modernisme. Rubió ordenó y clasificó el tráfico, la iluminación, los accesos al metro y el paso de los tranvías, unificando todos sus elementos no sólo con una eficacia funcional, sino con un inusitado orden estético. Coordinó la obra de otros arquitectos, especialmente la de Josep M. Jujol, autor de la magnífica, esplendorosa fuente central y del pavimento de mosaico a su alrededor.
La Feria
La fuente, de planta triangular, centra con gran habilidad las dificultades impuestas por las directrices contradictorias de las avenidas que concurren a ella: la línea de la Gran Vía, la avenida de María Cristina y la diagonal del Paralelo y la carretera de Sants. La plaza de España fue durante muchos años un buen ejemplo de diseño urbano completo y total.
Pero la plaza sufrió también la vandálica -y, sobre todo, inculta- destrucción de la Barcelona franquista. La Feria de Muestras mutiló gravemente la columnata; los antiguos hoteles han ido degenerando funcional y estéticamente; los expertos en circulación construyeron el túnel que desfigura la estructura urbana; otros expertos cambiaron todos los pavimentos y destrozaron el mosaico de Jujol, que era una auténtica maravilla; la fuente se ha mutilado y su restauración nunca se ha completado; la plaza de toros está medio abandonada; el eje María Cristina, que explica uno de los elementos ordenadores de la plaza, fue abandonado a las indigencias más depauperantes, ocupado desconsideradamente por los aparejos insalubres de la Feria de Muestras.
Algunas de estas cosas se han intentado arreglar gracias a la iniciativa abnegada de los urbanistas del Ayuntamiento, como, por ejemplo, una parte de la columnata y el eje María Cristina -aunque sigue maltratado por la Feria, contra todos los convenios y por encima de la autoridad municipal-, pero lo demás sigue en un desorden esperpéntico: la circulación caótica no permite leer la geometría de la plaza, el pavimento sigue soterrado bajo unos jardincitos ridículos, la calle de Tarragona amenaza con un grave sventramento, la arquitectura sufre degradaciones de diversa especie.
Estos últimos años se ha hecho un gran esfuerzo para rediseflar muchos sectores de la ciudad. Hemos visto nacer y renacer plazas, calles, parques e incluso elementos urbanos más insignificantes. Pero de la plaza de España nadie se ha acordado, y todavía ha ido acumulando más y más disparates físicos. Y ahora aparecen las propuestas de sustituir los dos grandes edificios presidenciales sin que nadie haya hecho un estudio de rediseño de toda la plaza. Es un caso verdaderamente anómalo. En un ámbito urbano en el que todo había sido cuidadosamente proyectado, se van a modificar sus dos elementos más importantes, atendiendo sólo a su autonomía funcional, sin que tengan que adaptarse a una idea unitaria del conjunto. Sin duda, es un gravísimo cambio de método y de jerarquías en los sistemas de control formal de la ciudad.
Primero, proyectar
No hay ninguna duda: la polémica sobre el derribo de la plaza de toros, que debe atender también a la calidad objetiva y al valor de testimonio de la obra, y los temores de una sustitución muy poco cualificada arquitectónicamente -y la que se aproxima sobre los hoteles-, son discusiones mal planteadas. No se pueden juzgar estos proyectos sin antes saber cómo tiene que ser en su globalidad la plaza de España. Parece que hemos olvidado un eslogan que sirvió de punto de partida para los esfuerzos de reconstrucción de la ciudad: lo que primero hay que proyectar, lo que tiene una incuestionable posición jerárquica es el espacio vacío, lo colectivo, lo que determina fundamentalmente la forma y, por tanto, la identidad de la ciudad. Sin un proyecto de la plaza no puede haber ni proyecto de hoteles ni propuesta de sustitución o rehabilitación de ninguno de sus edificios. Si no seguimos este mé todo, engendramos un inmenso bodrio, y los ancianos del lugar echaremos de menos las buenas maneras de nuestro inolvidable Nicolau M. Rubió i Tudurí.
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