La Serena
Ocupados los medios de comunicación por llegar hasta los más insignificantes detalles del último escándalo político, apenas han tenido espacio, tiempo y voluntad para informar al país de la inauguración por los Reyes de la presa de La Serena, el pasado viernes 3 de febrero. Si la trascendencia de un suceso se tuviera que medir por la atención, tiempo y espacio que le dedican los medios de información, bien se podría colegir que el escándalo provocado por el enriquecimiento de Juan Guerra va a suponer para la España de nuestros días un suceso de la importancia que tuviera para la de Francia de fin de siglo el caso Dreyfus: por el contrario, de acuerdo con el mismo canon, la presa de La Serena no es más trascendente que la variante de carretera de Talavera o la de Alicante, tan sólo un botón de muestra del desarrollo de nuestro país en la década que concluye.La presa de La Serena es, con todo, la mayor realización española en el. campo de las obras hidráulicas desde la ejecución del trasvase Tajo-Segura, una pieza clave para la garantía de futuro de una comarca tan deprimida como prometedora. Su erección ha creado un embalse de 3.200 millones de metros cúbicos, el mayor de España y el segundo de Europa, un lago artificial con un espejo de agua de 13.000 hectáreas de superficie; ha incrementado la reserva hidráulica del país en un 10%, y en un 50% la de la provincia de Badajoz, particularmente bien dotada -por la regulación del Guadiana- en este tipo de infraestructura; ha regulado de manera definitiva los caudales del río Zújar, el principal afluente del Guadiana, y creado un potencial de 50.000 hectáreas de nuevos regadíos mediante el canal de Los Barros que partirá de la presa para conectar con el canal de Las Dehesas. Independientemente de tal utilidad inmediata, la presa de La Serena ha creado en el corazón (le la Siberia extremeña -ese yermo de pizarra verticalizada, sin apenas capa vegetal, pobre de pastos y de arbolado, dominado por un clima de rigor, máximo responsable de esa terrible ecuación ecológica: una oveja por hectárea- un lago interior de más de 200 kilómetros de perímetro, superior al litoral vasco.
Pero la presa de La Serena no ha despertado la atención de los medios de comunicación, que le han dedicado menos espacio que al incendio de una cisterna en una autopista. No ha sido noticia. Para bien o para mal (sin duda lo primero, desde mi punto de vista), la presa de La Serena no ha tenido mala prensa; no ha sido un Riaño; no ha inundado ningún pueblo o caserío de cierto nombre, no ha obligado al traslado de vecinos y no ha provocado protestas. No ha dado lugar a que uno de tantos energúmenos, con una preparación de media hora para escribir su columna y convertirse en portavoz de la sinrazón de los embalses, levante su voz contra la arrogancia del Estado, en favor de los oprimidos y en defensa de los grandes valores históricos y naturales perdidos por la inundación. Con pocos defensores han contado las pizarras y grauvacas precámbricas de aquel complejo, y ni siquiera los benevolentes ecologistas, sin duda sabiéndose apoyados tan sólo por unos pocos lagartos, han dejado oir su verde y melodiosa palinodia. La presa de La Serena ha costado 12.000 millones de pesetas, y si se estimara en 50 pesetas el valor del metro cúbico de agua aplicada a los regadíos de Badajoz, podría reportar 15.000 millones de pesetas anuales. Una obra que sin causar graves daños ni lesionar intereses anteriores crea tan sabrosos beneficios no puede dar lugar a la demagogia, y, por tanto, no interesa a los medios de comunicación.
Parece fuera de toda duda que los sujetos predilectos de los medios de información son las crisis, los escándalos y los trapos sucios. Y sihay nombres propios y personajes de relieve de por medio, mejor que mejor. Se diría que es el descubrimiento del vicio oculto lo que -casi exclusivamente- concede al informador su condición de servidor público, al tiempo que eleva su estatura moral, aunque sólo sea por el hecho de no estar contaminado por el mal que denuncia. El efecto suele ser tan poderoso que ni siquiera es aminorado por una cierta turbiedad con que se obtiene la información o incluso por la escasa veracidad de la misma. Es casi una ley que nada nefando puede ser totalmente desmentido. Semejante caldo de cultivo conduce necesariamente a ciertas actitudes informativas -de las que adolecen todos los órganos de comunicación, sin ninguna excepción, y buena parte de los informadores que no necesitan del anonimato, tal es la seguridad en la que se mueven- atentas a la denuncia por encima de cualquier otra cosa. La noticia que no tenga graves repercusiones y secuelas -sea una crisis política, un escándalo público o una demanda judicial- sólo provoca indiferencia, como si se refiriera a un inocuo limbo infantil separado del orbe adulto y democrático dominado por la denuncia.
Nadie pondrá en duda que los medios informativos son los mayores responsables del estado de la opinión pública de un país. Pero no para ahí la cosa. Son responsables también del estado previo a la formación de la opinión, del clima en que se recibe una noticia y de la esperada reacción que suscita; son responsables de que la sociedad esté ávida de ciertas informaciones y se muestre en todo indiferente a otras; de la acumulación de datos innecesarios sobre un asunto que ha despertado interés y del mantenimiento de la ignorancia sobre otros de mayor trascendencia. El tan invocado derecho del ciudadano a la información lo ejerce todo informador al estilo mandarín, con el ojo siempre puesto en su dominio sobre el público y en la mejor explotación del caso. Así un seudo-Catón domina la escena, el juego mas extendido consiste en poner el dedo en la llaga, y quien se aparte del sistema de denuncias se arriesgará a convertirse en un nuevo marqués de Valdeiglesias, aquel orfebre de los ecos de sociedad.
En el momento actual el Estado español está embarcado en un programa de obras hidráulicas del que depende buen número de cosas y parte del crecimiento ciudadano, agrícola e industrial del país. La presa de La Serena ha tenido suerte; la Prensa, la radio y la televisión no han tenido ocasión de denunciarla, y sólo por eso podrá ejercer su benéfico influjo en silencio, sin despertar la atención del temido y aguerrido columnista. Pero después de La Serena tienen que venir Las Omañas en León, Rialp en Lérida y Comunet en Huesca, piezas igualmente imprescindibles para la regulación hidráulica, pero que, desgraciadamente, tienen detrás una historia de protestas y denuncias que sin duda se avivarán en el momento de su construcción; y hasta es posible que se repitan las acrobacias y payasadas de Riaño. El silencio en torno a La Serena contrasta con el clamor levantado en aquel caso, dominado por un estado de opinión levantado por cuatro voceras. El silencio en tomo a La Serena no crea estado de opinión, ciertamente, y por eso es culpable; culpable de mantener al público en la ignorancia respecto a ese embalse y a toda la política hidráulica; culpable de preservar la falaz vinculación de los embalses a la época franquista y no desmontar de una vez tan necia leyenda; de conservar en latencia un estado de opinión sólo dispuesto a interesarse por los escándalos y las catástrofes; culpable, en fin, de preparar el terreno y dar pábulo para que el ignorante de tumo, al que le basta media hora para preparar su columna diaria, nos aleccione ante el próximo caso sobre lo que no se debe hacer en el campo de las presas.
es escritor.
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