El irrealismo del 'problema alemán'
Desde un punto de vista realista no existe un problema alemán. Sería más correcto decir que el problema alemán es un objeto político artificial creado por aquellos poderes imperiales -victoriosos en la II Guerra Mundial- que pretenden retrasar lo más posible su decadencia antes que anticiparla y resolverla mediante la regeneración del papel a desempeñar en la escena internacional: la Unión Soviética, Francia, el Reino Unido y, en ciertos aspectos, EE UU.Para estas potencias, si bien a escala diferente, la unificación de Alemania representa el fin explícito de su derecho a influir en el continente europeo en calidad de naciones privilegiadas y el inicio de una fase en la que han de transformarse en partes negociadoras vinculadas a un régimen de poder internacional plural. Y aún más importante, el fin de Yalta implica la imposibilidad de mantener en vigor el bluff que encierra el desequilibrio entre la capacidad económica y el poder político-estratégico que caracteriza a esos cuatro países.
Estas potencias no pueden decir abiertamente no a la (re)unificación alemana (es irreversible). Aun hoy en día están tratando de condicionarla y retrasarla para poder seguir defendiendo su propio papel de potencias internacionales (de ahí la ambigüedad de Bush y Mitterrand, las condiciones de Shevardnadze, la hostilidad sistemática del Gobierno británico).
El sentido de la realidad es el mejor regulador natural de las relaciones internacionales. La irrealidad es precursora de conflictos. ¿Cuál es, en estos momentos, el panorama real de la (re)unificación alemana?
1. El primer, y principal, elemento de la realidad política es que los alemanes del Este, mediante un amplio movimiento popular, han decidido apuntarse a un sistema de libre mercado y destruir el Estado fantasma creado por los soviéticos. Si esta realidad viene a confirmarse en las elecciones, ninguna fuerza externa podrá modificarla.
2. Para los alemanes del Este, el único modo de implantar un sistema de libre mercado es mediante su incorporación a Alemania Occidental (y a la Comunidad Europea). La (re)unificación alemana, por tanto, es ante todo una fórmula práctica para respetar el derecho a la democracia y a la riqueza de los alemanes del Este.
3. El Pacto de Varsovia no existe ya como entidad real. Los cambios políticos en los países del Este han extendido la frontera de Occidente hasta el confín de la. Unión Soviética. La realidad es que entre la OTAN y la URSS existe una zona neutral de hecho que convierte en absurdo e irreal el problema de la neutralidad alemana.
4. La nueva Alemania no constituye un peligro político. Las nuevas generaciones han dado suficientes pruebas de democracia y responsabilidad internacional. Un porcentaje de neo-nacionalismo debe ser considerado como algo fisiológico (como ocurre en Francia y en Italia), pero no peligroso siempre que el desarrollo económico se mantenga al alza y, sobre todo, siga siendo distributivo.
5. La (re)unificación alemana debe concluirse en un espacio de tiempo muy breve. Las condiciones económicas de Alemania del Este no permiten esperar a que culmine la construcción del sistema político de la Comunidad Europea.
Sobre la base de esta realidad, el problema alemán no existe. Es tan sólo un problema interno alemán desde el momento en que se han venido abajo los motivos históricos y políticos que habían internacionalizado el problema alemán, creándolo.
El único punto que puede y debe negociarse cuanto antes en el seno de la Comunidad Europea es el relativo a la política monetaria. Para crear una economía moderna en Alemania del Este es muy probable que deba revalorizarse el marco, lo cual crearía problemas estructurales en el Sistema Monetario Europeo. Ello podría resolverse si toda la Comunidad aceptase compartir el peso de la reconstrucción de Alemania Oriental.
'Problema europeo'
Aquel que habla de problema alemán no pretende sino retrasar el hallazgo de una solución realista al problema europeo.
El derrumbamiento del imperio soviético le crea a Europa, de hecho, tres problemas reales: la renegociación del sistema de la OTAN, el control de los peligros generados por la fragmentación de la URSS y los confines de la Comunidad Europea.
a) La OTAN no ha pasado jamás de ser una extensión estratégica de EE UU en Europa. La alianza entre Europa y EE UU debe seguir en pie, pero tan sólo como asociación de policía internacional para la defensa de intereses comunes más allá de la zona europea y, sobre todo, como garantía nuclear común. Esto quiere decir que la Comunidad Europea debe dotarse de una autonomía estratégica propia (nuclear y convencional). El primer paso debería consistir en interrumpir y modificar las negociaciones de Viena sobre reducción de armas convencionales. Estas negociaciones, de hecho, no vienen sino a legalizar una presencia irreal de tropas soviéticas y norteamericanas en Europa en un régimen de alianzas que, de hecho, ya no existe. Pero Estados Unidos no está de acuerdo.
b) El riesgo de fragmentación del imperio soviético sitúa a Europa occidental en una situación de peligro. Existe un riesgo de restauración neo-nacionalista imperial en un contexto en el que aún sigue siendo operativa la fuerza estratégica de la Unión Soviética (y en los países del Este aún mantienen su fuerza las minorías dispuestas a favorecer una restauración). Por otra parte, las eventuales guerras civiles en la URSS se verían coloreadas por la difusa presencia en el territorio de instalaciones y armas nucleares. Sería necesario un compromiso internacional orgánico para administrar tales riesgos. Pero los soviéticos no están de acuerdo y no quieren reconocer que se encuentran en una situación desastrosa.
c) La Comunidad Europea se arriesga a convertirse en demasiado grande e imperial si se extiende. Y se arriesga a ser políticamente débil si no se extiende. Este dilema se puede resolver tan sólo mediante procesos de agregación diferencial que generen un plano de integración económica global de Occidente (esto es, junto con Estados Unidos y Japón) en el que la extensión de la Comunidad sea tan sólo una componente subsistémica. Pero, ¿comulgan con esta idea los norteamericanos, los japoneses y los propios europeos?
El problema europeo encierra la incógnita de cómo construir un sistema de gestión colectiva de Occidente sobre la base de unos poderes que reconozcan su equivalencia política e interdependencia económica. Perder el tiempo, en el campo de las relaciones internacionales, dándole vueltas al inexistente problema alemán no viene sino a retardar la solución de los problemas reales de seguridad y desarrollo del sistema mundial que pudiéramos llamar de capitalismo socialmente difuso.
Deberíamos ser capaces de contemplar la (re)unificación alemana como un paso positivo hacia la solución de estos problemas. Los viejos imperios, pequeños y grandes, deben actuar con la suficiente dignidad como para no humillar a los alemanes tan sólo porque no posean la suficiente imaginación política para construir una estrategia de futuro que vaya más allá del realismo mágico que caracteriza su decadencia.
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