El miedo y el compromiso
La historia de la locura, desgraciadamente, se ha escrito con unas tintas muy negras. Tinta segregadora, marginante, cargada con caracteres excesivamente dramáticos, y sobre todo cuando se tiñe de sangre con algún suceso como el acontecido en Barbastro recientemente y del que he sido testigo.Los medios de comunicación explotan la noticia, a veces truculentamente y en los mejores ea sos con sentido crítico, mientras en la calle, aturdida y confundida, la gente manifiesta su indignación. De todos es sabido que los crímenes cometidos por los enfermos mentales son bastante inferiores a los que se producen en individuos supuestamente normales. Con estos últimos, la población se indigna, resignándose y olvidando pronto; pero cuando el crimen tiene la rúbrica de la perturbación mental, adquiere matices más sensacionalistas y trágicos, cuando no marcadamente catastrofistas.
Todo esto, evidentemente, no nos ayuda mucho a todos los que trabajamos en la salud mental, y menos aún cuando se nos pretende responsabilizar exclusivamente de algo que en realidad atañe a toda la sociedad. Un correcto tratamiento de la salud mental supone una estrecha coordinación de todas las instituciones con recursos adecuados. Otra cosa es que estos recursos no existan o no se empleen de una manera responsable.
Sensibilización
Fundamental es también la sensibilización de la población de cara al entendimiento de la enfermedad mental. Sobra mucho miedo y hace falta más conocimiento, responsabilidad y compromiso.
En las actitudes excluyentes y segregadoras se materializa el deseo social que supone preservarse de la temida sin razón. La enfermedad mental es el lado inverso del orden que hace al ser humano -muy a pesar suyovíctima y esclavo de un pensar cuya finalidad desconoce y no puede dominar. El gran problema es que la enfermedad mental, más que contemplada y entendída desde una óptica humana, ha sido frecuentemente denunciada y puesta en el paredón de la crítica moral.
La locura conduce algunas veces sus desesperados pasos hacia el crimen; también a la autoaniquilación, y a su vez, no pocas veces, es la sociedad la que fomenta actitudes totalmente incomprensibles hacia ella.
Por encima de sus diagnósticos y enfermedades, los pacientes, muchas veces -sobre todo cuando confluyen con la miseria, la pobreza y la infrasocialización- se ven abocados a un desdichado destino personal. El triste caso de Barbastro podría ilustrar perfectamente esto último; pero también habría que remarcar el desenlace del mismo como algo aislado y excepcional y sobre el que hay mucho que reflexionar por parte de la sociedad supuestamente sana.
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