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Tribuna:LA CAÍDA DEL 'CONDUCATOR'
Tribuna
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¿La revancha de 1907?

Francisco Veiga

En estos días se han podido conocer muchos testimonios, incluso en directo, sobre ese valor tan peculiar de los rumanos, mezcla de arrojo y fatalismo. Los que conozcan la historia rumana desde antes de estos violentos sucesos posiblemente habrán escuchado testimonios similares referentes a otras épocas de labios de viejos sobrevivientes exiliados. Un conocimiento más profundo de la vieja cultura rumana desvela hasta qué punto tiene un valor especial en ésta el concepto jertfa (sacrificio), cargado con una trágica connotación no siempre bien definible, pero siempre presente de muchas formas. El literato vanguardista Eugen Lovinescu se quejaba, y con razón, en los años de entreguerras de que el personaje predilecto de la novela rumana contemporánea fuera el vencido.Y lo cierto es que la historia contemporánea de Rumanía está preñada de baños colectivos en sangre no siempre recompensados. El siglo comenzó con la gran revuelta campesina de 1907, que colocó a los rumanos de la época frente a su conciencia colectiva como ante un espejo, a la manera de lo que ocurrió con nuestro 98. Aquellos hombres se alzaron contra los terratenientes y sus administradores, enfrentándose desarmados al Ejército; éste los barrió a tiros, bombardeó sus aldeas en Oltenia y produjo 11.000 muertos.

Gobernaba el país un Gabinete formalmente liberal, pero exceptuando la revolución rusa de 1905, ningún otro fenómeno de revuelta social había comportado tantas víctimas en Europa desde 1870 como la rumana de 1907. Tan sólo cinco años más tarde, los campesinos eran movilizados en la segunda guerra balcánica; la contribución en vidas humanas a esta contienda fue escasa, pero en 1916 el país se enzarzaba en la I Guerra Mundial. Atacado por alemanes, austriacos, húngaros, búlgaros y turcos, el frente se derrumbó, pero los rumanos lucharon con un coraje que sorprendió a todo el mundo, incluido un joven oficial alemán llamado Erwin Rommel. El precio en vidas humanas fue altísimo: en apenas dos años quedó fuera de combate el 71%. de los 750.000 hombres movilizados, mientras que el número de víctimas entre la población civil fue proporcionalmente la más elevada de todos los países en guerra, en torno al 10% del total.

Durante algunos años pareció que todo aquello había tenido algún sentido: el país había doblado su territorio y su población, y los campesinos se beneficiaban de la ley de reforma agraria. Sin embargo, a lo largo de la década de los años treinta las piezas de la tragedia comenzaron a recomponerse. La reforma agraria fue un fraude, la crisis económica alcanzó al país, la experiencia parlamentaria se pudrió, y finalmente, en 1938, el rey Carol II estableció una dictadura. El monarca fue en cierta manera una versión anticipada de Ceaucescu, con más glamour, pero con un grado similar de corrupción y ansia de poder. El petróleo rumano y la situación internacional hicieron lo demás: Rumanía no entró inmediatamente en la II Guerra Mundial, pero bajo la presión alemana se cedió el norte de Transilvania a Hungría, los soviéticos ocuparon Besarabia (hoy República Socialista Soviética de Moldavia) y todo lo ganado se perdió en un momento. Carol abdicó en su hijo Mihail, y en su huida hacia un dorado exilio pasó breves días en Sitges.

Extrema derecha

A su caída, entre septiembre de 1940 y enero de 1941, la extrema derecha se hizo con el poder; eran los legionarios de la Guardia de Hierro sobrevivientes de la represión ejercida por la dictadura del rey Carol desde hacía ya dos años. Sin embargo, la connivencia entre los militares y los fascistas en el Gobierno duró bien poco. La incapacidad política de los legionarios y los excesos cometidos contra la población decidieron al Ejército y a sus entonces aliadas tropas alemanas estacionadas en el país a proceder a su erradicación.

Los últimos días de enero de 1941 vieron cómo Bucarest y algunos puntos aislados del país se convertían en campo de batalla entre los militares y grupos utraderechistas. Las escenas que nos quedan, retratadas en las fotografías, son casi idénticas a las que hoy vemos por televisión, aunque sus protagonistas fueron muy otros y el resultado de la lucha menos incruento: unos 2.500 civiles a lo largo de tres días de lucha.

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En todo caso, la población judía de la capital sufrió las atrocidades de los legionarios, pero éstos también demostraron un valor desesperado: en la ciudad de Constanza, en la costa, un grupo de jóvenes defendía la sede central del movimiento con el torso desnudo bajo un frío de 10 grados bajo cero mientras el viento siberiano soplaba por las calles. El Ejército cerró los combates disparando indiscriminadamente contra la multitud que se estaba rindiendo.

Pocos meses más tarde, Rumanía entraba en la II Guerra Mundial. Sus soldados participaron en la invasión de la Unión Soviética y en los años siguientes tuvieron cuantiosas bajas; todas las fuentes coinciden en que lucharon con coraje, por lo que no se merecieron el despectivo concepto que Hitler tenía del campesino rumano como "cabeza de ganado". Las tropas rumanas participaron en la batalla de Stalingrado, donde soportaron el peso del ataque soviético en su fase inicial y sufrieron mucho más que alemanes y rusos por lo precario de su equipo.

Bajas

A lo largo de tres años, 350.000 rumanos murieron en la guerra contra la URSS. Sin embargo, el 23 de agosto de 1944, Rumanía cambió de frente y en cuestión de horas sus tropas se aliaron con los rusos. Bucarest vivió de nuevo una batalla campal en la que la población civil y los militares combatían juntos contra la guarnición alemana. Las fotos de aquellos días son más intercambiables que nunca con las de este diciembre de 1989. Pero la contienda continuó y, tras volver sus armas contra los alemanes, los rumanos participaron en la liberación de Hungría y Checoslovaquia hasta el armisticio final. Ese último esfuerzo, de menos de un año de duración, les costó otras 170.000 bajas.

La tremenda represión del régimen de Ceaucescu ¿explica por sí sola el coraje de las masas enfrentadas a los carros de combate a pecho descubierto, las manifestaciones suicidas? ¿Es al fin y a la postre la actitud rumana ante la muerte diferente a la del resto de los europeos?

Sumando a ojo las cifras de bajas habidas en guerras, revueltas y revoluciones, Rumanía resulta ser uno de los países europeos cuya población ha sufrido, a lo largo del siglo XX, más implicaciones en acontecimientos sociales cruentos.

Y todo ello sin tener en cuenta aquí la inmensa losa de la violencia social encubierta, como fue la extrema miseria del campo a lo largo de la historia contemporánea, con altísimas tasas de mortalidad infantil, alcoholismo, pelagra y otras muchas enfermedades. Ahora bien, en todos los casos anteriores el balance ha sido negativo en dos sentidos: de un lado, porque, al margen de los resultados finales obtenidos, la responsabilidad de la mayor parte de tales conflictos corrió a cargo de los gobernantes, no del pueblo. Y esta consideración es particularmente importante en tanto que en la historia de Rumanía como Estado independiente desde 1877 apenas sólo cinco años fueron de gobierno plenamente democrático (1928-1933). El resto del tiempo, las oligarquías gobernantes, respaldadas por el caciquismo y la dictadura abierta o encubierta, fueron la constante. Por otro lado, sólo en una ocasión las masas se sublevaron contra sus gobernantes, en 1907, con resultados desastrosos.

En definitiva, y hasta el momento, parece como si la revolución de 1989 hubiera sido la primera vez en que el pueblo ha luchado por y para sí mismo, y ha triunfado, cobrándose una vieja deuda histórica con sus injustos gobernantes.

Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea en la universidad Autónoma de Barcelona y autor de La mística del ultranacionalismo. Historia de la Guardia de Hierro. 1919-1941.

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