Lucha a muerte en Timisoara
Elementos de la policía secreta leales a Nicolae Ceaucescu asesinan a miles de civiles
MIRJANA TOMIC, ENVIADA ESPECIA , Son invisibles, pero asesinan. Se visten de paisano, pero llevan un kalashnikov escondido. Suelen disfrazarse de día y operan de noche, cuando hay gente reunida en las plazas. Son los hombres de Ceaucescu, los últimos en oponer resistencia en Timisoara, la primera ciudad rumana que se levantó contra la dictadura. Nicolae Ceaucescu ha sido detenido. Un nuevo Gobierno se ha formado en Bucarest e intenta poner orden en la ciudad. Sin embargo, ellos persisten. Nadie sabe por cuánto tiempo más. Los rumanos llaman terroristas y camisas negras a esos elementos pro-Ceaucescu. Dicen que son hombres de la Securitate, el cuerpo policial, civil y militar del antiguo régimen.
Tal vez se trata de las fuerzas de choque, especialmente entrenadas para defender a Ceaucescu. Quienesquiera que sean llevan más de 20 horas disparando indiscriminadamente en Timisoara.El viernes pasado, cuando miles de personas celebraban la victoria frente al teatro Nacional, ellos aprovecharon la oscuridad de la noche y la pésima iluminación eléctrica para difundir el terror durante toda una noche.
Disparaban a la muchedumbre. Hubo muertos y heridos Nadie sabe cuántos. El día después del júbilo producido por la caída del dictador, toda Timisoara parece movilizada para encontrarlos. Puntos de control son instalados prácticamente en cada esquina.
Los jóvenes, a veces niños, examinan los coches que circulan, piden la documentación abren los maleteros y luego suelen disculparse por las molestias Algunos son muy jóvenes y en lugar de ponerse la bandera tricolor en el brazo la llevan en la frente. Recuerdan a las imágenes de la película The killing fields (Los gritos del silencio). Al dejar pasar, advierten: "No sigan adelante, ahí disparan".
Los hombres de Nicolae Ceaucescu tomaron ayer la plaza principal y el teatro Nacional, el mismo que sólo 12 horas antes era escenario de discursos sobre la nueva democracia, de los recitales de los poemas anteriormente prohibidos. Sin creer que sólo a unos 300 metros de los puntos de control había disparos, los centenares de periodistas que han invadido Timisoara se dirigieron a la plaza.
Disparos
De repente se oyeron los disparos. Un guardia joven se ofrece a llevarnos al hospital. Quiere mostrar las fosas comunes. Pero ¿cómo llegar? Las calles centrales están cortadas. Los terroristas se han apoderado de los diferentes edificios tomando como rehenes a sus moradores o simplemente les acribillaron para poder disparar desde lo alto.
Un coche militar lleno de soldados sonrientes, con la bandera agujereada, abre el camino hacia el hospital Judetean, uno de los más grandes de la ciudad, donde entre el domingo y el lunes pasados, cuando se iniciaron las matanzas, llevaron a los primeros muertos y heridos.
El hospital está custodiado por civiles y militares, pues dos camisas negras se han apoderado de las torres cercanas y apuntan hacia una de las entradas por donde ingresan a los heridos. En el hospital, los médicos y las enfermeras se mantienen alerta ante el tiroteo que se oye fuera y están listos para recibir a los nuevos heridos.
Sonríen tristemente viendo a los periodistas, pero les da vergüenza enseñarles el hospital: sábanas sucias e instrumental del siglo pasado, como reconoce resignado un joven médico. No hay medicinas ni material sanitario. De repente se acerca un autobús de la Cruz Roja húngara y se organiza rápidamente la descarga de las grandes cajas de medicamentos, jeringuillas y algodón.
"Me da miedo que nos hayan enviado algunos instrumentos y medicamentos que quizá no sepamos utilizar porque nosotros desconocemos la medicina moderna", dice, con la cara triste, Daniela, una médica de 25 años. Daniela tiene ganas de hablar, de contar todo: "Ustedes no pueden imaginar lo que hemos visto entre la noche del domingo y lunes. Muertos y heridos en todas las salas. Gente sangrando, pidiendo ayuda, y nosotros sin poder llegar a ayudar a todos. Sus heridas eran horribles. Creo que eran provocadas por proyectiles explosivos". "Pienso", continúa Daniela, "que primero apuntaban a las piernas y luego al estómago. La morgue estaba llena aquella noche. Había, entre otros, 18 soldados, a quienes fusilaron por negarse a disparar contra el pueblo".
Mientras Daniela habla y llora, fuera se oyen las balas. "Dios mío, cuánto durará". Otra médica la interrumpe para recordar la matanza de los niños en una iglesia reformista el sábado pasado. No se sabe exactamente cuántos niños cayeron, pero tenían entre tres y 13 años. Les cogieron en la iglesia, luego les llevaron a la cárcel y les fusilaron. A todos. ¿Puede usted entender un régimen que mata a los niños?".
A partir del martes, ni los muertos ni los heridos llegaban ya al hospital Judetean. Las fuerzas leales a Nicolae Ceaucescu disparaban contra las ambulancias. Al mismo tiempo, los hombres de la Securitate llegaban al hospital para interrogar a los heridos allí ingresados.
"Disparaban en la oscuridad", cuenta Ilia, un joven que ayuda a mantener el orden. "Disparaban contra la gente que simplemente paseaba por la calle disparaban a la muchedumbre y nadie se percataba de dónde pro cedían las balas. Muchos asesinos estaban vestidos de paisano. Otros disparaban desde los coches en marcha", añade.
Se desconoce cuántos muertos hubo. Se baraja una cifra d miles, la mayoría de los cuales han sido enterrados en las fosas comunes. En el cementerio de los pobres, en Lipova, un pueblo al lado de Timisoara, se ha descubierto una fosa común y se ha comenzado a excavar para sacar los cuerpos. Algunos de ellos están mutilados; otros, carbonizados.
Una veintena de cadáveres que nadie había reclamado hasta ayer, o no hubo tiempo para reclamar, yacían sobre las sábanas blancas. Una madre embarazada, dos mujeres, decenas de hombres y un fuerte hedor a putrefacción. La gente pasaba, cubriéndose la nariz, buscando a sus muertos. Miraban los cadáveres y todos, sin excepción, se decían a sí mismos: "Asesinos".
Los cuerpos llevan dos días al aire libre y faltan muchos por sacar todavía. Una doctora cuenta que también se sepultaba a los heridos y a los torturados moribundos y que sólo una capa de 20 centímetros de tierra cubría los cuerpos.
En las cercanías del cementerio de Lipova continuaban los combates en el aeropuerto; al mismo tiempo, los obreros defendían una fábrica cercana con sus manos, pues no disponían de armas.
Terror
Alrededor de las cuatro de la tarde de ayer, la plaza principal de Timisoara estaba vacía. Cristales rotos, algunos edificios quemados y los camisas negras acallados. Quién sabe por cuánto tiempo más. Tal vez sólo hasta la noche.
En el centro de la ciudad la gente estaba espantada, pues temen que algún hombre de la Secuntate entre en sus casas. En el centro de la ciudad no hay peatones, las tiendas están derruidas y saqueadas. El Ejército busca destruir los últimos reductos de la resistencia.
Mientras tanto, en la periferia, lejos de los disparos, alguna que otra tienda está abierta y se ve pasar la gente con los árboles de Navidad en la mano. Fuentes de la ciudad informaron que policías de la Securitate abrieron fuego en Timisoara contra soldados que andaban escasos de munición y mataron a muchos de ellos. La noche anterior, efectivos del mismo cuerpo fueron lanzados en paracaídas sobre la ciudad, que se ha convertido en paradigma de la revolución democrática, e iniciaron una fiera batalla contra los soldados, que apoyan al nuevo poder.
Las cifras que se manejan de víctimas de los combates en Timisoara en la última semana oscilan entre los 5.000 y 12.000 muertos, mientras los heridos superan la cifra de 50.000.
Ayer llegaban noticias de que los 2.000 policías que habían convertido la localidad, de unos 300.000 habitantes, en un escenario de locura y barbarie perdían terreno, mientras unos 200.000 manifestantes se echaban a la calle con gritos de "Muerte a Ceaucescu", "Libertad" y "Dernocracia".
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