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Carlos Barral, cuando la persona vertebra al personaje

Nuestra reconstrucción política y cívica se ha producido en unas circunstancias que han conducido no ya a la amputación del protagonismo de los miembros de una o dos generaciones, sino también al olvido de lo realizado por ellos en épocas difíciles y oscuras. Nuestra proverbial invertebración no es solamente horizontal -falta de tendencia asociacionista, carencia de pertenencia orgánica-, sino vertical: falta de tradición, de tradiciones; escaso cultivo -crítico- de los antecedentes. La circunstancia se inscribe en una particular manifestación de impotencia: la falta de respeto hacia el antecedente. En este sentido, España es un país impío, en el sentido literal de la expresión: ausencia de culto a los antepasados; en su alcance general: menosprecio de los antecedentes. Esto arroja sobre nuestra vida cívica y cultural una curiosa situación de adanismo. Todo, se postula, empieza hoy. Como en ninguna sociedad esta pretensión de innovación radical es legítima, ni aun razonable, uno tiene la sensación de caminar sobre capas poco profundas.Esta pretendida vigencia desde lo que se postula como inédito resulta de una legitimación política desde la edad, y de una consecuencia de la misma. La ley de la restauración democrática ha sido el olvido y, en consecuencia, la valoración desde la no participación en todo proceso anterior. Muchas son irrefutablemente progresistas porque en ningún momento anterior han podido, por muy precoces que hayan sido, ser otra cosa.

Fue una operación positiva y razonable. No obstante, no deja de arrojar pérdidas. Porque si la labor dificil es forzada, a veces silenciosa, otras afirmada en un grifo que ahogaba la espesa capa amortiguadora de las versiones oficiales, no es explicable la hoy más natural convivencia. Sin la relación filial con quienes desazonados y muchas veces aislados gritaban, no se podría emplear hoy el tono medio, diríamos que conversacional, que hoy es el de la comunicación normal y sana.

Por ello debe ser acogido con satisfacción que los hombres de esas generaciones obligadas, alternativamente, al silencio y al grito, a la resignación con lo inmediato y a la protesta, vayan legándonos sus experiencias y reflexiones en forma de memorias.

Carlos Barral es tal vez el mejor memorialista surgido entre nosotros. Años de penitencia, Años sin excusa, sobre todo Cuando las horas veloces, insertan una peripecia individual y de grupo en un clima general cuya presencia no exige largas consideraciones: cada episodio no pierde la individualidad irrenunciable, pero no se despega del clima general.

Silencio

Sin Carlos Barral y su aventurada empresa editorial, ni el lector de los años sesenta y setenta hubiese tenido referencias de lo que se cultivaba en los mejores ámbitos de la literatura occidental, ni nuestros autores hubiesen podido salir del ambiente de mesa camilla.

¿Cómo se afirma uno en el silencio impuesto, en la mediocridad ambiente? Como primera salida, la protesta estridente de que no se pertenece al rebaño. Mediante la expresión verbal, a través de la obra rupturista, también con un estilo de vida irreductible. Estilo que en un artista, no sólo de la pluma, sino de la vida, cobra el desafío de extremar su apuesta. Carlos Barral se convierte, por potenciación de su desafío, en personaje. En referencia. Pero, Carlos, rupturista y jugando muchas veces en el margen, no fue nunca un iconoclasta. En la protesta de los espejos deformantes no hay voluntad de permanencia en la alternativa, sino de fugaz contraste. La fugacidad es la condición de lo esperpéntico; Barral no rompe la realidad oficial con una pedrada aislada, sino que la contrasta -y al hacerlo la descalifica- desde el trabajo organizado, desde la producción. Su apuesta no fue hacer contracultura, sino contrastar la cultura empequeñecida -tempo amarquinhado llamaba Cardoso Pires el de una situación semejante, la salazista- con la cultura más libre y más arraigada de más allá de los Pirineos.

Es su propósito de incorporar la innovación en los procedimientos normales -en este caso, una actividad económica normal, la editorial- hay mucho del espíritu catalán, más concretamente barcelonés.

Cuando las horas veloces, el retrato de una sociedad con un artista en el plano justo, me ha parecido el libro de un moralista.

A lo largo de él está el personaje: inconfundible, predominante, no fungible; pero este personaje está sustentado por una persona que lucha por mantener el rumbo exacto de su destino. Una navegación entre tantos escollos, con agobiantes calmas chicas, con cambios bruscos en el tiempo. Todo el libro -para mí, uno de los más importantes de estos años, sin duda el más sincero de los autobiográficos- es la narración exacta, sin desgarros, sin proclamas de autenticidad, de esa lucha que nos es común a los humanos: entre el papel que nos toca representar y la vertebración de nuestra persona. El personaje Carlos Barral no era una coraza, sino el signo externo de la persona. Barral no creía que el destino -ni tampoco, creo, que la historia inmediata- nos condicionase totalmente.

Era la historia el escenario de cada aventura personal, irreductible. ¿Es esto ser, un humanista consciente? Hombre de mar, escogió muchas veces el largo recorrido; pero, no como evasión, ni siquiera como aventura. Tal vez como perspectiva.

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