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Tribuna:
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¿Del enfriamiento al crecimiento o a la pulmonía?

Recientemente el señor Solchaga ha dejado bien patente que está firmemente convencido de la validez y bondad del modelo económico neoliberal que utiliza en la política económica de este país -reseña de la conferencia inaugural de las jornadas Business men with Spain, organizadas por el Financial Times y Expansión (EL PAÍS, 7-11)-. En perfecta coherencia con su convicción, promete "más de lo mismo" para el inmediato futuro. Explica que es necesario que la productividad aumente, pero, y sobre todo, "que esas ganancias de productividad no reviertan en mejoras salariales" porque es necesario que seamos más y más competitivos a base de salarios más bajos, "después de que la integración de la peseta en el SME impide la realización de devaluaciones competitivas". También promete una sustancial reducción del déficit público. "La moderación salarial, el mantenimiento de las medidas de ajuste adoptadas en julio y el diseño de un presupuesto no expansivo" son los tres puntos clave de la actualización de su conocido modelo.El argumento fundamental aducido a favor del mismo es que el modelo funciona. Pero, ¿funciona? Desde luego, la economía crece. Pero sin entrar ahora en el fondo de la cuestión, que consistiría en preguntarse qué significa crecer, para qué y para quién crecemos, se pueden percibir nubarrones sombríos en el aparentemente brillante horizonte del crecimiento. Aquí sólo podemos mencionar algunos.

La insatisfactoria evolución del comercio y del equilibrio externo -en octubre se ha dado una de las salidas de reservas más importantes de los últimos años-, la pérdida de control sobre los precios -no es probable que el índice de inflación sea menor del 7% para 1989-, la situación del empleo -con tasas de paro extremadamente altas a pesar de la reactivación de la última época- y la incidencia probable de los altos tipos de interés en nuestra estructura productiva parecen problemas de demasiada envergadura para ser resueltos con este esquema.

La contención salarial se ha podido justificar como instrumento de freno al consumo. Efectivamente, es muy posible que sirva para contraer el gasto, ya que si la gente gana menos, gasta menos. Pero, dejado de lado el hecho de que no ha sido ésta la argumentación del señor ministro, cabe incluso preguntarse por su eficacia actual. Parecen existir indicios importantes de un nuevo relanzamiento de la demanda, tras el freno temporal motivado por las medidas de julio (véase EL PAÍS del 19-11: Negocios). Y es que no se puede olvidar que la relación entre salarios y demanda depende de la distribución de la renta y de la composición del consumo. Si la evolución de las rentas en los niveles medios y altos de ingresos no experimenta la misma contención, una parte muy importante del consumo puede continuar sin disminución.

La experiencia de los últimos años no parece probar que los precios dependen sólo de los salarios. La inflación es un fenómeno mucho más complejo. No es, por tanto, muy probable que la contención salarial frene significativamente la inflación. Es más posible que conduzca a un descenso de costes y a un aumento del excedente empresarial inmediato. Quizá son más preocupantes las perspectivas a medio plazo, de carácter estructural.

Contención salarial

Cabe preguntarse hasta dónde la contención salarial es suficiente para mejorar el saldo del comercio exterior de forma permanente. La competitividad, es bien sabido, no reside sólo en el precio. Éste es únicamente un elemento, y no siempre el más importante. No parece adecuado, por ejemplo, esperar que los precios resuelvan la recesión turística motivada por la pobrísima calidad de los servicios. Otros aspectos pueden ser más significativos, como calidad, redes de servicio e incluso la estructura económica del país, pues es muy frecuente que las empresas con capital extranjero incurran en relaciones comerciales con sus casas centrales por razones muy distintas a la mera competitividad en precios. Además, la competitividad basada en bajos salarios ya se ha demostrado muy limitada para países como España, frente a otros países como los del sureste asiático, con salarios todavía más bajos y organizaciones productivas más adecuadas. Tampoco se puede olvidar que nuestros salarios ya son s bajos desde siempre respecto a Europa. Sería interesante calcular hasta qué punto habrían de contenerse los salarios para que nuestras exportaciones alcanzaran el importe necesario para equilibrar nuestra balanza comercial.

Hay que plantearse también si las importaciones disminuirán sustancialmente debido a la moderación salarial. Se ha señalado repetidamente tanto la rigidez de la demanda de las mismas como que una parte importante de ellas se dirige a la inversión para la modernización empresarial, lo que lleva a pensar que no es sólo el diferencial de precios lo que las motiva. Incluso parece necesario detenerse en las posibles consecuencias negativas que un freno a estas importaciones pudiera tener por su repercusión en la eficiencia de la capacidad productiva. Añádase a esto que la entrada en la CEE ha facilitado una intensa presión comercial de los países comunitarios para vendernos sus productos... Parece mucho esperar que la contención salarial mejore nuestra productividad hasta el punto de poder contrarrestar todos estos elementos.

Los altos tipos de interés en los que se apoya la política de enfriamiento, y, no lo olvidemos, que son además necesarios para mentener el atractivo de los flujos de capital del exterior que contribuyen a financiar a corto plazo el déficit de la balanza comercial, junto con las restricciones crediticias, pueden conducir a un freno a la inversión, lo que supone una menor capacidad productiva en el futuro y, probablemente, la menor creación de empleo. A menos que se considere que los bajos salarios son un incentivo superior a la inversión que la incidencia negativa en ella de los altos tipos de interés, y se crea que ello es suficiente para atraer de forma continuada flujos de capital externo, de los que parecen esperarse todas las soluciones.

El freno al gasto público, a pesar de las afirmaciones optimistas del señor ministro -ha dicho que no disminuirá por ello la inversión en infraestructuras-, es muy posible que lleve a limitar el desarrollo de nuestro ya raquítico equipamiento colectivo -la infraestructura, pero todavía más probablemente el gasto social, del que se tiende a ignorar que una parte importante tiene un componente de inversión, por ejemplo educación y salud.

Finalmente, aunque se podrían mencionar otros muchos aspectos, y como elemento más relevante, ¿qué tipo de estructura y dinámica productiva se piensa estimular con el control de salarios como medida clave de estrategia económica? Es muy sorprendente que con el objetivo de lograr una mejora en la competitividad y hablando a los empresarios no se encuentren referencias a mejoras en el aparato productivo, a la organización empresarial, al avance tecnológico, a la cualificación de los trabajadores. Genuinamente, a la búsqueda de un aumento de producción por hora trabajada y no solamente a la racionalización y el control de costes. Al desarrollo de medidas conducentes al establecimiento de un tejido productivo articulado, eficiente y dinámico. Disminución de salarios o devaluación se presentan como las únicas alternativas, estando la segunda cerrada por la opción del Gobierno de integrar la moneda española en el SME. Sería útil estudiar el caso de Estados Unidos para percibir lo limitado de una estrategia exterior solamente basada en el precio internacional de las mercancías. Tampoco parece preocuparle la creciente desarticulación del aparato productivo interno, ni las consecuencias ambientales de cierto tipo de industrias, ni la aceleración de la dependencia de la economía a variables ajenas a la dinámica y la política interna....

Beneficios empresariales

El modelo que parece proponer se basa en la contención salarial y la flexibilidad del empleo -presión sobre los trabajadores-, la facilidad para la obtención indiscriminada de beneficios empresariales, la apertura total y entusiasta al capital extranjero -a veces se tiene la impresión de que toda la estrategia económica del Gobierno consiste en atraer el capital exterior casi a cualquier precio- y la regresión de la iniciativa pública. Parece una estrategia muy limitada. Sin haber entrado siquiera, como ya anunciábamos, a considerar ni la distribución del esfuerzo requerido de los distintos grupos sociales ni el coste social y político del esquema propuesto, esta estrategia parece muy poco conducente al establecimiento de unas bases productivas sólidas y verdaderamente competitivas que, juntamente con unos servicios eficientes, fueran capaces de desarrollar una estructura económica saneada y una dinámica capaz de una evolución regular y estable a medio plazo. Estamos creciendo, pero ¿creceremos?

¿Es que no son posibles otros modelos de política económica? Se ha argumentado repetidas veces que éste es el único modelo de política económica posible. Pero éste es un planteamiento bastante limitado. Hay muchas formas de gestionar el capitalismo. Incluso dentro del propio sistema capitalista existen distintos análisis y estrategias de política económica. La adscripción a un modelo específico supone, sobre todo, una determinada Opción política. En la actualidad existe un amplio corpus de estudios, tanto teóricos como de análisis de estrategias específicas, que evalúan las posibilidades de los modelos neoliberales y estudian otros modelos alternativos. Piénsese en los trabajos de la Escuela de la Regulación, los que se refieren al agotamiento del modelo industrial actual de la Harvard Business School, los resultados de los informes Delle y Riboud en Francia, entre otros. Estos trabajos destacan las iniportantes disfuncionalidades del modelo neoliberal y su agotamiento respecto a las necesidades de crecimiento de los años noventa. Algunos de estos estudios se han dedicado al estudio de las estrategias de política económica de los países más avanzados y argumentan que los países que están obteniendo resultados más satisfactorios y estables no son aquellos que están siguiendo el modelo neoliberal -Reino Unido, Francia, Estados Unidos-, sino aquellos otros en los que pueden descubrirse con claridad nuevos sistemas de organización del trabajo y relaciones laborales.

Estos nuevos esquemas estarían basados en una participación más activa de los trabajadores en el diseño de los sistemas de trabajo y organización empresarial, y en nuevos acuerdos de distribución del fruto del progreso. Citan entre ellos, con las especificidades lógicas a cada país, a Suecia, Japón, Alemania Occidental y el norte de Italia.

¿Y si tuvieran razón? Es verdad que hay aspectos no concluyentes en sus análisis; es evidente que hay muchos aspectos a matizar para poder aplicarlo a nuestra realidad, que no es válida la transposición mecánica a nuestro país de las evoluciones de otros países más avanzados -lo mismo que para todos los demás esquemas analíticos, hay que ajustarlos a una realidad específica-, pero estos trabajos presentan aspectos de interés. Muestran no solamente que existen análisis y estrategias de política económica distintos de los de la ortodoxia dominante, sino que apunta a que éstas ya se están llevando a cabo en países que hoy se consideran los más avanzados. Por otra parte, señalan que parecen existir buenas razones para dudar de la validez del modelo neoliberal como estrategia para los años noventa.

Es importante, porque, aun con todas las salvedades oportunas, si el modelo ya no funciona demasiado bien en otros sitios, ¿por qué cometer una vez más el error de seguir copiándolo con retraso?

De momento, sin embargo, el modelo de política económica actual del Gobierno lo ignora.

Miren Etxezarreta es economista.

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