Cela, el gran fabulador
El escritor, que recibe mañana el máximo galardón literario, leyó un texto vibrante y repleto de citas
JUAN CRUZ, ENVIADO ESPECIAL
Camilo José Cela empezó a leer su discurso a las cinco en punto de la tarde de ayer en la gran sala de la Academia Sueca. Vestido de oscuro, con una corbata rojiza, el Nobel, que a los 25 años decía que lo daría todo por ocupar su sitio en la larga historia de estos galardones, leyó su Elogio de la fábula durante 43 minutos, dos menos de lo habitual, sin siquiera tomarse el descanso de un sorbo de agua.
En un recorrido veloz, el Nobel gallego llenó el sobrio recinto de la Academia Sueca con un homenaje a la fábula y también con un elogio de la libertad como metáfora final de la literatura.
Cela es el quinto español que recibe el Premio Nobel de Literatura, tras José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre.
En su discurso, Cela afrina que "no es dificil escribir" en español. "Me recorforta la idea de que se haya prerniado a una lengua gloriosa y no al humilde oficiante", dijo el escritor, que considera que la literatura es un "arte de todos" y para todos.
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Cela entra en la Academia Sueca con voz y verbo profundos
Viene de la primera página Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura de 1989, entró ayer en la Academia sueca con un dis curso vibrante en el que, nada más empezar ya surgieron los dos personajes esenciales en su biografía literaria: Pío Baroja y Francisco de Quevedo. En un re corrido veloz -su disertación duró 43 minutos, dos menos de los previstos-, el Nobel gallego llenó el salón sobrio de la Acade mia Sueca con un homenaje a la fábula y también con un elogio de la libertad como metáfora final de la literatura. Y no sólo llenó Cela de su palabra la principal institución escandinava sino que también la hizo aparecer repleta de su propia biograflia: allí estaban sus paisanos gallegos, sus paisanos mallorquines y sus paisanos alcarreños.
En un gesto que sólo tiene precedentes en la lectura del Nobel Josef Brodski, en 1987, cuando Cela estuvo a punto de ganar, la tradicional ceremonia solemne de lectura del discurso terminó con un tiempo de preguntas y respuestas. En ese breve periodo, el Nobel gallego se despachó con precisión y exactitud. Dijo que él le hubiera dado el Nobel, entre los antepasados, "a Quevedo, a Cervantes, a Valle Inclán, a Baroja, a tantos". ¿Y a algún gallego, próximamente, como Torrente?. "Está desprestigiado el oficio de profeta". Lorca, por quien le preguntaron, le parece un gran poeta, "como Cernuda, como Aleixandre, como Salinas o como Guillén". Se le ve muy joven, le dijo alguien. "Es que lo soy", pero ya no está para viajes: "Son bastantes kilos y no pocos años". ¿Y escribe poesía todavía?. "Secretamente, porque como dije en la Academia española cuando ingresé, España es un país tan pobre que no da para que haya dos ideas de una sola persona". Cela habló de la soledad en su discurso -"escribo desde la soledad y hablo también desde la soledad"- y le preguntaron por ello, por lo que contó que Oficio de Tinieblas 5 -"una purga de mi corazón"- lo escribió en un aislado dentro de un biombo: "No se puede hacer literatura a ratos, con los niños saltando por encima". Los suecos no se lo preguntaron: se lo preguntó un español. "Don Camilo, ¿cómo es que no hay tacos en su discurso?". "Yo soy el español que menos tacos dice. No me confunda con un personaje". La intención española de los parroquianos de Cela que le han acompañado en este homenaje internacional queda resumida en lo que dijo el consejero gallego de Cultura, el también escritor Alfredo Conde de su paisano: "Para nosotros, los gallegos, supone un orgullo que Camilo José Cela sea el Nobel de 1989. Cela es sobre todo un escritor gallego y lo es por una serie de constantes que están no sólo en su propia vida sino en la literatura que él concibe: la ironía, la violencia atlántica, que parece que no pasa nada y está pasando de todo, el humor. Pero es tam bién un español como Quevedo. Nos alegramos mucho de que Camilo José Cela esté hoy en este sitio".
El discurso comenzó exactamente a las cinco de la tarde. Vestido de oscuro, con una corbata rojiza, el Nobel que a los 2,5 años decía que lo daría todo por ocupar su sitio en la larga historía de estos galardones recibió un aplauso de un público que así convirtió en realidad lo que es la metáfora del reconocimiento.
Babelia
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