_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sociedad de consumo

Todo el mundo, y con toda razón, ha calificado de histórica la caída del muro de Berlín, y por supuesto los medios de comunicación del mundo entero han difundido puntual y oportunamente los detalles del sensacional acontecimiento. De él quisiera limitarme a comentar aquí un aspecto de entidad menor: el júbilo casi frenético con que la multitud del Berlín Oriental, irrumpiendo en este lado, se lanzó a, tocar con sus manos aquellas mercaderías que, como golosinas expuestas al apetito del niño pobre en la vidriera de una confitería, la televisión vecina había venido exhibiendo, inaccesibles, ante sus Ojos durante tanto tiempo. Sin pararse, en su impaciente avidez, a escuchar las prudentes admoniciones que de nuestra parte previenen con prédica piadosa e incansable contra los males de esta desalmada sociedad de consumo en que el capitalismo nos tiene aherrojados, los incautos se apresuraban a adquirir, cada cual en la medida de sus disponibilidades, los bienes de consumo que el Berlín occidental ofrece al eventual comprador. Esa renuncia a las virtudes de la austera abstinencia, ¿es acaso una muestra más de la rebelión de las masas que Ortega y Gasset describiera con perspicacia asombrosa hace ya muchísimos años -nada menos que 60- y que tantas y tan diversas manifestaciones ha tenido de entonces acá?El libro de Ortega fue, desde la voluntaria ambigüedad de su título mismo, una provocación, y continúa siendo provocador hasta esta fecha. Produjo fuertes irritaciones en su día, y en el de hoy todavía es susceptible de suscitar muchas perplejidades. Por él, más que por otros de sus escritos, se calificó al autor de elitista, y no hay duda de que Ortega merecía el calificativo; pero este calificativo no es ni debe ser denigratorio, aunque ahora se emplee como tal. En verdad, su pensamiento corresponde a la concepción político social liberal, abierta e ilustrada, de una burguesía progresista, y en concreto propugna el mecanismo de renovación incesante de las estructuras de poder descrita por Wilfredo Pareto como circulation des élites, mediante el cual deben advenir al poder social en cada momento los individuos mejor cualificados. Contra esta aristocracia natural conspiraría el que él denominó, advirtiendo con toda energía acerca de sus características negativas, hombre masa.

Sin embargo, los equívocos eran inevitables. Lo fueron entonces, y siguen produciéndose con más razón ahora, cuando tan confusas han llegado a ser las ideas acerca de las relaciones interhumanas dentro de unas circunstancias de cambio acelerado, donde los viejos esquemas mentales resultan patéticamente inadecuados. El libro de Ortega quería romper ya algunos de aquellos viejos esquemas, y su lectura actual sigue siendo útil y -como antes dije- provocativa. Sesenta años han pasado desde que se publicó La rebelión de las masas, durante los cuales el nivel de vida en la sociedad occidental ha crecido de manera asombrosa, con una generalización antes impensable del bienestar general. La masa de la población tiene a su alcance una plétora de esos bienes, antes escasos, cuyo disfrute estaba reservado a unos cuantos privilegiados por la fortuna. Y desde luego que la multitud se ha instalado con todo aplomo en esta sociedad de consumo en la que todo el mundo se siente con derecho a lo mejor, con derecho a todo.

¿Es esta común aspiración un rasgo del hombre-masa, según Ortega lo describe? Con las notas más odiosas y ridículas que el énfasis de su poderosa retórica le procuraba, caracterizó el escritor a ese hombre común que, sin contribución de su parte, goza tranquilamente los frutos opimos aportados por el trabajo secular de generaciones previas, asimilándole al niño mi mado, o -con término ya casi en desuso- al señorito. En el capítulo que tituló La época del señorito satisfecho bosqueja, en efecto, los rasgos del heredero que con frívola naturalidad se aprovecha del patrimonio recibido e, inconsciente del esfuerzo que supuso el haberlo creado, lo dilapida sin empacho. Y, desde luego, algo de eso puede haber en la conducta de las gentes que con inocente insolencia se benefician de un desarrollo tecnológico cuyas bendiciones han recibido gratuitamente. Pero dentro de la fauna orteguiana del "señorito satisfecho" entraría aún más de lleno un tipo del que abundaron mucho los ejemplares desde finales de la I Guerra Mundial hasta ayer mismo: el de los distinguidos señoritos que, instalados en una posición confortable y sin renunciar en nada a los lujos que ella les consentía, se ofrecían todavía, durante esos decenios y mientras el crecimiento económico avanzaba, otro lujo suplementario: el muy refinado de despreciar y vituperar el sistema de cuyas ventajas estaban disfrutando, para ensalzar y preconizar en cambio una "revolución proletaria" que ni ellos mismos estaban dispuestos a convivir, ni -según la evidencia palmarla ha demostrado- tampoco aprecian demasiado los proletarios auténticos de aquellos países donde los azares de la historia lo hubieron de implantar.

Ahora, cuando la abundancia y el bienestar se han extendido a la gran multitud, y las gentes del montón tienen la posibilidad de mantener un nivel de vida superior a cuanto hubiera podido soñarse aún no hace mucho tiempo, se oyen quejas lastimeras o indignadas condenas, casi siempre en labios de exquisitos intelectuales, acerca de esta sociedad de consumo donde el único afán de los ciudadanos es comprar cuanto la industria produce y la propaganda publicitaria les recomienda. Inevitablemente, tiende uno a ver en tal laya de críticos sociales una variante última de aquel elegante revolucionario de salón, variante sin duda degenerada ya, pues frente a la actual abominación del consumismo no saben proponer, asqueados por la opulenta vulgaridad de la multitud grosera, ninguna alternativa.

Ya Ortega insistió mucho, y, sin embargo, quizá no lo suficiente, en que el "hombre-masa" que él vilipendiaba -el señorito, el heredero, el niño mimado- era un tipo de individuo que se encuentra en cualquier estamento social, sin excluir en modo alguno a los estamentos de la intelectualidad. Hombre-masa será, si se quiere, según la definición orteguiana, quien, atenido a los valores de la sociedad de consumo, cifra en ellos el sentido de su existencia; pero no lo será menos el que hace dengues, protestando de que los antes desposeídos tengan ahora a su alcance bienes abundantes, cuando hasta hace poco clamaba contra la injusticia de las privaciones que la escasez hacía sufrir a los pobres del mundo. En él son puras ganas de protestar: es la eterna protesta del niño exigente, del señorito mimado.

Francisco Ayala es escritor y académico de la Lengua.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_