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HACIA UNA NUEVA EUROPA

Malta no es Yalta

George Bush y Mijail Gorbachov inician mañana su histórica 'cumbre flotante'

Cuando George Bush y Mijail Gorbachov se reúnan mañana a bordo de dos poderosas máquinas de guerra, el crucero soviético Slava (Gloria) y el norteamericano Belknap, para hablar de paz en una cumbre flotante que los presidentes de EE UU y la URSS consideran histórica, el recuerdo de otra reunión similar celebrada hace 44 años en la ciudad rusa de Yalta estará presente no sólo en la mente de ambos estadistas, sino en el pensamiento de todos los políticos del mundo, y en especial de los europeos.

ENVIADO ESPECIALPorque fue en Yalta, entre el 3 y el 11 de febrero de 1945, donde tres nombres que ya pertenecen a la historia, Franklin Delano Roosevelt, Winston Spencer Churchill y Joseph Dzugasvili Vasirionovich -más conocido por Stalin-, decidieron las nuevas fronteras europeas y las zonas de influencia de los dos bloques en que el viejo continente iba a quedar dividido tras el avance de los ejércitos aliados y el derrumbamiento de las potencias del Eje.En Yalta, a cambio de una declaración de guerra a Japón por parte de la Unión Soviética y a pesar de las advertencias del viejo león británico, Roosevelt -que había de morir dos meses después a consecuencia de una hemorragia cerebral-, se fió de las promesas de Stalin de celebrar elecciones libres en Polonia y Checoslovaquia y permitió a la Unión Soviética hacer y deshacer a su antojo en toda la Europa del Este ocupada por el avance de sus ejércitos.

El resultado lo definiría poco después Churchill con una de sus frases más célebres: "Un telón de acero ha descendido sobre Europa desde el Báltico al Adriático".

Medio siglo después

Casi medio siglo después, los sucesores de Roosevelt y Stalin en el liderazgo de sus respectivos países se reúnen en aguas de un pequeño país neutral, Malta -que también sirvió de escenario a un encuentro entre el presidente norteamericano y el primer ministro británico en camino hacia Yalta-, para examinar la situación del mundo y, principalmente, los dramáticos acontecimientos que sacuden a diario a la Europa del Este, donde cientos de miles de ciudadanos proclaman a gritos con su actitud la entelequia de la división de Europa acordada por las grandes potencias a finales de la Il Guerra Mundial y el fracaso de un sistema político impuesto y mantenido desde 1945 por la presencia de las tropas soviéticas.

Sin embargo, ni Bush ni Gorbachov quieren dar la impresión al mundo de que Malta puede producir una nueva Yalta. La Casa Blanca insiste en que no hay que esperar resultados dramáticos de la cumbre flotante y que Bush no tiene ninguna intención de concluir acuerdos sobre Europa a espaldas de los europeos. La preocupación de los aliados europeos de Estados Unidos -cuyos líderes no se han repuesto todavía del susto que estuvo a punto de darles Ronald Reagan cuando casi aceptó hace tres años en Relkiavik las propuestas de desarme de Gorbachov a espaldas de la OTAN- le fue expresada a Bush con toda claridad la pasada semana por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, y por el ministro de Asuntos Exteriores de la República Federal de Alemania, Hans Dietrich Genscher.

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La dinámica de los acontecimientos en el Este es tal que incluso ha contagiado a un personaje tan poco dado a la ebullición oral como Bush, que ha pasado de no querer en un principio calificar la reunión de cumbre -por cierto, otro término acuñado por Churchill- a describir sus próximas conversaciones con Gorbachov de "encuentro histórico" y a pedir abiertamente al líder soviético "el fin de una vez para siempre de la guerra fría".

Después de meses de indecisión, Bush apuesta ahora por el éxito de las reformas de Gorbachov, convencido de que se está escribiendo un nuevo capítulo en las relaciones Este-Oeste. Como dijo el pasado día 23, "nadie hay más interesado en el éxito de la perestroika que el presidente de EE UU". Pero quiere oír de boca del líder soviético hasta dónde está dispuesto a llegar en su política de apertura, tanto en la URSS como en la Europa del Este. El presidente norteamericano, que no es precisamente un visionario sino un pragmático cauteloso por naturaleza, va a la cumbre más a escuchar que a proponer, sabiendo que el tiempo trabaja a su favor.

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