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HACIA UNA NUEVA EUROPA

Praga estrena libertad

La 'primavera' de 1968, reprimida por los carros de combate soviéticos, vuelve en otoño

Berna González Harbour

Los checoslovacos se dedican estos días a estrenar su glasnost (transparencia informativa). Como si una varita mágica hubiera borrado el miedo, andan por las calles escribiendo carteles, pegándolos, cantando, brindando por Alexander Dubeek y proclamando en todas las esquinas que no les hace falta una ley para ejercer la libertad de expresión. Un rasgo común hay en todas las caras: la rabiosa alegría. Rabiosa, porque de su fuerza depende ahora todo. Alegría porque la botella ya se descorchó y porque la primavera reprimida en el año 1968 por los carros de combate soviéticos se está recuperando en otoño, 21 años más tarde.

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Hay en el aire de Praga, además de nieve y frío, una densísima capa de emoción incontenida. Una excitación que, como una droga alucinante, les mantiene día y noche en la calle sin comer ni dormir. Un halo de obediencia y pacifismo les ayuda a hacerlo bien. Terminan la manifestación y sacan las escobas para ponerse a barrer. No han roto un cristal, no han insultado a nadie. Sólo ríen, aplauden, lloran y gritan. Los opositores han organizado una protesta tan pura y sonriente que parece imposible.Todos los días, aparte de los actos programados, cientos de ellos desfilan de nuevo por la calle Nacional, escenario de la violenta represión por parte de las fuerzas de seguridad de la manifestación del 17 de noviembre.

Estudiantes, obreros, todos a poner más y más velas en los soportales donde quedó la sangre en suelo y pared, y que ya se han convertido en altar improvisado. Velas permanentemente encendidas, flores y estampitas, los opositores rezando por los 38 heridos en aquella ocasión.

El papel de la religión

También la religión se está convirtiendo en vehículo de libertad. La misa ofrecida el sábado por el cardenal Frantisek Tomasek en la catedral de San Vito congregó a miles de checoslovacos, que después acudieron a aplaudir a Dubcek y Havel. "¿Eres católico?". "No", decía uno, y muchos más. Pero daba igual. De lo que se trata es de expandirse en esa fiebre de protesta y revolución que emerge en Praga.

Y después de aclamar, por supuesto, a celebrarlo. Y así, soldados con sus uniformes, taxistas que no están trabajando estos días porque es imposible circular y el resto de los manifestantes brindan y se emborrachan, con los colores de la patria en la solapa, al ritmo de libertad.

Y lo más curioso es el desconcierto entre los propios funcionarios, no tan acostumbrados a sacudirse de un golpe el silencio y la obediencia de estos años.

Los propios miembros del Foro Cívico tienen que animar a los periodistas checoslovacos en sus conferencias de prensa, tan calladitos que se quedan, tan acostumbrados a jamás investigar. De entre los miembros de la policía y fuerzas especiales de Interior, muchos se han unido y proclamado fieles a la oposición. Y no lo ocultan.

Tampoco la televisión, que hasta el viernes silenció todo lo ocurrido, pudo ser contenida. El jueves inició una retransmisión de los actos que fue de repente cortada. El viernes se difundieron por primera vez las imágenes grabadas por cámaras occidentales sobre la represión del día 17.

Pero no dejan de producirse situaciones desconcertantes y hasta curiosas. Así, la pantalla muestra a Vaclav Havel, el líder opositor, en la concentración del sábado. Pero a ratos el locutor habla de más para tapar su mensaje y que no se pueda escuchar. O la sesión informal del sábado de los comunistas de Praga.

Ya inaudita era su retransmisión en directo, pero no faltaron los cortes cuando intentaba hablar algún delegado de los artistas, al que boicoteaban por la huelga que han iniciado hace ya días.

Y además de los funcionarios despistados, están los verdaderamente consternados. Más de uno reconoce estar desesperado por la nueva situación. El sábado de madrugada, cuando se anunciaron los cambios, a uno de ellos se le saltaban las lágrimas. "¿Qué voy a hacer ahora?", decía, como todos los parásitos de un régimen ya putrefacto.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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