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Tribuna
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Un diablo cruel e igualitario

El asesinato de Muawad, una aplicación implacable y brutal de la vieja ley semita del talión

Los satanes que desde hace casi tres lustros reinan en Líbano tienen un extraño sentido de la justicia, una aplicación implacable, igualitaria y brutal de la vieja ley semita del talión. El asesinato del presidente René Muawad restablece un cierto equilibrio con el nunca castiga do asesinato en 1982 del entonces presidente, Bechir Gema yel. Muawad había llegado al poder volando sobre los proyectiles de los órganos de Stalin sirios, Bechir lo había hecho galopando sobre los carros Merkava israelíes. En uno y otro caso, la ceremonia formal de su elección por un Parlamento que hace mucho tiempo que dejó de representar el Líbano real sólo fue una sanción de una situación de hecho, una situación militar.

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Hegemonía siría

Lo único bueno que cínicamente puede decirse de la violencia en Líbano es que es bastante democrática. Alcanza a los desdichados que pasaban por allí, pero también a los grandes. Desde el comienzo de la guerra civil han sido asesinados dos presidentes (Bechir y Muawad), un jefe de Gobierno (Rachid Karame) y varios señores de la guerra (Kamal Jumblat, Tony Frangie, Musa Sadr ... ). La mayoría de estos asesinatos, como la de los coches bomba que estallan en mercados y a las puertas de los colegios, nunca han sido reivindicados. Son terrorismo en estado puro, sin rostro ni coartada.La elección de René Muawad había consagrado la hegemonía siria sobre Líbano. Los países árabes, Occidente -con la excepción de Francia-, la URSS y la mayoría de los libaneses habían terminado por dar una resignada carta blanca a Damasco en el país de los cedros. El acuerdo de los parlamentarios libaneses en Taif, preludio de la designación de Muawad, contemplaba de modo tan abstracto y a largo plazo la retirada de la bota siria que no sin razón el general Michel Aoun se preguntó para qué diablos había servido el martirio de muchos meses de la taifa de los cristianos maronitas. Aislado de todo el mundo, sólo Aoun seguía persiguiendo el sueño imposible de restablecer en su totalidad la independencia y la soberanía de su país.

Líbano es un bocado muy indigesto, incluso para el estómago de hierro de Asad. La superprotección de los panteras rosas (en el atentado contra Muawad murieron más soldados sirios que libaneses) no pudo impedir que el flamante presidente amigo de Damasco se reuniera en el otro mundo con Bechir Gemayel, el aliado de Jerusalén. La tesis de que Siria asegura el orden en Beirut saltó por los aires al probarse que no garantiza ni la vida de los suyos, y, desde luego, el organizador del atentado de 1989 probó ser tan diabólico como el de 1982.

Si Bechir Gemayel significó el triunfo en su momento de las fuerzas cristianas y prooccidentales, René Mauwad representaba el de las fuerzas panarabistas, musulmanas y sobre todo prosirias. Sus muertes lanzan un mensaje inequívoco: Líbano es demasiado para Israel y Siria, demasiado para Estados Unidos en solitario, demasiado para toda la nación árabe que apadrinó Taif Sólo la humanidad en su conjunto puede salvar Líbano, y quizá ni con esas.

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