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La clave europea la URSS

Ayer, un diplomático belga me decía: "Desde que se empezó a tirar el muro, lo mejor que puedo hacer es las maletas". Lógicamente, estaba hablando del muro de Berlín, y la huida figurada era ante la tercera invasión alemana. Los viejos miedos vuelven, los recuerdos históricos toman cuerpo: Europa otra vez, la Europa de los cien años.España nunca estuvo en ese drama. Lo vivió y lo sufrió indirectamente, pero no sabe nada de lo que es un país o un imperio dividido, ni fronteras que van y vienen. Hoy podemos tomar decisiones políticas importantes que jamás pudimos tomar antes: seguramente porque hasta ahora a nadie le importaba un bledo qué pensaban España o los españoles. Ahora podemos, porque nuestra opinión pesa en tanto en cuanto somos miembros -felizmente- de los clubes en los que se tomarán las decisiones.

El mapa europeo actual -construido con sangre, fuego y pactos- se desmorona, produciendo miedos, esperanzas y posiciones que enmascaran dudas.

Mi amigo diplomático belga al que vi ayer, otro conocido periodista francés con el que cené la otra noche y un corresponsal de la televisión alemana con el que conversé en mi despacho dejaron claro que respiran por heridas concretas y cicatrizadas no hace mucho y mal. El mapa europeo (si dejamos fuera muy pocos países y España entre ellos) produce muchas dudas sobre sus fronteras. Y se ha pretendido resolver estas dudas a cañonazos desde hace siglos. Incluso esos cañonazos han hecho temblar el globo terráqueo en los últimos cien años.

El tema es tan importante que nada será igual en los próximos decenios en Europa, salvo que vuelva a ser exactamente igual.

Para que este rompecabezas europeo no llegara al río con sus problemas, los dos gendarmes mundiales se pusieron de acuerdo para ordenar el terreno de juego. La Unión Soviética y Estados Unidos fijaron un esquema (sobre el que no voy a opinar aquí) que ha funcionado a gusto de sus autores y sin fuertes críticas por parte de sus detractores u objetos pasivos: los acuerdos de Yalta y todos sus complementos de letra más o menos pequeña.

Pero hoy ha tomado decisiones radicales uno de los gendarmes, y todo aquel entramado se desmorona y parece que Yalta fue un sueño y que otra vez volvemos a lo de ayer. Espanta -pero es realista pensar que va a volver a las crónicas- que palabras como Danzig, Besarabia, Bohemia y yo qué sé más dejen a mucha gente con una seria y dramática duda: cien años, ¿para qué? Y que conste que uso la expresión años y no utilizo la medida de vidas humanas, porque entonces la sensación de locura sería insoportable.

La Segunda Guerra Mundial fue conceptualmente una guerra europea, y no hay que olvidarlo. Claro que hubo muchos más países en ese conflicto, pero, por ejemplo, ¿es pensable que un japonés considere que Filipinas o Corea son tierra japonesa?; al mismo tiempo, ¿es pensable que un alemán crea que los Sudetes o Prusia tienen que ver con cierta concepción de Alemania? No voy a contestar a esas cuestiones.

Estamos ante una crisis netamente europea. Como dato concreto, vale la pena observar cómo EE UU ha asumido un papel sólo de acompañante político en este momento crítico de Europa. Y tiene razones ideológicas de peso para su actitud, dado el proceso de incorporación hacia planteamientos occidentales de países hasta ahora comunistas y, en consecuencia, adversarios. Estados Unidos está ganando con la crisis del Este su gran guerra; la otra ya no es tan suya.

Mi deseo es que España no entre ahora a jugar el juego de unos y de otros como siempre. Me explico. Sería mejor no opinar oficialmente sobre la unidad alemana o sobre la estabilidad de las fronteras o sobre minorías étnicas centroeuropeas o sobre la organización balcánica. No lo hicimos -porque probablemente no nos dejaron durante siglos y no debemos entrar en el juego ahora. 0, en todo caso, nuestras opiniones siempre deberían estar inmersas en las que adopten los clubes de poder a los que pertenecemos. Mucha atención, porque no tenemos nada que ganar posicionándonos ante el inmenso número de pequeños problemas que van a surgir (repásense las historias de la primera y de la segunda guerras europeo-mundiales). Hay dos premisas inamovibles: Europa unida y libertad. Traducción: Mercado Común y democracia formal para todos. Pero ni un paso más. Porque al final España es uno de los pocos países europeos que pueden ir al corazón del problema: ¿cómo nos relacionamos nosotros, la nueva Europa, con la URSS y con EE UU? Lo demás son cuentos -dramáticos- de nuestro patio de vecindad. Pero voy más allá. '

Quisiera dar por supuesto que las relaciones con EE UU no requieren comentarios por ser más comprensibles y trilladas, pero j la URSS? Me permito recordar a los espectadores europeos que están viendo en la moviola muchos problemas antiguos un hecho importante: prácticamente todo el este europeo vivió no hace muchos años un modelo democrático de corte occidental. Sólo un gran país europeo jamás ha vivido la democracia: Rusia, la URSS. Y a la vez nada podrá construirse nuevo y democrático en la Europa del Este sin la URSS.

En este debate crítico de Europa que se avecina, fijaría algunas ideas: a) las crisis europeas no deben ser objeto de posicionamientos aislados por parte de España; b) la Europa próxima, con todos los cambios que se puedan imaginar, tendrá dos árbitros claves: la URSS y EE UU; c) de los árbitros, uno está más cerca y además no tiene un modelo experimentado de democracia; d) la cuestión clave es lo que va a pasar en la URS S, de eso van a depender en gran parte todas las demás cuestiones, y e) consecuencia: el debate capital y el posicionamiento clave están en y hacia la URS S.

España tiene en estos momentos un peso internacional único, y tiene que usarlo en sus clubes y foros, y, aun sabiendo que en política internacional nada es totalmente negro ni totalmente blanco, me gustaría que se meditara seriamente que en el momento histórico de la construcción de la Europa democrática y estable la clave está en la Unión Soviética. Si se pierde este referente, España pasaría a ser comparsa de algún enano en vez de consejero de algún gigante.

Luis Solana es director general de RTVE.

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