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Tribuna:LA ARBOLEDA PERDIDA
Tribuna
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El Otoño, otra vez

La otra noche, en la Embajada soviética, durante la fiesta de celebración de la Revolución de Octubre, con la primera persona que me encontré fue Julio Anguita, al que di un gran abrazo por la sorprendente victoria de Izquierda Unida, que él con tanta finura y serenidad ha logrado convertir en una renovada fuerza política. Esto me animó de pronto a improvisar autógrafos de mis poemas. Comencé eligiendo algunos de mi Marinero en tierra. primero que tomé fue el último de este libro mío: Si mi voz muriera en tierra. Lo hice con mi caligrafía más barroca, combando en escalera los versos y llenando de negro la letra o. El segundo autógrafo lo combiné con un dibujo, un velero de ancho velamen negro con tirantes cordajes y quilla decorada con letras que se descomponían en peces sobre olas lineales expandidas. Luego, la canción Si Garcilaso volviera, pasando al Ángel de los números y a la, Balada del que nunca fue a Granada, con una caligrafía de letras inventadas que no llegaban a componer palabras.Para mí no existe mayor ensimismamiento que la caligrafía y salir a la orilla de los ríos a buscar gollejas o esas fugaces espigas llamadas pedos de zorra.

Parece que por fin va a entrar el otoño. Ya era hora. Más valiera que este año no entrase ya, que no lo hubiera y que llegase el invierno, un invierno veloz y luego una primavera estremecida de nevadas tardes que harían del mes de mayo una verde sorpresa blanqueada.

Durante la guerra civil, en Madrid, casi todos los inviernos y los comienzos de la, primavera, las temperaturas llegaban con frecuencia a los ocho grados bajo cero. Para calentarnos en la Alianza de Intelectuales quemábamos incluso libros, palos de algunas sillas y periódicos vicios. Siempre teníamos frío y no había calefacción ni en los teatros ni en los cafés ni en los cines. La guerra es, de pronto, el frío constante, de tres largos inviernos.

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Está cantando Victoria de los Ángeles un aria de Schubert. La recuerdo cuando yo vivía en Roma, una tarde gloriosa durante un concierto, en una sala cerca de la plaza de España. Victoria de los Ángeles, desde entonces no he vuelto a encontrarme contigo.

De repente pienso en Dios. Cuando creó el mundo, ya lo escribí en un poema, se sobresaltó y dijo: he olvidado una cosa: los ojos y la mano de Picasso. Y así fue, con un resultado sorprendente. Primero Picasso comenzó pintando con dos manos, luego con cuatro, luego con diez, con veinte, con cuarenta, con cien, con quinientos, con mil, hasta llegar a tapar de colores todas las superficies. Manos de Picasso por todas partes, por sobre papeles, sobre cerámicas, sobre hojalatas, hierros, sobre todas las cosas. Y así llenó el mundo con sus manos. Después que murió las manos crecieron, las obras se multiplicaron, volaron, y comenzó a aurrientar su precio, alcanzando los más desorbitados, centenares de millones de dólares. Y todos los pintores, hasta los de menos valor, alzaron el precio de sus obras, viéndose entonces las mayores anodineces tendidas en un marco y tantas manchas y signos arbitrarlos convertidos en objetos de lujo.

Mientras, las hermosas águilas reales, las pocas que quedan todavía, siguen muriendo electrocutadas en los cables eléctricos de alta tensión. No sé si me gustaria morir electrocutado. Quizá no. Porque a lo mejor no se acaba uno tan instantáneamente. O acaso se contemplen uno el cuerpo echando chispas o sin ninguna manifestación, silencíosamente, sin ningún gesto, sin ningún cambio de color. No se.

Ahora me llaman, como a cada momento, para una entrevista. Me aburren casi todas las entrevistas. Estoy cansado de ser yo. Me preguntarán si fui de verdad amigo de García Lorca o qué recuerdos tengo de 1927.Si me dieras la mano, sin yo verla, quizá sería la verdadera mano que yo llegaría a ver. Si me dieras un beso sin yo sentirlo, quizá sería el único beso que sintieran mis labios. Si tu cuerpo cayera sobre mí, quizá sería el único cuerpo que yo sentiría sobre el mío. Ven, ven, ven, por tres veces. Sé que vendrás.Acabo de escuchar por la radio que Dolores Ibárruri, Pasionaria, ha ten do que ingresar de nuevo a la clínica en la que hace pocos días se encontraba. Sé que no ha de morir. Nunca. No puede llegar ese día. La conocí una tarde de noviembre del año 1932 en una biblioteca proletaria de la calle de Toledo donde yo iba a leer mis canciones. De allí salimos amigos y camaradas para siempre. Hoy quiero recordarla en uno de tantos poemas que le dediqué con el mismo entusiasmo que compartimos en el aire pleno de aquel día:Una pasionaria para DoloresQuién no la mira? Es de la entraña del pueblo cántabro y minera.Tan hermosa como si uniera tierra y cielo de toda España.¿Quién no la escucha? De los [llanos sube su voz hasta las cumbres, y son los hombres más her [manos y más altas las muchedumbres.¿Quién no la sigue? Nunca al [viento dio una bandera más pasión ni ardió más grande un co [razón al par de un mismo pensa[miento.,Quién no la quiere? No es la [hermana, la novia ni la compañera.Es algo más: la clase obrera, madre del sol de la mañana.

Rafael Alberti.

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