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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Cumbre' informal

LA DECISIÓN de los presidentes Bush y Gorbachov de celebrar una cumbre informal en aguas del Mediterráneo el próximo mes de diciembre significa un importante cambio en la actitud del mandatario norteamericano, quien al llegar a la Casa Blanca aseguró que no se reuniría con el líder soviético hasta que no hubiese acuerdos de desarme debidamente preparados para su aprobación. Esta actitud implicaba una crítica indirecta al último período de la presidencia de Reagan -quien había intensificado el ritmo de sus reuniones con Gorbachov en la etapa final de su mandato- y reflejaba un cierto escepticismo y reticencia ante las posibilidades que la perestroika podía abrir en las relaciones internacionales.Lo que ha determinado una disposición más abierta de Bush ha sido, sin duda, la disposición de la URSS a aceptar los cambios hacia el pluralismo que se han dado en Hungría y Polonia. Ambos procesos han venido a demostrar que, contrariamente a lo previsto por muchos sovietólogos -en particular, los más cercanos a la Casa Blanca-, Gorbachov está dispuesto a enterrar de verdad la doctrina Breznev. La URSS acepta y reconoce el derecho de países del Pacto de Varsovia a escoger su régimen y a terminar con el monopolio del partido comunista, que ha constituido el rasgo común de esas naciones en los últimos 40 años.

El impacto de estas realidades ha sido muy fuerte, como ha reconocido el propio Bush al anunciar su encuentro para el mes próximo con Gorbachov. En las últimas semanas, Washington ha adoptado una serie de posiciones que indican la clara voluntad de ayudar -aunque la expresión sea poco agradable a los oídos soviéticos- al éxito de la perestroika. Lo dijo abiertamente el secretario de Estado, James Baker, en una reciente conferencia, insistiendo en que ese éxito interesa no sólo a la URSS, sino a EE UU, porque ofrece una oportunidad sin precedente de establecer relaciones estables de cooperación entre los dos países.

En cuanto a Gorbachov, había expresado en varias ocasiones su deseo de entrevistarse con Bush. Corresponde a su estilo de trabajo la idea de que los contactos directos entre los máximos líderes estimulan los acuerdos formales tanto en el desarme como en otros aspectos de la vida internacional. Además, la celebración de una cumbre Bush-Gorbachov es para este último un tanto muy significativo en el plano de la política interior, donde tiene que hacer frente a gravísimos problemas, desde las huelgas mineras y el desabastecimiento de la población hasta los agudos conflictos nacionales. Gorbachov es un líder discutido, criticado, pero frente al que no hay alternativa. En ello reside gran parte de su fuerza. Y en la medida en que se afirma la talla internacional de Gorbachov -¿y qué mejor forma de hacerlo que la entrevista con Bush?- se afianza en el país la idea de que es el dirigente insustituible, reconocido y respetado por el mundo entero, a despecho de las enormes dificultades que la reforma está creando en el frente interior.

La reunión de diciembre va a ser informal, sin orden del día cerrado, sin proyectos concretos sobre la mesa, con la meta de "conocer mejor los puntos de vista respectivos". Lo que no excluye que de ella salgan directivas a los ministerios de Exteriores para que preparen acuerdos firmables con vistas a la cumbre oficial que debería celebrarse en Estados Unidos en la primera mitad de 1990. La experiencia demuestra que las reuniones informales son, con frecuencia, las más útiles para preparar entendimientos sobre los grandes problemas del mundo. Por eso, la cumbre despierta interés y esperanzas. No sólo en la URSS y en Estados Unidos, sino en el mundo entero.

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