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Francis Bacon cumple 80 años

El artista que mejor refleja "una vida sin Dios" decidió intentar la pintura al ver una exposición de Picasso

Francis Bacon cumple hoy 80 años. El iconoclasta pintor británico de la angustia y el horror no quería celebraciones especiales, pero hace unas semanas cambió inesperadamente de opinión, y la galería Marlborough ha montado con urgencia en Londres una minirretrospectiva de 15 obras. Bacon va a tener que hacer de nuevo oídos sordos a las, desconcertadas a veces, elegías de los críticos, para quienes sólo guarda desdén: "Todos sabemos las memeces que escriben". Los adjetivos exaltados de unos pocos serán la exacta réplica a una sociedad británica que da la espalda a quien el anterior director de la Tate Gallery, Alan Bownes, considera como "el más grande de los pintores vivos del mundo".

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La muestra de Marlborough recorre la práctica totalidad de la producción del pintor, desde 1945 hasta el año actual, y si algo la define es la absoluta coherencia. En los retratos, autorretratos, trípticos y figuras de gran formato no hay sólo continuidad; es que no hay cambios formales perceptibles en el medio siglo transcurrido desde que Bacon decidiera intentarlo en la pintura. Si acaso, la borrosa figura en una hamaca que es el Estudio para un retrato de John Edwards, pintado este año, carece de la violencia desgarrada presente en obras anteriores.Distorsiones antropomórficas, mutilaciones, torsos parcialmente consumidos, estudios que podrían pasar por bocetos de anatomía patológica, sanguinolencia, corrupción, rostros congelados en el grito... han constituido y siguen constituyendo el mundo que plasma Bacon en la tela. El público rechaza esa estética de casquería y Margaret Thatcher volvió a irritar a la intelligentsia británica cuando, haciéndose fiel eco del sentir popular, se refirió a Bacon como "ese hombre que pinta esos horrendos cuadros". Un general soviético fue más allá el año pasado, durante la inauguración de la primera retrospectiva dedicada por la URSS a un artista occidental vivo: "Los cuadros de Bacon son producto de una mente enferma".

"La gente dice que mi obra está deformada. Pero no está deformada porque sí. Siempre intento deformar hacia la realidad", responde el pintor cuando se le plantea la cuestión, pero sin pretender salir al paso de unos comentarios que le traen sin cuidado. "La vida está llena de angustia y cuanto más realista seas más llenarás tu obra de la angustia de la vida".

La miseria moral y la tragedia nunca han estado muy lejos del artista, que nació en Dublín, hijo de un preparador de caballos de carrera y jugador y una madre derrochona, ambos ingleses. Desde pequeño se movió a su aire y ya de adolescente vivió con fuerza su homosexualidad. Su padre, descendiente del Francis Bacon filósofo y estadista isabelino, le echó de casa a los 16 años y el muchacho vagabundeó durante años por Londres, París y Berlín, ciudades en las que se entregó con intensidad al alcohol y al sexo mientras realizaba trabajos manuales de ocasión y, si era menester, se apoderaba de lo, ajeno. "No tuve el menor interés por el arte hasta eso de 1930", ha dicho; entonces empezó a pintar obras que destruía con inmediatez y a realizar diseño de mobiliario de estilo art-déco. Carecía de toda formación académica y su acercamiento al arte fue fruto del instinto. "No tenía ninguna confianza en mí mismo. Nunca estudié nada", confesó a su amigo Daniel Farson. "Tendría unos 30 años cuando vi una exposición de Picasso en París y me dije: voy a intentarlo".

Vocación tardía

El descubrimiento de la vocación fue tardío y absorbente. No tardó en pintar el singular tríptico Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión, hoy expuesto en la Tate Gallery y acogido en 1945 con estupefacta repulsa por un país bajo los influjos de la guerra. Son tres monstruosidades vagamente antropomórficas que para la pintora Maggi Hambling constituyen "la más convincente imagen contemporánea de una vida sin Dios".La risa ligera en su rostro claro, con facciones de búho y casi sin arrugas, oculta la pesadumbre de repetidos drenajes emocionales, como el suicidio de su amigo y pintor John Minford, o la muerte de su amante George Dyer.

Amigo de sus amigos y, en momentos de alborozo, de los desconocidos, el artista se precia de su libertad. Rechazó el título de sir porque, le decía a Farson, los honores "en cierto sentido te separan de la existencia".

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