La loba
Estaba ya muerta, pero seguía en pie, como si sobrevivir, y hacerlo en forma de desario, fuera para ella un asunto que trascendía a su cuerpo, ya extinguido, y viniese de un lejano y terco tesón del pasado, de una voluntad de hierro antiguo, persistente y casi malsana, de seguir dando guerra a los hombres desde el otro mundo. Si en su plenitud expresó como nínguna otra mujer el lado oscuro de una voluntad específicamente femenina, a prueba de machos, de agredir a un mundo que no aceptaba, al final de su vida Bette Davis seguía siendo la i-nisma oficiante del mismo misterio.El apodo de loba se lo colgó el título de uno de sus melodramas. En la primera etapa de su carrera fabricaron para ella en los laboratorios de estrellas de Hollywood la idea de una bella alimaña, una suave fiera de mirada grande y sombría, de la que paradójicamente escapaba, como del gesto vigilante de la loba capitolina de la leyenda romana, un rasgo inexplicablemente maternal, pero de maternidad frustrada.
El mito de fiera escueta y de seda en que cristalizó la primera etapa de su carrera, se modificó después de la difícil situación en que su estrellato quedó tras el primer tirón del envejecimiento. Le dieron por acabada cuando tenía poco más de 40 años, pero ella, en la que gesto y carácter coincidían, no se amilanó, sino que intuyó que era precisamente entonces cuando tenía por delante sus mejores tareas. Le era difícil encontrar trabajos a la altura de su celebridad, cuando puso este anuncio en un periódico: "Se ofrece actriz con ganas de trabajar y dos Oscar". La actriz borró a la estrella y la mujer devoró a la loba.
Y así llegaron sus grandes trabajos de madurez, con el impulso de su -hoy patrimonio de la leyenda del siglo- Eva al denudo. Es esta segunda etapa de su carrera la más equilibrada y profunda. En ella Bette Davis alcanzó el genio, domeñó los estereotipos del melodrama, desató las amarras del gesto y representó la fuerza agresora que, sin mover un dedo, con su sola mirada, puede desplegar a su alrededor una mujer libre cuando se siente encerrada. Sus célebres malas de película son buena gente con dinamita guardada en el alma, junto a donde el alma guarda la ternura.
La tercera etapa de su carrera, derivada del definitivo tirón del envejecimiento, extrajo de esta inagotable mujer su capacidad para burlarse de sí misma. Me veís como un monstruo y voy a serlo, pareció ser su consigna. Y en Un ganster para un milagro y ¿Qué fue de Baby Jane? unió los excesos del sarcasmo a la tensa serenidad de la loba vieja, que espera una muerte que cada vez se le parece más y que termina encarnando. Se puede deducir que Bette Davis pasó los últimos años de su carrera inventando con burla su propia muerte, cuidando a su cadáver como forma de seguir manteniéndolo vivo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.