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Muñoz Molina, en el cine

'Beltenebros' y 'El invierno en Lisboa' serán películas en 1990

Hay un viejo cine en Úbeda (Jaén), el Ideal Cinema, que acaban de cerrar. Aún quedan los restos de unas carteleras desvencijadas y el silencio inhóspito que se desprende de los edificios muertos. En Beltenebros, la última novela de Antonio Muñoz Molina, ese local se llama Universal Cinema: en él se desarrolla gran parte de la obra que, al igual que El invierno en Lisboa, estará en las pantallas el próximo año. El músico de jazz Dizzie Gillespie intervendrá en esta última.

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Muñoz Molina (Úbeda, 1956), con dos de sus tres novelas en las listas de las más vendidas duran te el último año, ha venido conmocionando el panorama narrativo español desde 1986, cuando apareció Beatus Ille, su primera obra. Ahora, algunos productores y directores españoles se han lanzado a la carrera para adquirir derechos cinematográficos y trabajar en los guiones de El invierno en Lisboa y Beltenebros. José Antonio Zorrilla, director de El arreglo o Los cuatro vientos, se encargará de la primera; Andrés Vicente Gómez, productor de El Dorado, se ha quedado con la segunda."Al principio yo estaba muy dispuesto a trabajar en el proyecto, pero después de un tiempo me di cuenta de que eso de hacer un guión sobre la propia obra era un latazo, y que yo debo limitarme a escribir novelas; el cine es otra cosa, algo desligado de lo que tú has creado". De Muñoz Molina siempre han dicho que ha tratado de utilizar los recursos cinematográficos para introducirlos en la literatura. "Eso no es cierto", desmiente. "Yo me he educado en la literatura y he utilizado recursos que luego el cine ha tomado y ha asumido, pero que siempre pertenecieron a la literatura. Me molesta mucho que me traten como un cinéfilo, porque creo que la cinefilia muchas veces roza la pedantería".

De hecho, para él, el cine ahora significa muy poco. "La fascinación ha desaparecido, porque lo mismo que sucedía con la novela del siglo XIX, el cine era en los años cuarenta o cincuenta un producto industrial, con un público y unos canales propios, con unas salas y con un rito. Eso ya no existe". La relación entre una película de los cincuenta y una de Spielberg, "es igual que la que existe entre un filete y una hamburguesa: ahora está todo absolutamente digerido, las películas que valen ahora son productos esporádicos, simples..., sólo se salvan muy pocas".

Se siente casi ofendido cuando los críticos hablan de El invierno... como la "obra de un cinéfilo". "Muy poca gente se ha dado cuenta", afirma, "de que el cine en ese libro viene a ser lo que las novelas de caballería al Quijote: forma parte de la trama, del carácter de los personajes, que viven como si fuesen los protagonistas de una película, que se reducen a sí mismos a la categoría de sombras, de la misma manera que el personaje central de Beatus Ille, Minaya, se reduce a la literatura y confunde la realidad con un libro. El cine es entonces una mera excusa y, desde luego, no el único elemento esencial".

Es, sobre todo, un observador nato, un espectador. Suele comentar que escribió El invierno en Lisboa como si estuviese viendo una película. "Un narrador siempre debe estar al margen de lo que está escribiendo", comenta, "tiene que convertirse en espectador, si no, la cosa no fúnciona". Algo parecido anotó en su diario durante una breve estancia en Lisboa: "La literatura es como el billar; durante un instante, el juego se juega a sí mismo y el jugador, como el escritor, sólo mira ... ; es una mezcla de disciplina y azar".

La técnica que siempre ha empleado en sus novelas, "incluso en Beltenebros, que está narrada por el protagonista", es la de presentar el relato con fragmentos parciales de la realidad. El narrador es sólo el ojo, el testigo, la cámara. Y lo que ve son sólo los pedazos de un malentendido. "Todas las novelas que he escrito tratan sobre el malentendido y sobre el desengaño que produce. Porque siempre existe la imposibilidad práctica de conocer lo que está ocurriendo realmente".

En Beatus Ille, el joven Minaya investiga sobre un escritor de la generación del 27 a quien cree muerto y sobre quien piensa escribir un libro, cuando es él quien realmente está siendo investigado y conducido por pistas falsas para el argumento de otro libro. En La poseída, relato publicado por EL PAÍS, el narrador cree ser testigo de una relación amorosa entre una estudiante y un hombre casado, cuando se trata de una historia opuesta.

Y la crítica no le ha perdonado por su éxito y porque sus libros estén continuamente en las listas. "No hace mucho dijeron que hay dos clases de novelistas: los que conmueven la conciencia con sus obras, y lo que vienen a apaciguarla con novelas complacientes: a mí me incluyeron en este segundo grupo". Luego se ríe. "Eso se debe a que en una parte muy determinada de la crítica española el gusto real por la novela no existe. Seguimos alimentando la teoría del sufrimiento de la España antifranquista de los setenta: lo bueno es aquello que provoca sufrimiento. Según algunos críticos, no puede existir un relato que sea rápido y gozoso de leer para el lector y que, al mismo tiempo, sea relevante. Siempre lo reducen todo al esquema más simple". "Alguien me dijo que en Beltenebros se notaba terriblemente la influencia de El tercer hombre, de Orson Welles, porque aparecían adoquines mojados. Yo le dije que los adoquines mojados no aparecen sólo en la película de Welles, sino siempre que llueve. Pocos se han percatado de que Beltenebros es una novela gótica, tenebrista".

Antonio Muñoz Molina aboga por recuperar el gusto de leer simplemente, por el placer de escribir buenos argumentos. "Cuando comencé, lo que más me preocupaba era construir buenos artificios... poco a poco me di cuenta de que, además de eso, hay que conciliar la narración con cierta desgarradura; debe existir una verdad artística, pero tremebunda, el lector siempre tiene que pensar: este tío está mintiendo, lujosamente, pero está mintiendo".

Una cara enorme

"Yo tengo la misma influencia del mundo del cine que pueda tener cualquier otro de mi generación", explica Muñoz Molina. "La verdad es que quedan muy pocas películas que aún me impresionen". Sin embargo, no puede olvidar sus primeras incursiones en oscuras salas de Úbeda. "El primer recuerdo que yo tengo es el de una cara enorme, una cara inrnensa".Como la biblioteca del pueblo, el cine La Explanada, ya desaparecido, se le antojaba entonces una cueva del tesoro, un mundo en el que se refugiaba los domingos por la tarde y del que salía "cuando ya era lunes, porque entraba de día, cuando todo el mundo estaba en la calle y el ambiente era de domingo, y salía de noche, con todas las calles desiertas anunciando el lunes".

Muñoz Molina reconoce que la obra de Víctor Erice le marcó tremendamente mientras escribía Beatus Ille. "Al fin y al cabo" apunta, "se trata de la historia de un hombre solitario y escondido que se refugia después de haber perdido una guerra". Luego, cambiando de tema, anuncia que El invierno..., en su versión cinematográfica, tendrá diferencias sustanciales con respecto a la novela. La acción se desarrolla íntegramente en San Sebastián y Lisboa, y Floro Bloom, el barman del Lady Bird, adopta el papel del narrador. De Beltenebros no dice absolutamente nada, tan sólo que revisará los diálogos. "Creo que mi labor es simplemente escribir, y nada más".

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