Apoteosis del tebeo
Meses antes de descender de los cielos o los infiernos -va en gustos- el oscuro justiciero pterodáctilo con sus gadgets arrojadizos, sus ojos turbios de venganza, su epidermis culturista 3, su esquizofrenia infantil mal asumida (no acierta a sincerarse con la heroína, Vicki Vale, en una de las secuencias, o pongamos viñetas, más logradas del filme), ya se vendían en los rastros, mercados persas y tiendas acid sus camisetas y anagramas, hoy uniforme oficial e irónico de muchos corresponsales -con barriga que lo invalidan y masifican.Llenazo con bochorno y abanicos en un Victoria Eugenia maquillado quizá con los mortíferos cosméticos de Jack the Joker (prodigios amente encarnado por ese histrión ¡nigualable que es Jack Nicholson), pero cuyo anfiteatro victoriano sigue tal cual, aunque por el momento sin murciélagos. Donostia no es Gotham. City, pero para las seis de la tarde las líneas de autobuses suspendieron sus itinerarios y los taxis estaban ilocalizables.
Además quedan los tamarindos, La Concha y otras vegetaciones que en la tenebrosa ciudad blindada que Joker y Batman se disputan han desaparecido por completo bajo el asfalto gótico de una maqueta tenebrista cuyo único problema lo constituye la celebración pacífica de su bicentenario -se ruega no hacer paralelismos con el futuro conmemorativo que nos aguarda y los pandilleros que se quieren adjudicar su patrocinio por todos los medios, incluidos los imposibles si esta cinta cautivante no fuera un tebeo con sus licencias extraordinarias, sus superpoderes y sus encuadres propios de las tiras de comic ideada por Bob Kane, padre de Batman a todos los efectos, pero cuyo nombre aparece un tanto restringido en los títulos.
Estamos ante la esperada apoteosis del tebeo -en el dolby-stereo los puñetazos retumban como onomatopeyas- y ante la ñoña polémica de si este género es para todos los públicos o para mayores con reparos. La moralina sigue siendo la kryptonita de los superhéroes. ¿Para cuándo el Rarixerox de Liberatore?
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