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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate económico

EL INFORME presentado por Carlos Solchaga sobre la evolución reciente de la economía española tiene -además de la propia bondad de algunas cifras, como el escaso crecimiento de los precios en el mes de agosto- el mérito de situar el debate sobre lo que convendría hacer en los próximos meses en el terreno de las cifras, lo cual favorece la objetivación de los problemas. La tesis principal del ministro ha consistido en afirmar que se está produciendo una desaceleración de la actividad gracias a la política económica adoptada a lo largo del año, y que ella será suficiente para reducir los desequilibrios básicos que afectan a la economía española. Tras esta tesis subyace la conclusión -significativa desde el punto de vista político- de que las elecciones legislativas no fueron adelantadas para facilitar un bloque de medidas de ajuste que, en su conjunto, supondrían nuevos sacrificios para los ciudadanos.Las cifras y los argumentos presentados por Solchaga muestran -en la medida en que pueda demostrarse algo sobre el pasado inmediato de la economía española con el actual aparato estadístico- que hay razones para pensar que se está produciendo una desaceleración del crecimiento de nuestra economía. Según las cifras oficiales, el crecimiento de la demanda interior fue de algo más de un 8% en términos reales en el primer semestre de 1989 y se espera que en el segundo semestre su aumento se sitúe algo por debajo del 6%. Se trata de una desaceleración real, si bien cabe mantener ciertas dudas respecto a alguno de los elementos que determinan esa evolución, especialmente en relación al crecimiento del consumo público, que deberá pasar de un 6,5% en tasa anual en el primer semestre a un 2,1% en el segundo.

El principal interrogante que plantean los datos hechos públicos ayer es el de si podrán mantenerse a medio plazo. Desgraciadamente, la respuesta tiene muchos visos de ser negativa a causa del desequilibrio exterior que subyace en el balance de Solchaga. En efecto, siempre según las cifras oficiales, las exportaciones de bienes y servicios acelerarán su ritmo de crecimiento en la segunda mitad del año hasta superar el 6% (hipótesis optimista), mientras que las importaciones reducirán drásticamente su ritmo de aumento hasta colocarse en un 12% frente al 18% del primer semestre. Estos datos llevan, de manera casi automática, a un déficit por cuenta corriente no muy lejano a los 12.000 millones de dólares en 1989, y a una cifra significativamente mayor en 1990. Como corolario, la demanda interior tendrá que reducirse bastante más de lo previsto para lograr una disminución sustancial del déficit por cuenta corriente, que permita financiarlo a medio plazo y que podría situarse alrededor de los 5.000 millones de dólares.

Es difícil calcular cuál debería ser el crecimiento de la demanda interna compatible con un desequilibrio exterior moderado, pero hay sólidas razones para pensar que, como mucho, debería situarse en torno al 2% o al 3% en términos reales, y que el resto del crecimiento habría de obtenerse mediante el cambio de signo del sector exterior. Conseguir este cambio -que implica necesariamente un fuerte aumento de las exportaciones y un ligero crecimiento de las importaciones- es bastante difícil con el tipo de cambio actual de la peseta; es cierto que el margen de fluctuación a la baja de la peseta dentro del Sistema Monetario Europeo es relativamente amplio -cercano a un 12%, ya que nuestra divisa se encuentra en la parte alta de la banda que ha sido acordada-, pero aun así es dudoso que baste con esa depreciación para obtener la corrección que el sector exterior necesita. La otra alternativa consiste en reducir aún más la demanda interior, pero se trata de una opción arriesgada, con el peligro de dañar el proceso inversor, fundamental para la modernización de la economía. Estos son los términos de la cuestión.

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