La polémica real
Abierta en Londres la muestra en la que el príncipe Carlos fustiga a los arquitectos actuales del Reino Unido y añora el pasado
El museo Victoria y Alberto (V&A) de Londres acoge hasta el 19 de noviembre la exposición que más pasión ha desencadenado a lo largo de muchos años en Londres. Una visión de Gran Bretaña es la visión de la arquitectura que tiene el príncipe Carlos, partidario del clasicismo y denostador furibundo de las corrientes modernistas. La muestra es un ataque a la arquitectura de hoy. Los arquitectos, que son puestos en la picota, han reaccionado al unísono, y uno de los más prominentes, Richard Rogers, ha recordado que "nadie ha puesto nunca su rechoncha mano en la rueda del tiempo sin que le fuera cortada por la muñeca".
Rogers -coautor del Beaubourg parisiense y creador del edificio Lloyd's en Londres, dos ejemplos de controvertida arquitectura revolución aria entre cuyos detractores se encuentra Carlos- cita de pasada las palabras a Adolf Loos, el padre del modernismo arquitectónico europeo, pero a modo de advertencia y no como una respuesta personal al príncipe de Gales.La exposición en el popular V&A, gigantesco museo dedicado a las artes decorativas, ofrece en tres dimensiones las opiniones sobre arquitectura del heredero de la corona. Paneles, vitrinas, maquetas y vídeos ilustrarán a unos 200.000 visitantes los contenidos del libro con el mismo título escrito por Carlos, en que desvela los 10 principios que deben regir la arquitectura.
Esos principios constituyen el núcleo de la exposición. Cada uno está explicado en un panel que concluye con ejemplos de su respeto y violación: lugar ("no violar el paisaje"), jerarquía ("tamaño del edificio con su importancia pública, trascendencia relativa de los diferentes elementos que conforman el edificio"), escala ("los edificios deben tener proporciones humanas y respetar las escala de los edificios del entorno"), armonía ("cantar con el coro y no contra él"), cerco ("un espíritu de comunidad nace mucho más fácilmente de un patio o de una plaza bien formados"), materiales ("debemos asegurar que el carácter local no se erosiona"), decoración ("la formación del arquitecto moderno raramente incluye las normas de la ornamentación"), arte ("el arte debería ser siempre una parte orgánica e integral de todos los nuevos grandes edificios"), señales y luces ("demasiadas muestras del progreso del siglo XX tienen la forma de horrendos anuncios e inadecuada iluminación callejera"), y comunidad ("la gente debería participar de buena gana desde el principio en la mejora de su entorno").
Carlos se hace portavoz y defensor de los sin voz, como cuando habla de los Docklands, la antigua zona portuaria y de clase trabajadora de Londres convertida en un gigantesco bosque, de oficinas, donde se han construido "muy pocas viviendas asequibles para la gente que vive aquí". "Planificación y arquitectura son demasiado importantes para ser dejados a los profesionales", apostilla Carlos, y con ello se mete en el bolsillo al ciudadano.
Los arquitectos le comparan con el elefante en una cacharrería por no pasar más allá de la estética y hablar sin conocer las presiones políticas, sociales y económicas en que se desenvuelve la arquitectura.
Progreso y destrucción
La entrada de Carlos en el debate -que "no es fruto de la búsqueda de algo con lo que llenar mi tiempo", sino una respuesta a la "destrucción que se ha producido en este país en nombre del progreso"- se produjo con estrépito hace cinco años con el que se ha dado en llamar "discurso del monstruoso absceso", palabras con las que descalificó el proyecto de ampliación de la National Gallery. El príncipe de Gales atacó -con razón- un plan que había sido impuesto a los arquitectos desde arriba y en contra de su diseño original. Lo irónico del caso es que la firma afectada y dañada trabajaba en lo que Carlos más alienta, la arquitectura comunitaria, que da voz y voto a los futuros inquilinos.Carlos también criticó entonces otro proyecto en la City, que equiparó a "un aparato de radio de los años treinta", y ambos cayeron al instante. El príncipe niega que tenga poder, pero quien entonces era ministro responsable de planificación, Patrick Jenkin, dijo que aquella noche se tomaron dos decisiones por él.
Desde 1984, y animado por la respuesta popular, no ha dejado de emitir juicios. Los arquitectos reconocen que el príncipe no vio la ninguna norma constitucional con sus pronunciamientos, pero creen que es injusto y se equivoca al atacarles, ya que, según Rogers, no son sino mensajeros de la sociedad y víctimas de la codicia de los constructores. "Si la sociedad quiere un edificio lo más barato posible, con el máximo de espacio y construido cuanto antes, lo que consigue es una gran caja de cerillas", dice Rogers. "No son los concejales ni los constructores quienes han leído a Le Corbusier y a otros apóstoles del modernismo y después han persuadido a otros arquitectos poco dispuestos a adoptar ideas progresistas", replica Carlos, para defender sus críticas.
El príncipe de Gales ofrece una visión idílica del pasado cuyo núcleo es la catedral de San Pablo. La conocida vista del edificio y la ciudad que pintara Canaletto en el siglo XVIII emociona a Carlos, quien apenas puede contener su frustración cuando señala cómo hasta 1960 ese perfil se mantuvo casi virgen y lo compara con lo que es hoy. "Más de 300 años costó construir el Londres que evolucionó lentamente tras el gran fuego" de 1666. "Sólo costó unos 15 años destruirlo".
Los arquitectos le dicen que ese Londres, al igual que la Inglaterra victoriana de los grandes edificios públicos que él pone como ejemplo, eran focos de miserias populares y que la controversia está mal enfocada. "Gran parte del debate ha sido con respecto a eso", dice Maxwell Hutchison, presidente del colegio de arquitectos, mientras apunta con su brazo al moderno perfil fluvial de Londres. Para Hutchinson la discusión debería centrarse en cómo resolver "problemas que no son sólo la construcción de oficinas, sino el millón de viviendas no apropiadas que aún existen, la construcción de hospitales o de residencias de ancianos".
Babelia
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