Mickey Rourke oscurece la reaparicion de Alain Resnais
La presentación fuera de concurso de la última película de Walter Hill, Johnny handsome (Johnny el guapo), protagonizada por un Mickey Rourke otra vez en vena de aciertos, oscureció por completo el esperado rescate de uno de los grandes cineastas franceses, el veterano Alain Resnais, que con Quiero volver a casa, una parlanchina comedia escrita por Jules Feiffer, quedó muy por debajo de sí mismo, una mala sombra del que fue. Rourke y Hill vuelven por sus caminos perdidos de hombres de cine con gran talento. Su filme, irregular, tiene secuencias magníficas.
Mientras tanto, la crítica italiana se divide ante la película de Fernando Trueba, El mono loco, pero la mayoría habla de buen estilo, de fascinación incluso, y pone por las nubes al director de fotografía José Luis Alcaine. Se presiente un premio para ella.Pese a sus defectos, El mono loco es con mucho el mejor filme de cuantos han pasado hasta ahora por la sección oficial de la Mostra. Su lamentable escena final tiene fácil arreglo: suprimirla de cuajo, poniendo la palabra fin sobre el fundido en negro que le precede. Nada se pierde perdiendo esta escena inútil y explicativa, un soso happy end para un relato lleno de misterio de la mejor estirpe. Un comentarista italiano muy sagaz afirma, y hay que suscribirle sus palabras, que no entiende muchas de las cosas que ocurren en el filme, pero que esto le trae sin cuidado: la maestría de Trueba, de Goldblum y de Alcaine no le dejó apartar ni un sólo instante la mirada de la pantalla. Algo así ocurre en Johnny el guapo, donde el gran Walter Hill -Driver, Límite, 48 horas, Forajidos de leyenda, La presa- supera el bache de los últimos años y vuelve a mostrarnos su enorme vigor, su estilo libre y exacto, su condición de heredero de las mejores tradiciones generadas por la confluencia del westem con el cine negro, lo que le ha convertido en el más original creador de westerns urbanos. Un gran cineasta, en suma. Uno de los grandes -hoy tan escasos- del gran cine norteamericano, es decir, del Cine con mayúscula.
Mickey Rourke, sin llegar a ser el de Rumble fish, nos hace olvidar en Johnny el guapo su completamente ridículo Francesco. De ahí el esplendor que indirectamente emana de Johnny el guapo, nos hace recuperar la plenitud de dos cineastas genuinos que últimamente habían perdido el rumbo. Hill y Rourke, gente de dulce mala vida, han despertado del sopor del humo y del vapor de bourbon y se han puesto a trabajar con la cabeza despejada. Su resurrección es por ello una resurrección del verdadero cine, y no de los sucedáneos que hoy humillan a las pantallas. Y con ellos, a su altura o un poco por encima, una actriz, Ellen Barkin, que en Mi querido detective, un excelente filme dirigido por Joseph McBride, se comió crudo a otro guapo, Dennis Quaid, y que en este filme vuelve a hipnotizar con un personaje literalmente opuesto a aquél, una mala de solemnidad que envidiarían Bette Davis, Barbara Stanwick y Glen Close.
Extravío
Si recuperamos a Hill, a Barkin y a Rourke, ayer extraviamos a Alain Resnais. Quien fue una hace maestro del cine europeo de una treintena de años se nos ha convertido en un alumno de Jules Feiffer, el prolífico escritor y viñetista norteamericano.
No le va la comedia a Resnais. En la película pueden encontrarse rasgos de talento y de ingenio, además de la alquimia exquisita de los encuadres de Resnais y de sus dotes innegables para crear tiempos cinematográficos personalísimos. Pero considerada en conjunto, la película naufraga.
Por un lado está el guión y por otro la realización, sin que en ningún momento confluyan. Resnais ilustra el guión, pero no lo recrea vísualmente; lo hace visible y audible, pero no lo reinventa. El resultado es inteligente e impotente.
La impresión final es que un director con mucha locuacidad no tiene en el fondo nada que decir con esa su locuacidad. Total: palabrería, retórica, cáscara de talento y dentro de esa cáscara nada. Posible premio: la riada les gusta con frecuencia a los jurados.
La otra película en concurso de ayer es sueca: Faligropen; su guionista y director es Vilgot Sjoman, un antaño buen discípulo de Bergman. Hagámosle un favor y no digamos nada más.
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