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Una espera al borde de lo insoportable.

Las ofertas para trabajar en la RFA y las sugerencias para volver al Este acompañan a los refugiados

ENVIADA ESPECIALJohann, muy a su pesar, estalló en sollozos a la entrada del campo de refugiados de Zugliget cuando se enteró de que el cupo estaba lleno. El jardín de la iglesia de Zugliget está repleto con 700 refugiados de Alemania del Este y no hay cabida para recién llegados. Johann, su joven compañera y el hijo de ambos, de año y medio, se quedaron ahí, asusta dos y tímidos, sin saber qué hacer. Alguien les explica que pueden ir al campamento número 2.

El número 2, Cfilleberc, está ubicado a media hora de la capital húngara, donde terminan los cerros verdes de Buda. El lugar está enrejado y custodiado por tres jóvenes voluntarios, rubios y eficientes, de la Orden de Malta, que impiden la entrada a curiosos y a la Prensa. Johann y su familia fueron aceptados, y el pequeño recibió el primer biberón de leche caliente en tres días desde que abandonaron la República Democrática Alemana (RDA).

La gran extensión de terreno de Cfilleberc, con una construcción que puede albergar a 300 personas, está atestada con 2.200 refugiados esparcidos en tiendas de campaña y casas rodantes. Son las ocho de la mañana y se ve un movimiento constante de entrada y salida de alemanes orientales que quieren aprovechar la tediosa espera y conocer Budapest.

La lluvia contribuye al mal ánimo generalizado y a las frecuentes borracheras nocturnas. Ayer, los refugiados decidieron iniciar hoy una huelga de hambre para presionar a Hungría para que les deje trasladarse a la RFA.Pasa a la página 2

Sin represalias

Nervios y vodka en los campos

Allí deambulan grupos de sikin heads, que son catalogados por sus molestos compatriotas como "proletas con un toque de café" [café es el color con que se identifica al Partido Naciónal Socialista en las dos Alemanias]. Como salida de otro mundo, a la entrada de la iglesia, una señora madura, baronesa de la Orden de Malta, vestida sin una arruga, habla con los periodistas en un tono tan apolítico como paternalista. "Nosotros sólo queremos protegerlos. No tenemos ninguna novedad sobre la fecha de partida. Estamos tan inciertos como ustedes. Sólo puedo informarles", dice, "de que los refugiados han hecho una especie de pliego de peticiones. Quieren libros, que serán probablemente enviados por el Goethe Institute, y juguetes para los niños. Lo más importante es llenar las horas y darles una terapia ocupacional".Johann, que lloraba al comienzo desesperado por no encontrar ubicación, se dirige a la estación ferroviaria de Keleti, en Budapest. Allí quedó en encontrarse con su hermano, que viajaba desde Berlín Este. El hermano está ahí, esperando radiante junto a su novia. Mira extrañado la expresión poco alegre de Johann. Se dan un largo abrazo. Es la bienvenida a un futuro incierto.

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