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Verano avanzado

Según los antiguos tratados de jardinería, los árboles se dividen en dos grandes grupos: frutales y de sombra. Supongo que todo el mundo estará de acuerdo conmigo en que la clasificación es admirable. Invita, después del postre, a echarse una buena siesta. En medio del caos del universo, entre la aceleración de las galaxias y la anarquía de los átomos que enardecía a Nietszche, los árboles se dividen por excelentes motivos en frutales o de sombra. Tan racional apreciación apacigua el ánimo. Sin embargo, hay algo que me extraña. El mundo no puede ser tan ordenado como los jardineros lo pretenden (la jardinería, como la política, es un oficio taimado, que ofrece la rosa y esconde por detrás las podaderas). El mundo no es un vergel, y a medida que el verano va avanzando el aire huele a humo y se carga de cenizas. Finalmente hay que rendirse a una evidencia más decepcionante que la del jardinero ideal. Los árboles se dividen en tres grandes grupos: frutales, de sombra o calcinados. Cuando llega septiembre, que país ya está poblado de estacas renegridas.La voz popular establece una lista de culpables: la pertinaz sequía (¿por qué ahora y antes no?, la Península, franquista o democrática, siempre se ha encontrado sencillamente al norte de los grandes desiertos africanos, y afectada por el avance o retroceso de la arena); los desaprensivos (que no faltan); los ganaderos; los madereros; los borrachos expulsados de la taberna; los niños; en cierto caso, un sacerdote de excursión.

En un pueblo determinado se sospechó de un concejal de Izquierda Unida, pero todo se redujo a una torpe maniobra de política local.

Hay incendios en comarcas donde nunca anteriormente el fuego había sido una amenaza. Yo soy de la opinión, sin desdeñar las causas naturales, de que existe un fenómeno de incitación al fuego a través de la resonancia que los incendios adquieren en los medios de comunicación. Hay individuos que le meten fuego a un monte con la vaga esperanza de que su pueblo salga en la televisión. Ese instinto de fuego y fama es tan antiguo como el mundo clásico. Hay niños que aspiran a ser los héroes destructores de un día caluroso, y personas acomplejadas en una limitada sensatez que se transforman, a favor del viento, en secretos justicieros de un apocalipsis comarcal. La manía del fuego es contagiosa. Es probable, y otros casos comparables lo demuestran, que el número de incendios empezaría a decrecer lentamente a partir del momento en que los medios de comunicación establecieran el black-out sobre ese tipo de sucesos. No es táctica del avestruz, se lo aseguro, sino un asunto de terapia colectiva.

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A medida que el verano y el frente del fuego avanzan, el Ministerio de Hacienda descubre que la mitad de los jubilados del país cobran al mismo tiempo pensión de, invalidez. Los sabuesos de Hacienda, con excelente olfato, han venteado el fraude. Los sabuesos de Hacienda ventean mucho mejor los fraudes cuando las liebres son inválidas. Ser anciano no significa estar inválido, la distinción es casuística y sutil. Al parecer, el año pasado, el número de pensionados por invalidez aumentó en un cuarenta y tantos por ciento, como si el país hubiera padecido una extensa catástrofe nacional que hubiera dejado tullida a media población. Creo que la verdadera catástrofe nacional son las jubilaciones bajas, que algún mecanismo caritativo de la propia Administración compensa, de forma soterrada, añadiendo una pensión de invalidez. Sería una lástima que los sabuesos de Hacienda entorpecieran ese mecanismo de autorregulación en lugar de correr ciervos más ágiles.

Quizá esos ciervos ágiles que los sabuesos de Hacienda han levantado sean los 1.200 suscriptores de pólizas de seguros superiores a 100 millones de pesetas. La más elevada, según una detallada información de Andreu Missé en este periódico, es la póliza de un empresario valenciano por valor de 1.800 millones de pesetas en La Unión y El Fénix Español, y que el astuto industrial no había declarado. Eso indica, primero, que en Valencia se mueve mucha pasta; segundo, que la horchata en verano deja mucho dinero. He consultado con mi asesor financiero, señor Maeso, lo que es exactamente una póliza de seguros de prima única. Les ahorro la explicación, convencido como estoy de que si les interesara semejante pirueta técnica ya estarían en el ajo y la evasión. Muchas compañías de seguros han conservado esos nombres decimonónicos que exaltaban virtudes comerciales: la confianza, la providencia, o el ojo de buen cubero. Como el ave fénix renace de sus cenizas, seguros El Fénix Español estaba especializado en las pólizas contra incendios. Así eran de sencillas las metáforas de nuestros abuelos. La Unión y El Fénix Español surgió de una fusión, como la conjunción copulativa indica, y actualmente acepta en Valencia pólizas que sitúan la horchata, como la cocaína, entre las materias primas más cotizadas del mercado. Es de suponer que los beneficios de tal operación permitirán asegurarnos a todos contra el incendio nacional.

El Ayuntamiento de Carnota, La Coruña, ha alcanzado el triste privilegio de ser el primero en ver todo su término municipal arrasado por el fuego. El incendio se prolongó por espacio de 11 días, desde el 25 de julio, día de Santiago, al viernes 4 de agosto, fiesta de santo Domingo de Guzmán. A estas alturas, y tal como están las cosas, hasta los santos del verano corren el riesgo de ser considerados reponsables. El Ayuntamiento de Carmota ha solicitado la declaración de zona catastrófica para su municipio, y en medio de la desolación humeante no veo razones para podérselo negar. En el verano avanzado, tras la cortina de llamas, se vislumbra la candente perspectiva de las elecciones anticipadas. Desde un municipio reducido a cenizas, la magna cuestión del fin del verano puede parecer fútil. Uno se acuerda, como en el sueño de un planeta feliz, de aquellos candorosos manuales de jardinería que dividían a los árboles en frutales o de sombra. Una sola lección podemos retener. Como en horticultura, también la política admite una clasificación. Juzgando según los resultados, hay hombres políticos que dan sus frutos. Hay otros meramente ornamentales, o que saben cobijar a los amigos que se acercan a su sombra. Y, finalmente, es verdad que también hay hombres muy quemados.

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