Precios desbocados
LA SUBIDA de un 1,6% del índice de precios al consumo (IPC) registrada en el pasado mes de julio supera con creces las más pesimistas predicciones de los analistas, que cifraban este potencial incremento en límites similares a los del año pasado, es decir, en torno al 1,3%.Con todo, la primera reacción oficial ha sido la de quitar hierro a los datos al señalar que el importante aumento del IPC de julio no tiene por qué implicar una aceleración de las tensiones inflacionistas. El Ministerio de Economía basa esta afirmación en el hecho de que la inflación subyacente (aquella que excluye los alimentos no elaborados y los productos energéticos) se mantiene en el 7%, la misma tasa alcanzada en junio. La interpretación oficial señala también el carácter estacional de las subidas de los alimentos (especialmente de frutas y hortalizas), que han representado las dos terceras partes del incremento de julio, así como el hecho de que en el pasado mes sólo la subida de los carburantes supuso una repercusión de 0,22 puntos en el IPC.
A la vista de estos juicios puede parecer que el haber alcanzado en los siete primeros meses del año una inflación acumulada del 4,5% es un asunto baladí o que se inscribe dentro de las más asépticas previsiones de la autoridad económica. En realidad, esa tasa representa un 7,4% interanual -de julio de 1988 a julio de 1989- y se aleja cada vez más no sólo del 3% de inflación prevista inicialmente para el conjunto del año que con una visión excesivamente triunfalista sirvió de primera pauta para ajustar salarios públicos y pensiones, sino también de la segunda meta hipotética planteada por el Ejecutivo, y en la que se preveía terminar el año con una inflación inferior al 5,8% registrado en el pasado ejercicio. Hay que pensar que en siete meses nos hemos situado a 1,3 puntos de esa segunda aspiración, diferencia que la misma práctica se ha encargado de demostrar como posible de superar en un solo mes. Las protestas sindicales, que tuvieron su máximo reflejo en la huelga general del 14-D, encuentran ahora nuevos elementos de reflexión.
Parece obvio que España está inmersa en un rebrote inflacionista que nadie ha sabido parar, aunque no es menos patente que esa compleja situación es similar en todos los países de nuestro entorno económico, víctimas de las mismas tensiones. Lo que ya no parece tan claro es que se alcance -y todo parece indicar que será superado- el ya revisado objetivo de inflación propuesto por el Ejecutivo. Los responsables de Economía argumentan que sin las duras trabas en la contratación salarial, y lo que ello ha podido suponer de enfrentarnientos con los sindicatos, el resultado actual sería aún más dramático. Pero, en este sentido, la victoria no ha dejado de ser pírrica.
Aún es pronto para poder valorar la influencia de las últimas medidas introducidas para enfriar la economía y desacelerar la inflación, aunque después de comprobar la marcha de los precios parece que han tardado demasiado y que no necesariamente van a enfrentarse con elementos inflacionarios básicos, como son las diversas modalidades de especulación y los sempiternos inadecuados canales de distribución. Bien al contrario, las dificultades introducidas en la línea de acceso al crédito van a afectar, una vez más, a aquellos sectores de la población con menor capacidad de compra, ahora nuevamente recortada por el desfase entre la inflación real y las subidas salariales pactadas en base a unos objetivos que nunca pudieron cumplirse.
Si la política y la economía suelen ir parejas, en pocos momentos como en la antesala de un reajuste económico serio, condición inevitable para controlar la inflación, están más radicalmente unidas. Ello explicaría, al menos en parte, un posible anticipo electoral.
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