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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fidel ante la crisis

LAS NOTICIAS que llegan de Cuba indican la seriedad de los resquebrajamientos que está sufriendo el régimen de Fidel Castro, y al mismo tiempo los esfuerzos de éste por atenuar sus efectos con una represión que ha golpeado ya a muchos altos cargos de la Administración -algunos de ellos muy cercanos a Fidel y a Raúl- y que se extiende asimismo a los grupos defensores de los derechos humanos, cuyos principales dirigentes acaban de ser encarcelados. La ola de detenciones coincide con una campaña propagandística de exaltación del comunismo puro y duro, de condena de las reformas que tienen lugar en países como Polonia, Hungría o la propia Unión Soviética, y apelaciones a un futuro numantino para Cuba.Aunque aparezcan entremezclados, no cabe duda que en la crisis cubana se dan fenómenos de diversa naturaleza. Por un lado, el descubrimiento de la participación de altos dirigentes en grandes operaciones de narcotráfico, en connivencia con el cártel de Medellín. Ello ha desembocado en el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y de otros tres jefes militares. La decisión de Fidel de poner fin radicalmente a la complicidad con el tráfico de drogas -independientemente de cuál haya sido su actitud anterior- es un hecho en sí mismo positivo. Coincide con la tendencia general en el mundo a endurecer la lucha contra la droga y crea una base concreta de cooperación er.tre Cuba y Estados Unidos. A pesar del retraso y reticencia de Washington en avanzar hacia esa cooperación, Bush tendrá que adoptar una actitud más flexible, en el marco de los cambios ineludibles de la política de Estados Unidos en esa zona del mundo, ante la evolución que se anuncia en Centroamérica.

Pero lo que está ocurriendo en las altas esferas del régimen cubano no es solamente efecto de la limpieza de las zonas contaminadas por el contacto con el narcotráfico. El problema político de fondo es que Fidel ha optado, ante las dos corrientes que se manifiestan en el mundo socialista -una reformista y otra dogmática-, por la segunda, y que utiliza la represión de los casos de narcotráfico como punto de partida para una depuración mucho más extensa del aparato del Estado y del partido, separando o encarcelando a no pocos responsables que se han apartado, por sus ideas o comportamiento, de la línea de dureza e intransigencia que es la dominante hoy. Las destituciones de varios ministros, de generales y de otros jefes militares, el encarcelamiento del ministro del Interior y de otros altos responsables de ese departamento han tenido lugar después del fusilamiento de Arnaldo Ochoa. Las razones aducidas para tomar estas medidas son vagas y generales, sin relación con la droga. Se habla de "negligencia", "corrupción" o "tolerancia con comportamientos corruptores"... Cunde un ambiente de caza de brujas, como ha puesto de relieve el suicidio del coronel Rafael Álvarez, alto jefe del Ministerio del Interior.

Esta inclinación de Cuba hacia la visión más represiva, estrecha y caduca del socialismo es sumamente lamentable. La represión y las frases numantinas son el recurso de los regímenes débiles. Fidel Castro tiene la posibilidad de escoger otros caminos más realistas. Su caso no es el de un Ceaucescu para el cual una mínima apertura democrática significaría el fin. La vía de la reforma le permitiría revalorizar un capital de popularidad aún considerable. Tiene en América Latina un prestigio indudable gracias a ciertas realizaciones de su régimen en terrenos como sanidad o educación, y por su propia gallardía frente a las presiones de Estados Unidos. La represión sólo prolongará un estado de crisis. Pero no puede anular unas corrientes reformistas que responden a realidades contemporáneas de alcance mundial.

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