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Ciertos olvidos

La abundancia de conmemoraciones en que esta posmodernidad se complace ha solido despertar en mi ánimo sentimientos aprensivos cuya razón apenas discierno. Quizá -pienso yo- es que se trata de llenar la carencia de actuales perspectivas hacia un futuro esperanzador mediante frecuentes evocaciones del pasado; o tal vez, al contrario, se procura cancelar éste cubriéndolo de epitacios; pues con el requiescat in pace despedimos en el hoyo al muerto para poder aplicarnos al bollo en tranquila fruición. Pero hay otra manera más encallecida y menos sutil que el recurso del monumento funerario para despacharlo a la eternidad, y es, sencillamente, darle sepultura en la fosa común del olvido.Estas melancólicas reflexiones han acudido a mi mente hace poco a propósito de cumplirse el centenario del nacimiento de quien fue uno de los maestros y amigos de mi juventud, don Luis Jiménez de Asúa.

En cuanto maestro y amigo de mi juventud, le he dedicado en mis memorias más recuerdos que olvidos; y en la ocasión del presente centenario debía ofrecerle un personal homenaje póstumo, como en efecto lo hago con este artículo. Pero es que Asúa no fue tan sólo el gran "amigo de sus amigos" y el catedrático eminente, el sabio penalista de prestigio mundial, cuyos discípulos recibieron y hubieron de agradecerle una formación científica de calidad insuperable. Fue también una personalidad política de primerísimo plano. Su actuación en la etapa de advenimiento de nuestra Segunda República es en más de un sentido comparable a la que en las Cortes de Cádiz tuvieron Argüelles, Mufloz Torrero o Martínez Marina. El hecho de que, en ambos casos, uno y otro intento de establecer la democracia moderna en España quedara pronto malogrado y frustrado no impide que los nombres inmaculados y venerables de los doceaflistas tanto como los de los creadores de la Constitución de 1931 ilustren las páginas de nuestra historia, ni -por supuesto- disculparía su preterición cuando por fin hoy vive nuestro país con libertad plena dentro de ese régimen democrático que ellos en su día, y a costa de sacrificios y persecuciones, propugnaron en vano.

Desde la cátedra, a la que estaba consagrado con decidida vocación y dedicación plena, llegó a la política el entonces joven profesor Luis Jiménez de Asúa durante los años de la dictadura del general Primo de Rivera, y precisamente para defender el fuero universitario, atropellado por su Gobierno en la persona de Unamuno. Las protestas públicas de Asúa dan lugar a una "suspensión de empleo y sueldo" y a su destierro a la isla de Chafarinas (Canarias) por decisión gubernativa, que desencadenará a su vez la protesta de otros varios profesores distinguidos: Ovejero, Cossío, Castro, y luego Besteiro, Ortega y Gasset, Sánchez Albornoz yGarcía Morente. Tomando ocasión del cumpleaños regio, no tardaría en cancelarse la sanción impuesta al catedrático de Derecho Penal, quien, aquel verano mismo, emprende un viaje de conferencias por Suramériea. A partir del primer incidente, Jiménez de Asúa habría de convertirse ya en uno de los más destacados adalides de la lucha contra la dictadura, a la que hostiga de continuo. Es una lucha que, emprendida desde su posición académica, se traslada pronto a un plano general y abierto. El golpe de Estado que había inaugurado la. dictadura abrió con ello un período crítico para la vida nacional, durante el cual caería la monarquía; y dentro de tan tensa situación, y ante tal perspectiva, ingresa Asúa en el Partido Socialista Obrero Español y en la Unión General de Trabajadores, con cuyo marchamo y significación política será elegido, tras proclamarse la República, diputado a las Cortes Constituyentes, donde ejerce una actividad de primer plano presidiendo la elaboración del texto constitucional que sería aprobado y promulgado en diciembre de 1931.

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Bien se comprenderá que no es éste el lugar para hacer recapitulación de los hechos tormentosos aglomerados en aquel trágico período de nuestra historia, ni ello tendría sentido, pues son páginas ya establecidas en su libro, donde el nombre de Luis Jiménez de Asúa resplandececomo el de uno de los principales protagonistas del drama, con actuaciones marcadas vor la nobleza, la honestidad, la discreción y el acierto. Invocaré tan sólo un recuerdo -y es para mí recuerdo imborrable, pues me tocó vivir muy de cerca el episodio-: en la mañana del 12 de marzo de 1936, cuando salía él de su casa, un grupo de jóvenes fascistas emboscados saludó a Asúa con una ráfaga de ametralladora. El azar le libró de morir asesinado entonces, pero no así al policía que le custodiaba, Jesús Gisbert, quien perdió la vida en el acto.. Jiménez de Asúa había de morir mucho tiempo después, en el exilio, sin haber alcanzado la satisfacción de reintegrarse a una España libre y democráticamente gobernada. Ahora, cuando en el Gobierno de esa España libre y democrática está instalado el partido socialista en cuyas filas había militado, al que él había representado en las Cortes, y en nombre del cual había desempeñado tareas arduas, penosas y arriesgadas para servicio de España, se cumple el centenario de su nacimiento. ¿Y quién se toma la molestia de rendir hoy a su memoria el homenaje digno de sus méritos civiles? Un par de profesores de Derecho Penal han tenido la deferencia de encomiar -en un acto organizado, ¡pésimamente organizado!, por el Ateneo, del que no se había hecho ninguna publicidad- la obra científica de ese gran jurista que ftie don Luis Jiménez de Asúa. Y no hace falta decirlo: esa obra constituye un monumento intelectual que los especialistas saben apreciar - en su inestimable y perdurable valor. Asúa llegó a la política desde la cátedra universitaria, como antes señalé; pero nunca, sin embargo, abandonó ésta, sino que, aun en los años atareados y turbulentos de la República, siguió ejerciendo con esfórzada abnegación su magisterio en Madrid, como había de prolongarlo luego, infatigablemente, durante los muy dilatados de su exilio en Latinoamérica, donde se mantiene y persiste hasta el día, en códigos de legislación y en el culto de muchos discípulos, la huella de su paso. Mientras tanto, el hombre público, el socialista ejemplar, la figura histórica, no ha sido objeto en su España de recuerdo oficial u oficioso alguno. Y en la melancólica sesión del Ateneo dedicada a conmemorar su centenario sólo dos personalidades relevantes, según entiendo, hicieron acto de presencia: don Pedro Laín Entralgo y el señor Ruiz-Giménez, ninguno de los cuales pertenece al Gobierno ni al partido que lo ocupa.

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