Condenas a muerte en Cuba
No sé qué han hecho los cuatro militares cubanos condenados a muerte, ni creo que haya muchas posibilidades de desenredar todo el nudo del caso. Sí sabemos, sin embargo, los pasos que las autoridades cubanas han dado. Tales pasos han recorrido un largo ritual legal: un tribunal militar de honor, un tribunal de justicia, la corte suprema, el Consejo de Estado y el mismo presidente del Consejo de Estado.La violencia ejercitada matando a unos hombres ha tomado en cuenta todas las posibles formalidades. El Estado, así, ha agotado sus recursos, no ha dejado nada al azar y se ha recreado en su poder sin contestación posible. La violencia, en suma, ha sido legalizada, distribuida en el tiempo, medida con precisión. Es como si el reo -para quien el tiempo ya no anuncia la muerte, sino que es la muerte la que determina el tiempo- hubiera sido, de esta manera, purificado.
¿Hay, sin embargo, algunaviolencia pura? Un conocido autor distinguía -no exactamente así, pero la diferencia es accidental- entre violencia pura y pura violencia. No es un juego de palabras. La violencia pura es una violencia destructiva en su expresión más sincera, humana y respetable. Es la violencia, por ejemplo, que rechaza un orden que le parece injusto, lucha contra quien oprime gratuitamente o se levanta contra los que crean las condiciones de la miseria. Poreso no es obsesivamente constructiva. 0, mejor, quiere construir algo muy distinto a aquello que padece. Es como el esclavo de Camus que se decide a decir que no. En su negación afirma la libertad.
La pura violencia, por el contrario, es la violencia que se ejerce con un fin muy concreto, con un proyecto al que la violencia ayuda como una partera. Es, por ejemplo, la violencia del conquistador, del que quiere conservar pase lo que pase o de quien, por interés, inercia o mala fe, desea dominar. De esta forma, se convierte en una violencia administrada con detenimiento, bien codificada y en donde el derecho (quede claro que no todo derecho tendría por qué ser así) no es sino una manifestación derivada. Es la violencia que construye Estados, que asusta y aterroriza como el rayo de los dioses. No busca tanto el exterminio cuanto señalar una vía de la -que sería fatal salirse.
Se podría afirmar, por eso, que la violencia pura es una violencia, dicho con Bergamín, "a labuena de Dios". Sólo Dios sabría juzgarla (o sea, nadie la podría juzgar). Y por eso se podría afirmar también que la pura violencia es aquella que, solemnemente, quiere hacer de los hombres dioses.
Advertía Dostoievski, por medio de uno de sus personajes, que el horror de una humanidad en la que todos se creyeran dioses sería insoportable. Efectivamente, cuando una justicia tal toma el puesto de Dios (o, lo que es lo mismo, el puesto que le da la gana), el horror se ha hecho carne. A veces se hace carne de tal manera que no se le nota.
De ahí también que no sea lo mismo una violencia defensiva que una violencia ofensiva. La distinción no es un capricho escolástico. Quien sólo se defiende siempre podrá argüir que no desea que le hagan a imagen de otro. Quien comienza, encauza y dirige la violencia -en búsqueda constante de una garantía que se llame legal- no necesita siquiera argumentos. Su violencia es cuestión de ritos. Y le entenderán, desgraciadamente, todos los violentos del mundo. No tanto porque se haya razonado, sino por el guiño cómplice de esa violencia que cree poder generar derecho.
Lo más notorio del caso cubano es que la mayor parte de los comentarios y semiprotestas externas se han centrado en preguntas tales como si era tanto el narcotráfico, cuál podría ser la implicación del Estado o qué consecuencias puede tener una ejecución para la buena imagen del Estado cubano. Cuando lo único que podría importar es una imagen: la de la revolución. Y ésta nada gana con tribunales o consejos de Estado. Muestra, más bien, la cara de la pura violencia.- Javier Sádaba.
Dejando aparte
festarle mi más indignada protesta por la aplicación de la pena capital a los cuatro militares cubanos convictos y confesos de ese conglomerado delictivo que es el narcotráfico.Si el año 1964 mi entusiasmo por la revolución castrista me llevó a renunciar al nombramiento de párroco personal de los cubanos exiliados en España, al considerar mi escasa capacidad de sintonización con unos potenciales feligreses que, en el mejor de los casos, no me merecían otro concepto que el de desertores de un nuevo éxodo liberador para su oprimido país, hoy, 25 años después de aquel episodio personal, y sin merma de mi reconocimiento de los grandes logros que figuran en el haber de la revolución cubana, como creyente y militante de Izquierda Unida, me siento obligado a manifestar públicamente mi decepción por tales procedimientos.
utra revolución, que había triunfado 10 años antes que la cubana, y por la que muchos sentimos un entusiasmo no inferior, no sólo se ahorró el paredón para el supremo reo de alta traición, cual era su último emperador, sino que logró ejemplarmente su reinserción como ciudadano de la nueva China, en un exquisito alarde de una original pedagogía de masas.Esta magistral lección del por tantos conceptos maestro Mao, ¿no podría haberse repetido, mutatis mutandis, 40 años después en Cuba, convirtiendo a los culpables en un argumento vivo e irrefutable a favor de la revolución cubana? Se ha perdido, lamentablemente, una ocasión única, y con ella la oportunidad de demostrar que en la escala de va-lores del humanismo marxista campea sin distingos el de la vida humana.- Mariano Gamo Sánchez.
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