Cambio en Argelia
Cuando salían de la reunión en la que eligieron al sucesor de Huari Bumedian como jefe del Estado de Argelia, a primeros de enero de 1979, se oyó comentar a uno de los 12 miembros del Consejo de la Revolución: "Benyedid no es otra cosa que las verduras que sirven de guarnición al cuscús". Al elegir al hombre que durante 10 años había sido gobernador militar de Orán, los otros 11 miembros del Consejo de la Revolución habían escogido al único entre ellos que no tenía ninguna base de poder en Argel, ninguna clientela en el todopoderoso aparato estatal ni prácticamente ninguna experiencia de viajar al exterior.A diferencia de sus colegas en el Consejo, el coronel Benyedid era un desconocido para los diplomáticos y los representantes de las empresas extranjeras destinados en Argel. Ninguno de los miles de banqueros y altos ejecutivos de las compañías occidentales o de los ministros que fueron en tropel al país de mayor tamaño de Africa del Norte tras la multiplicación por cuatro del precio del petróleo en el invierno de 1973-1974 se había encontrado nunca con el comandante de la Segunda Región Militar -un área que iba a adquirir una importancia clave a medida que las relaciones con Marruecos fueron empeorando después de la crisis sobre el futuro del Sáhara Occidental en 1975.
La elección del coronel Benyedid fue presentada como un compromiso entre otros dos candidatos -optar por el oficial de mayor edad que tenía la graduación más alta-. El Consejo de la Revolución pensaba que habían elegido a un comparsa, pero 10 años después la guarnición de verduras se ha convertido en el plato principal.
Benyedid no buscó el cargo que ocupa, como recordó después de los sangrientos disturbios del pasado mes de octubre, que costaron cientos de vidas humanas y quebrantaron de manera efectiva el control total que el Gobierno del Frente de Liberación Nacional ha mantenido sobre la vida política desde la independencia, en 1962.
Romper moldes
La caída vertical del precio del petróleo, que entre 1985 y 1988 redujo a la mitad, en términos reales, la renta de Argelia procedente de sus exportaciones y la política de austeridad seguida por las autoridades han conseguido romper el molde estalinista que Bumedian había legado al morir. Aunque a principios de la década de los ochenta se anunció un mayor grado de libertad de expresión y de circulación e importantes reformas en el sector agrícola controlado por el Estado, Benyedid no tenía poder suficiente para poner realmente en marcha las reformas que, según él percibía, necesitaba su país. La austeridad, sumada a la feroz resistencia de los miembros del Ejército, de las empresas estatales, de !os sindicatos y del Frente de Liberación Nacional (FLN), que eran los principales beneficiarios del statu quo, acabaron finalmente con el viejo sistema.
Desde el pasado mes de octubre se ha escrito y se ha discutido sobre temas que fueron tabúes durante un cuarto de siglo -los récords de sectores industriales, la corrupción dominante en tantas áreas, como vivienda y agricultura-. El problema de la cultura beréber, uno de los tabúes más feroces, es debatido abierta y honestamente. A finales de febrero, 200.000 personas acudieron al pueblo de Beni-Yenni, en el corazón beréber de la Cabilia para asistir a los funerales de Mulud Mammeri, uno de los más grandes argelinos y un constante luchador por la libertad de expresión.
A principios de marzo, miles de mujeres protestaron contra las actividades de grupos musulmanes militantes en el muelle que está enfrente de la Asamblea Nacional Popular. Esta última ha estado muy en evidencia últimamente, cuando la libertad de palabra, garantizada por la nueva Constitución aprobada el mes de febrero pasado, estalló en todo ese vasto país. Mujeres de la clase trabajadora se mezclaron con profesores, médicos, abogados y burgueses elegantemente vestidos, procedentes del área residencial de Hydra, en la capital. Muchos de ellos no se habían manifestado desde las celebraciones de la independencia de Argelia el 4 de julio de 1962.
Veintisiete años después, la retórica y a menudo la demagogia de los años bumedianos y de comienzos de la década de los ochenta están siendo reemplazadas por acciones que van transformando Argelia. Los arrendamientos de tierra a largo plazo a personas privadas, 19, concesión a las empresas estatales de mayor autonomía, los estímulos al sector privado, el tratar de detener el deslizamiento hacia la mesocracia ocasionada por un estado del bienestar que carece de medios para pagar por trabajos que nadie hace, todo ello equivale a una revolución económica menor. Permitir asociaciones políticas independientes, eliminar de la Constitución toda referencia al socialismo, dar a los trabajadores el derecho a la huelga no convierten al país en una democracia de la noche a la mañana pero los argelinos han entrado, en efecto, en lo que ya denominan la Segunda República.
Lo notable es que tales reformas deben producirse en una época de severa austeridad económica. Desde 1986, el poder adquisitivo del argelino medio ha descendido en un 20%; se han rebajado las subvenciones de numerosos géneros; el Estado ha dado de baja en su nómina a 80.000 personas, y menos de la mitad de las 200.000 que cada año buscan trabajo por primera vez han podido encontrarlo.
Austeridad
Aunque a finales del año pasado el nuevo Gobierno encabezado por M. Kasdi Merbah aumentó el salario mínimo, porque se dio cuenta de que las reformas tenían pocas posibilidades de ser aceptadas si las quejas de los argelinos medios sobre la escasez de productos de primera necesidad no eran atendidas, la austeridad había mordido profundamente en los niveles de vida.
Para que las reformas tengan alguna probabilidad de alcanzar el éxito, la economía tiene que funcionar mejor. Esto significa la abolición del Estatuto General del Trabajador, que impone un modelo rígido de remuneración de los trabajadores y significa también permitir a los directivos de las industrias gestionarlas y obtener para sí una recompensa económica proporcionada a sus capacidades. Significa asimismo incrementar la utilización de esas capacidades, que en muchas fábricas públicas y privadas están funcionando a no más de un tercio de sus posibilidades. No hay prácticamente existencias de materias primas, mientras que hace 24 meses dichas existencias equivalían a las necesarias para todo un año.
Argelia tiene que salirse del círculo vicioso que desde 1986 ha recortado su producto interior bruto en un 4% o más. Esas duras medidas políticas han sido capaces de preservar el saldo de su cuenta corriente y del servicio de su deuda exterior, de 21.700 millones de dólares. Para invertir esta tendencia debe aumentar la producción, pero esto no puede hacerse sin mayores provisiones de materias primas y materiales semiprocesados y, por tanto, sin aumentar las importaciones.
La austeridad ha disminuido el déficit por cuenta corriente desde 2.230 millones de dólares en 1986 a 250 millones el año pasado, pero no ha evitado que el coste del servicio de la deuda externa suba hasta el 73% de la renta obtenida por las exportaciones. Mejorar el cash-flow resulta vital para financiar las importaciones esenciales y mantener en funcionamiento, aunque sea sólo al ralentí, la maquinaria industrial.
Habiendo puesto en práctica de manera efectiva el programa del Fondo Monetario Internacional sin éste, Argelia sólo necesitaba el imprimatur del FMI para obtener más préstamos de esa organización y para abrir las puertas a los préstamos de ajuste estructural del Banco Mundial. En algunos campos, tales como la agricultura, las autoridades han llevado a cabo ya la mayoría de las reformas que el banco exige para ello, y las relaciones entre éste y los argelinos han mejorado considerablemente durante los últimos años.
El pasado 31 de mayo, el FMI aprobó una serie de préstamos al país por casi 600 millones de dólares. El Banco Mundial se espera que apruebe este verano una ampliación de sus créditos a Argelia por un total de 300 millones de dólares, como parte del programa de de apoyo a la reforma económica negociado con el Gobierno argelino. Días antes, el banco aprobó otro préstamo de 110 millones de dólares para financiar el proyecto de irrigación de Mitidja Oeste.
Una devaluación masiva del dinar, que ya ha perdido el 50% de su valor frente al franco francés desde 1986, sería, en esta etapa, contraproducente -aumentaría el coste de las importaciones vitales para la industria y la alimentación, en las que Argelia gasta 1.000 millones de dólares anuales-. Los salarios no pueden ser rebajados otra vez por temor a nuevos disturbios populares. Alimentaría también la inflación, que permanece en un razonable 15%.
Recientemente, Francia, España e Italia han hecho un esfuerzo por aumentar sus préstamos a Argelia, refinanciando viejas deudas. Alemania Occidental y Japón, los segundos prestamistas en importancia de Argelia después de Francia, están deseando ayudar. Numerosos diplomáticos, banqueros e industriales occidentales de primera fila se muestran de acuerdo en que tiene poco sentido para Argelia continuar medio estrangulando su economía para respetar el pago de su deuda. Los banqueros comerciales querrían prestarle mayores cantidades o refinanciar las viejas deudas porque saben que, después de años de buscar precios irreales para su gas natural en Occidente y de perder cuotas de mercado, Argelia está vendiendo ahora a los precios del mercado y puede aumentar sus ingresos.
Mayor estabilidad
El éxito de estas políticas destinadas a liberar el sistema político y económico de Argelia tendrá un efecto importante en los planes para incrementar la cooperación entre los países del Magreb. Sin lugar a dudas, este éxito conducirá a una mayor estabilidad en la región y no solamente en Argelia. Proporcionará más puestos de trabajo y contribuirá a contener el flujo de emigrantes ilegales a España, Italia y Francia. Hará de Argelia un mercado más receptivo para los productos de la Comunidad Europea, al tiempo que una ley de sociedades anónimas más liberal permitirá a las compañías occidentales asociarse con empresarios privados argelinos, de los que existen muchos, especialmente en Argel y Orán. Ayudará así a atraer hacia Argelia el tan necesitado capital extranjero. El éxito también fortalecerá la posición diplomática del país como mediador pragmático y cualificado en Oriente Próximo y en los foros de la OPEP.
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