El retraso en la estación permanente de EE UU hipoteca el futuro de Europa en el espacio
La Europa espacial se está enfadando con Estados Unidos. La causa es el retraso que sufre el proceso de diseño y construcción de la estación espacial Freedom (Libertad), en la que Europa tiene una participación tan importante que hipoteca su propio futuro en el espacio. Las protestas no han alcanzado todavía el nivel diplomático, pero la alarma cunde en el sector. Mientras tanto, en la Unión Soviética, la polémica sobre la rentabilidad de los gastos espaciales es ya abierta, tras la decisión de dejar sin tripulación, por primera vez desde su puesta en órbita, la estación Mir y la aparente falta de utilidad del transbordador soviético.
Reimar Lüst, director de la Agencia Espacial Europea (ESA), que agrupa a 13 países, ha sido explícito. Si Estados Un¡dos retrasa o cancela el proyecto de estación espacial, Europa no confiará nunca más en ese país, del que partió la iniciativa de la cooperación. El presidente de la empresa que explota el cohete europeo Ariane, Arianespace, Frederic d'Allest, se ha mostrado por su parte, partidario de seguir adelante con la parte del programa europeo que no depende estrictamente de la estación de EE UU. La estación espacial, prevista en principio para 1992, se llamará Freedom y debería empezar a montarse en órbita en 1995, con una duración prevista de 30 años. En el proyecto participan también Japón y Canadá.Tres años de negociación
El acuerdo gubernamental entre los países europeos y Estados Unidos no se firmó hasta el 29 de septiembre del año pasado, tras tres años de negociación sobre el diseño, fabricación y, sobre todo, el uso futuro de la estación espacial. La presidencia de Reagan estaba a punto de finalizar pero la ESA confiaba en que el nuevo presidente, George Bush, daría continuidad a la política espacial.
Agobiado por el déficit público, Bush, sin embargo, se ha abstenido de apoyar explícitamente el proyecto. Como programa civil, depende de la agencia espacial norteamericana NASA, que vive su propia crisis desde la catástrofe del transbordador Challenger en 1986. La única iniciativa de Bush ha sido crear el Consejo Nacional del Espacio, presidido por el vicepresidente Dan Quayle, para centralizar la política espacial.
La NASA se enfrenta a graves dificultades presupuestarias, y ha pedido para el año fiscal de 1990 un incremento de un 22% de su presupuesto. Los observadores consideran esta petición irreal. El incremento permitiría en todo caso a la NASA únicamente mantener sus dos programas principales, el transbordador y la estación espacial, sin poder iniciar otros en proyecto, a no ser que se retrasase la estación espacial.
Los ministros de los países miembros de ESA aprobaron en La Haya en noviembre de 1987 tres grandes proyectos: el Columbus, el pequeño transbordador Hermes y una nueva versión más potente del cohete Ariane. El Columbus, al que se han adherido por el momento nueve países, entre ellos España, representa la contribución europea a la estación espacial norteamericana. Consta de un módulo habitable que formaría parte de la propia estación, una plataforma visitable a la que se prestaría servicio desde la misma y una plataforma en órbita polar para experimentos. Estos dos últimos elementos son independientes, aunque solo relativamente, de la estación, lo mismo que el transbordador Hermes. El programa Columbus, cuyo coste se estima en 550.000 millones de pesetas, se encuentra ya en la fase industrial. España tiene una participación prevista en él del 6%.
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